sábado, 13 de septiembre de 2025

La era de la oscuridad II

 II

Apenas terminó la invasión de Andinia la bota estableció su ejército por todas partes, también dispuso de la creación de la policía judicial encargada de solucionar los problemas más graves sin restricciones ni censura por sus métodos. 

El comandante Miller a cargo de la toma se ubicó en la mejor casa y desde ahí empezó a dar órdenes; lo primero que hizo fue decretar la construcción del palacio de administración para el establecimiento de la Asamblea del nuevo gobierno conformado en Andinia, después decidió imponer la ley para todos. 

—Es hora de que sepan quien está a cargo; ¡soldado necesito que llame a los cabos! —ordenó fríamente el comandante Miller.

El soldado se dirigió al parque donde estaban los combatientes para dejar la razón; de inmediato todos los cabos disponibles se presentaron ante el comandante.

—Señores, ¡Andinia ya es nuestra!, ahora es momento de informarle a todo el mundo quién manda y qué exige —exclamó con rigidez militar— pero llame unos dos sargentos para darle altura a este asunto.

Los soldados se pusieron firmes a la espera de los planes del comandante Miller; no era un tipo muy versado en la política así que algunos colegas suyos dudaron de la posible orden.

—Necesito que cada uno de ustedes tome quince hombres y vayan a imponer nuestras condiciones a todas las propiedades, deben dejar claro que desde ahora la mitad de la tierras se expropiarán por tanto el día de mañana los soldados irán a alambrar la mitad correspondiente al nuevo gobierno.

—En El Progreso no hay nada que expropiar —intervino uno de los cabos; el comandante Miller lo miró con desconfianza.

—Si no hay tierras para expropiar la cuota del barrio serán los jóvenes, eso debe haber por montones, son desplazados, esa gente le gusta parir sin pereza, eso les asegura una razón para mendigar.

—¿Cuántos traemos para cumplir con la cuota?

—Con que me traigan uno por cabeza estará bien, encierren quince para interrogarlos; la PJB está por llegar y necesita estrenarse inmediatamente.

—¡Señor!, ¿por qué delito los arrestamos?

—¡Carajo!, ¿es que ustedes no pueden hacer nada por iniciativa propia? —renegó, el hombre al mando— ¡pues arréstenlos por ser pobres!, ¿qué más delito que ese para la nueva sociedad que va a organizar la Asamblea? 

Cada grupo cumplió con su cometido, llegaban a cada propiedad con buenas maneras, pero mostrando el fusil, informaban a los propietarios la llegada de un grupo de soldados a encerrar con alambre la mitad de la propiedad que pasaba a manos del gobierno, por su parte, los del El Progreso llegaron con sus respectivos prisioneros, solamente faltaba el grupo enviado a Villa Helena. 

Los quince hombres encargados de llevar el mensaje a Villa Helena aparecieron muy temprano en la puerta de la propiedad vacilantes ante los comentarios malignos sobre ella, durante mucho tiempo se llevaron haciendo intentos infructuosos para sobrepasar la puerta, deliberando si entrar o no, debían cumplir con la orden, pero era un lugar extraño, se sentía en el ambiente, ahí sucedieron hechos escalofriantes; para reforzar el desconfianza todo vecino de Andinia relacionado con sus habitantes había quedado envuelto en una maldición: el suicidio, el bautizo, la locura, la maldición del cura ardiendo en la hoguera de la sanación, todo era escalofriante.

—Mierda por qué nos vino a tocar este manicomio —murmuraban todos para sí mismos. 

Tanto se demoraron que llegó uno de los sargentos más temidos de las FMA Fuerzas Militares de la Asamblea.

—Qué hacen aquí partida de imbéciles, me resultaron cobardes estos soldaditos —gritó y entró a la propiedad sin titubeos, al ver que ninguno lo quiso seguir se enfureció, regreso donde estaba el cabo y le dio una orden perentoria.

—¡Soldado llame a cinco hombres armados y fusila a todo el que no quiera entrar!

—¡Sí señor! 

La orden se cumplió al instante, el mensajero se fue con la solicitud al cuartel, media hora después llegaron cinco hombres bien armados dispuestos a disparar contra los sublevados; los rasos emprendieron la marcha hacia su destino al confirmar el futuro mortífero preparado para los desobedientes; uno prefirió el fusilamiento por cuestiones de sus creencia, su culto estaba en contra de la violencia y no iba a participar de la posible masacre en Villa Helena, los demás entraron meditando qué era peor: fuera de las puerta el fusilamiento, adentro alguna maldición extraña. 

Una vez el pelotón estuvo listo la puerta se abrió a un empujón del sargento.

—¿Quién está a cargo? —inquirió con dureza.

—Yo soy Miguel y administro la propiedad.

—¿En serio?, usted es un pelele, un pobre esclavo dijo el sargento Cruz a los soldados vamos a tomar posesión de estas tierras. 

Miguel no dijo nada, se limitó a mirarlos con cierta burla, después decidió escoltarlos hasta el patio de la casa.

—Su presencia no va a gustarle mucho a la señora.

—A quién le importa lo que piense la dueña de estas tierras, según entiendo está loca, no creo que se ponga peor, lo más seguro es que debido a su mal no ponga objeciones.

El administrador se encogió de hombros, limitándose a seguirlos sin decir una palabra. 

Cuando llegaron frente a la casa no sintieron ningún ruido ni movimiento, tampoco se observó a nadie correr a su encuentro.

—¡Señores! —gritó, el sargento Cruz, después de un rato de incertidumbre— vengo a informarles que tomo como propiedad del régimen la mitad de sus tierras.

—¿Quién dice eso? —respondió una voz fantasmal desde la casa.

—La Asamblea que acaba de tomar el poder en Andinia.

—Andinia es una cosa y es de ustedes, no voy a pelear por eso, pero Villa Helena es otra; lárguense si no quieren problemas —aulló, Teresa, saliendo a la puerta. 

A partir del momento cuando decidió su encierro, el ayuno y la desnudez no se le había visto por Villa Helena más allá de sus cabalgatas nocturnas, sin embargo, ahora estaba decidida a proteger sus tierras; desde la oscuridad de la casa apareció lentamente el cuerpo perfecto de una mujer trigueña de cabellos largos y brillantes, con ojos encendidos; cuando estuvo afuera se paró al lado de la reja que rodeaba la casa, por único vestido llevaba una gran escopeta.

—¡Oh! —exclamó sorprendido, Cruz— no es mentira, usted es tan hermosa como dicen, ahora quiero comprobar si su locura es tan cierta.

Teresa no se inmutó ante las palabras del soldado, sólo lo vigilaba con atención, entre tanto los otros estaban tan asustados que no se dieron cuenta del cuerpo sin ropas delante de ellos.

—Teresa, así se llama, ¿verdad?

—Así dicen.

—Mire señora, conozco sus historias y no me asustan, me tiene sin cuidado la muerte en la forma que sea, pero no soporto el suicidio, eso sólo es arma de cobardes, así que le digo que para mí su padre es un miserable cobarde, tampoco me asusto de locuras inventadas ni maldiciones por bautizos prohibidos, Helena Arteaga es una niña común y corriente sin nada especial, en conclusión me importa un pito lo que se diga de Villa Helena, adicionalmente traigo una orden de la Asamblea, mañana mismo un grupo de soldados viene a encerrar con alambre la mitad de esta tierra porque ahora le pertenece al régimen; ¿me entendió?

Teresa no mostró sorpresa ni preocupación por la amenaza, de pronto reaccionó.

—Usted acaba de cometer tres errores mortales en esta propiedad, eso en Villa Helena se paga. 

—¿Cuáles? —preguntó, el sargento Cruz, en medio de una carcajada.

—Mencionar a Alberto Ramírez sin permiso, su nombre es sagrado en esta propiedad —dijo, Teresa, alzó su escopeta y disparó sobre el primer hombre que vio.

El terror deterioró la mísera fortaleza de todos, ahora daba lo mismo quedarse en cualquier parte, afuera los fusilaría el régimen, adentro Teresa.

—Vaya que si está más loca de lo promocionado; ¡dígame el segundo! —gritó, el soldado al mando sin poner cuidado a su hombre caído.

—Hablar mal de Helena Ramírez —respondió, haciendo énfasis al pronunciar el apellido— de ella nadie se puede burlar, será respetada por la gente y temida por imbéciles como usted —exclamó y un segundo hombre cayó, el pavor cundió por el solar, hasta el sargento alcanzó a retroceder unos centímetros, pero se recuperó de inmediato.

—¿Y la tercera?, supongo que después de decirla me matará —dijo, Cruz con sorna, seguido disparó hacia Teresa para adelantarse a su ataque; la bala pasó por un lado de ella a pesar de su quietud. 

Los nervios de los soldados estaban crispados, no reaccionaban a pesar del silbido de las balas a su derredor, aun así a uno de ellos se le escapó un disparo, el proyectil fue a romper el ventanal del cuarto donde dormía Helena, la muchachita empezó a llorar con una intensidad suficiente para lesionar los tímpanos de los jóvenes; todos se cubrieron los oídos con desesperación, cuando por fin el silencio triunfo un viento helado los envolvió; a pesar de su rugido se pudieron escuchar trece disparos, cuando todo volvió a la tranquilidad acostumbrada un solo hombre estaba de pie, el más joven de la comitiva; Teresa había desaparecido, una mujer salió a la puerta. 

—Váyase a informar a quien lo mande que Villa Helena no se será arrebatada por nadie, la señora Teresa deja claro que lo sucedido el día de hoy no fue culpa de ella, simplemente se limitó a defenderse, los soldados no supieron comportarse, pero como nadie quiere malos entendidos son invitados por la señora a recoger sus muertos en paz, deben venir quince hombres, ni uno más, para llevarse los quince cadáveres tirados en el patio; les da su palabra de no atentar contra la seguridad de los enviados a sí mismo como de matar a todo el que supere el número indicado. 

El joven estaba petrificado, la mujer del mensaje no tenía claro si escuchó los suficiente para dar una información adecuada; aplaudió dos veces con intenciones de espabilarlo, pero ante el infructuoso intento emitió un grito descomunal, sacándolo de idiotez; el pobre muchacho corrió como si la muerte lo siguiera o una maldición o cualquier cosa por el estilo impedido de gritar para librarse de su pavor con la esperanza de calmarse para emitir algún sonido entendible; al acercarse al cuartel bajaron sus palpitaciones, a pesar de eso, aumentó su nerviosismo y al plantarse delante del comandante confirmó su presagio: se había quedado sin habla. 

El comandante Miller lo miró de pies a cabeza con el ceño fruncido, tenía como costumbre morderse los labios por la parte interior de la boca cuando estaba ansioso o molesto.—¿Quién fue el imbécil al que se le ocurrió la brillante idea de buscar problemas por allá?, Andinia es un pueblo lleno de pobres y cobardes, pero tiene lugares de renombre por sus misterios como Villa Helena; ¡les dije que fueran a comunicar la expropiación por parte de la Asamblea, no a que se hicieran matar por la loca! —gritó, el comandante—ahora, como al parecer usted es el único que salió con vida, hable, ¿qué pasó?, ¿dónde diablos están los quince hombres que lo acompañaban? 

El muchacho no pudo decir nada, se tomaba la garganta, hacía señas, pero todo era infructuoso, el comandante no entendía.

—¡Carajo!, traigan a alguien que pueda interpretar las señas de este idiota.

Después de una lucha sin igual se les ocurrió la maravillosa idea de dibujar cualquier cosa, no encontraron otra opción, el soldado no conocía las letras para delinearlas.

—¡Mierda!, sólo eso nos faltaba, tocará enseñarles a escribir a estos imbéciles no sea que les dé por quedar mudos después de cada balacera —reflexionó, el capitán— ¡y que les enseñen a dibujar, también!, vea que a este no se le entiende, es como un manchón gris envolviendo a esos muñecos, algo que parece una puerta, una sombra que sobresale, ¡pero carajo!, qué bien delineada la ha dejado, y eso qué es, una bola… supongo que es una cabeza con los palitos esos sobre las orejas y unas rayas saliendo de una ventana que no puedo adivinar…

—Según las señas es un grito —explicó el muchacho encargado de interpretar los gestos del soldado.

—Vea pues, el mudo hablando de gritos… ¡carajo!

Pasados tres días volvió a hablar, pero usaba un tono muy bajo imposible de entender si no se acercaba el oído a su boca.

—Señor, dice que el llanto de una niña lo dejó sordo y luego una ventisca inigualable los mató a todos el comandante Miller frunció su ceño con mayor fuerza de lo acostumbrado, ya era permanente por tantos problemas al gobernar.

—A ver soldado, explíqueme, se quedó sordo por el llanto de una niña y tampoco puede hablar; ¿seguro está sordo o no quiere responder y está mudo o no quiere confesar sus fechorías?, ¡más parece que se estuviera haciendo el pendejo!, ¡lléveselo a la PJB a ver si sigue con su majadería!

—Señor, en realidad no puede hablar —quiso disculparlo el compañero sugestionado por la angustia de su colega— dice que tiene un mensaje, mejor dicho, una advertencia: deben ir quince hombres a rescatar los quince cuerpos, si van más se mueren. 

Después de eso el prisionero enmudeció totalmente hasta el fusilamiento acusado de conspiración contra la Asamblea al guardar secretos de los enemigos a pesar de ser sometido a largas sesiones de tortura; el crimen era absurdo, pero al capitán le pareció importante para el muchacho, no podía fusilarlo por cualquier bobada como quedarse mudo, eso no sería honorable para un miembro de las FMA. 

Una vez el soldado balbuceó la misiva enviada de Villa Helena el comandante Miller se retiró a su oficina a meditar su próxima orden, mejor no mando a recoger esos cuerpos, que se pudran frente a la casa de esa loca, a fin de cuentas a mí qué me importan, pensaba. 

Cumplidos quince días una nota llegó al cuartel: 

Sus muertos hacen estorbo en el patio,

si no vienen por ellos los hago quemar

en el parque para que la gente se de

cuenta que la bota es cobarde.

Enseguida el comandante envió a los encargados de la recuperación de los cadáveres, seguramente están destripados por los gallinazos, caviló.

—Cabo —llamó imperativamente— escoja quince hombres y los lleva a Villa Helena para trasladar los cuerpos, ¡sólo entren los quince!, y mucho cuidadito con irme a formar Troya —advirtió; por su parte, el cabo apenas movió los ojos, ni aunque se lo ordenaran iba a entrar a ese infierno.

—Escoja unos quince que se puedan sacrificar sin pena, lleve a los detenidos en El Progreso, prométales libertad cuando terminen el trabajo, finalmente no van a salir vivos de ahí. 

El cabo salió con sus órdenes y se dirigió a la cárcel, informó a los quince muchachos arrestados en El Progreso su salida a la mañana siguiente como le sugirió el comandante y se fue a descansar para a primera hora dirigirse a cumplir su misión. 

—¡Señor!, ¡señor! —un hombre fornido y mal encarado alertó al comandante Miller.

—¿Qué quiere capitán?, no me diga que decidió ir detrás de Teresa Ramírez.

—Sí señor, si me autoriza yo acabo con esa mujer y tomo toda Villa Helena para el régimen.

El comandante rio de buena gana.

—Si quiere joderse la vida allá usted, pero si la caga se atiene a las consecuencias, sin no lo mata ella lo mato yo.

—No se preocupe señor, esa Villa ya es nuestra. 

Apenas clareo el día partieron para Villa Helena el cabo y sus quince hombres acompañados del capitán y tres gigantes vestidos como si fueran a invadir el mundo.

—Cuando lleguemos entro con ustedes, no se preocupen por nada, en cinco minutos tomamos la casa y luego hacen su trabajo, pero primero lo primero, la casa, después recogemos a los muertos que ya deben estar podridos. 

No se podía negar, el hombre tenía pantalones además de la fama de violento y temerario, era el encargado de eliminar los objetivos no deseados por la Asamblea cuando las FMA o la PJB no podían; sin pensarlo dos veces se adentró firme, una vez en el patio llamó a la señora de la casa.

—Teresa me dicen que está loca, pero no creo, seguramente sabe cuándo rendirse y es hora, vengo a tomar posesión, pero esta vez no será tan fácil, no voy a tomar la mitad, ahora quiero toda la propiedad y a todos sus habitantes fuera.

Otra vez el silencio reinaba, de pronto salió una mujer al zaguán de la casa.

—La señora le pide que cargue sus muertos y se vaya de inmediato.

—Ella se tiene que ir primero, me escucha, ¡tiene que irse primero!

La mujer repitió el mensaje de su señora sin moverse un centímetro de donde se ubicó al llegar.

—Está bien, si no quiere salir por su vida le tengo alguien que seguramente la va a obligar.

Desde atrás apareció uno de los gigantes, llevando de los cabellos a una mujer de figura esquelética.

—Aquí está, seguro la querrá ver —gritó, el capitán— si no sale va a sufrir mucho antes de morir o mejor dicho, si no se presenta uno de mis hombres le dará el último gozo de su vida por cortesía suya.

Mientras la risa invadía todo el patio el capitán hizo una señal al hombre encargado de arrastrar a la mujer, al parecer ya todo estaba acordado porque sin dudarlo la echó al suelo y empezó a romperle la ropa; en ese momento un tiro resonó.

—Me gusta que haga caso Teresa, ya ve que no está tan loca. 

Nuevamente la mujer salió a la luz armada, esta vez llevaba solamente el revolver de su padre.

—Oh, creo que nos vamos a dar un banquete después de tomar esta pocilga.

Los tres grandulones admiraron el cuerpo que tenían de frente, inicialmente les produjo sorpresa, pero después empezaron a reir, celebrando las palabras de su capitán. 

—¿A quién trae ahí y por qué supone que me interesa?

—A una familiar cercana que perdió hace poco, seguramente la extraña —explicó el hombre mientras se acercaba al cuerpo deteriorado de la prisionera, levantando su cabeza oculta entre cabellos revueltos; cuando la sacudió quedó al descubierto el rostro de Clemencia, Teresa se movió hasta llegar a donde estaba tirada.

—Está seguro de lo que dice, si ella no está conmigo es porque la desterré de esta casa, es más, le advertí que si la veía nuevamente la matarían al instante, pero si lo prefiere hacer usted, adelante.

El comandante quedó aturdido ante la explicación, nunca se imaginó semejante cosa; Teresa continuó.

—Puede matarla, no me voy a oponer, pero lo que no puede es maltratarla dentro de mi propiedad —advirtió antes de dispararle a uno de los grandulones, el encargado de arrastrarla por el piso.

Cada evento hacía pensar en un final devastador para todos.

—Voy a repetir mi advertencia inicial, lárguense ahora, no cometan el error de los primeros y llévense sus muertos.

El capitán arrastró a Clemencia hasta donde estaba ella y le puso el arma en la cabeza.

—Vamos a ver si cierto no le interesa.

—Cuidado con lo que va a hacer, yo prometí a esta mujer matarla si volvía por aquí y ese es privilegio mío, nadie más la puede liquidar en Villa Helena; si quiere matarla tiene que hacerlo fuera de mis tierras, no voy a tener cuerpo sin vida si no la mato yo —expreso y apuntó al capitán.

Los muchachos encargados del traslado no entendían nada.

—Ustedes, los quince, van a salir vivos si toman cada uno los despojos correspondientes y salen inmediatamente.

Los muchachos corrieron a la orden de Teresa sin pensar en el estado de los cadáveres después de tanto tiempo a la intemperie, pero con asombro notaron que no les había sucedido nada; aliviados porque no iban cargar carne podrida alzaron con su obligación y salieron despavoridos.

—Ahora ustedes tres, cojan a su prisionera y al gigante que yace allá, y se van mientras puedan, ¡afuera hagan con ella lo que quieran!, por mi parte no es necesario porque ella ha cumplido su parte.

Una vez terminó iba a retirarse a la casa, entonces en segundos el comandante sacó su arma y quiso atacarla, los otros dos empezaron a disparar; todo fue un caos, las ráfagas de los fusiles resonaban por todos lados hasta que un sonido de pisadas similares al de un caballo pasó delante de ellos, enseguida un viento helado los envolvió sin darles tiempo de reaccionar, entences el frío empezó a calar sus huesos hasta encorvarlos, rápidamente se quedaron sin movimiento, después de un rato cesó la fuerte brisa y el patio quedó despejado. 

El cabo que había dirigido a los quince prisioneros le produjo curiosidad la desesperación de los hombres al salir corriendo así como el perfecto estado de los cuerpos, no lo podía creer y decidió adentrarse en Villa Helena; cuando se acercaba a la casa escuchó los gritos, se ocultó en los matorrales crecidos al lado del camino desde donde pudo presenciar lo sucedido; una vez todo quedó despejado iba a escaparse, pero Miguel apareció por detrás, conduciéndolo hasta el patio delante de Teresa,

—Ya sabes lo que pasó aquí, si quieres puedes contarlo, pero primero le dices a tu comandante que debe retirar personalmente el cuerpo de este grandulón, que venga solo porque de los otros tres cuerpos se hizo cargo Alberto Ramírez. 

El cabo no dijo nada, se limitó a retirarse temblando y con el pantalón mojado; rápidamente la noticia se esparció por toda Andinia, convirtiendo a Teresa en una mujer temible y  Villa Helena una propiedad inexpugnable. 

Una vez enterado del comunicado de Teresa Ramírez la única acción posible para el comandante Miller de las FMA era presentarse en Villa Helena a reclamar el cuerpo del capitán muerto.

—Le dije a este idiota que no se hiciera matar y vea con lo que me sale, ¡cabrón de mierda!, por su culpa me van a liquidar también —se escuchó desde su oficina. 

A regañadientes salió del cuartel con tres escoltas, iba cabizbajo sin decidir quién sería la víctima de su furia; temblando se encaminó a Villa Helena, era la única forma de mantener el respeto de sus hombres, morirse en esa empresa era estúpido, pero verse disminuido ante su ejército era inaceptable, apenas empezaba la era oscura, seguro llegaría el momento adecuado para vengarse; cuando se presentó la mujer lo esperaba desde el antejardín de la casa, tan pronto lo miró habló con fortaleza.

—¡Llévese a ese hombre!, y no se olvide que no importan los años que sean ni la fuerza de los invasores con su oscuridad nadie entrará en mi propiedad, yo mando en ella, acá tengo mi oscuridad, vivo con mi maldición; la oscuridad de Andinia es de ustedes la de Villa Helena es mía y sólo encontraran la muerte quienes quieran arrebatármela; un día empezará el fin de la dominación, ese día se abrirán las puertas de Villa Helena para los que decidan iluminar la era oscura y cuando triunfen Helena se hará cargo. 

El capitán no entendió el mensaje ni quiso preguntar, lo guardó en su mente hasta el momento indicado, sólo entonces lo comprendió; cargó el cadáver y salió sin decir una palabra. 

Durante quince años de la invasión nadie se acercó a Villa Helena hasta cuando tres muchachos ingresaron para ocupar la diminuta casas de la loma, ahí establecieron su reducto, el fuerte de los Blanco.

 

martes, 2 de septiembre de 2025

Segunda parte Andinia, la era de la oscuridad I

SEGUNDA PARTE

La era de la oscuridad

I 

Andinia sobrevivía atrapada en un mundo oscuro abrasada por un calor atosigante culpable de haber tostado cualquier esperanza; con días opacos y tristes superaba con languidez la desolación del abandono, durante sus noches frías la luna no aparecía avergonzada por los hechos agobiantes de la época de la dominación, secuestrada por nubes espesas trenzadas sobre las dolidas tierras del pueblo; sus habitantes deambulaban de un lado a otro temerosos a los guardias armados de la policía judicial PJB, las juventudes líderes por Andinia JLAN, los toque de queda permanentes, conscientes de la necesidad informar a sus familiares y amigos de su destino en caso de perderse sin razón, finalmente, no era raro en ese tiempo; era la realidad del pueblo después de tantos años de la entrada de la bota a gobernar. 

Luna Blanca a pesar de mantenerse al margen de la situación no era ajena a la zozobra general, Gumercinda había logrado sacar la propiedad adelante con toda su gente sana, sin embargo, en el último mes tres de sus trabajadores fueron detenidos, aumentando su preocupación con el paso de los días, especialmente con la reciente noticia de la desaparición de Arturo González, administrador de la finca y padrino de Petrona. 

Pasaron quince años antes de lo inevitable, la Asamblea invadiría Luna Blanca; desde el inicio de la oscuridad no había sido víctima de la PJB como otras propiedades, tampoco había sufrido la violencia de las redadas del barrio El Progreso y la invasión; pero todo se altera con el tiempo especialmente cuando surge el cansancio de los dominados, eso pasaba en Andinia, se empezaban a oír murmullos de rebeldía suficientes para crear preocupación entre la Asamblea; no había cosa peor que el eco de las palabras de hombres pensantes, creían los dictadores, no podemos dejar que se extiendan, es hora de eliminarlos antes que sea tarde; refuercen los patrullajes y detengan a cualquiera, acúsenlos de conspiración o lo que les dé la gana, pero arréstenlos, decían en su reuniones. 

Como las misas estaban prohibidas el padre Lucio logró el permiso para realizar una oración los días festivos en reemplazo de la liturgia dominical; la reunión se volvió tan popular entre los habitantes que molestó a la Asamblea, para ellos no se podía aceptar ceremonias tan grandes por tanto se ordenó el arresto de dos o tres asistentes por domingo; el último fueron detenidos el administrador de Luna Blanca y dos trabajadores, no se sabía las razones, pero seguramente no los volverían a ver, así actuaba la PJB.

—Ayer se llevaron a mi papá, ¿cuándo van a ir por él señora Gumercinda? —preguntó desesperado, su hijo.

—No puedo hacer nada joven Arturo, ya he perdido varios trabajadores y cada vez que voy por allá me salen con algún pretexto para no aclarar la situación; su papá me importa muchísimo, no sólo por su buen trabajo, también porque es el padrino de Petrona y lo necesita.

—¡Entonces voy yo!

—¡No! —gritó, Mirta.

—Joven, no cometa un error, lo más probable es que lo detengan también —aseguró, Gumercinda, pero el muchacho estaba resuelto.

—No vaya, así no consigue nada, usted puede ayudar de otra forma a Andinia, no se haga arrestar —dijo una muchachita alta, delgada, de rasgos finos, propios de la niñas Martínez, con un tono de voz suficiente para calmar los impulsos de Arturo.

—Niña, no sé cómo pueda ayudar de otra forma, ahora lo más importante es mi papá.

—Y Andinia por el bien de todos —dijo, Petrona.

Arturo guardó silencio mientras contemplaba a su madre desconsolada en un asiento de la sala; la niña tiene razón, pensó. 

Entre tanto en Villa Helena no sucedía nada extraño, la barbaridad de Teresa reconocida en todas partes, el terror al fantasma de Alberto Ramírez inventado por la falta de oficio de los pobladores aunado al poder de la bautizada con sangre fueron suficientes para encerrarla en una cápsula protectora, esfumándose de la historia de Andinia durante quince años, solamente Miguel salía al pueblo. 

Andinia había crecido forzosamente gracias a la marea venida de otros sitios a pesar de la situación; al principio fueron repelidos por la PJB, pero finalmente dejaron de perseguirlos cuando descubrieron la invasión, un lote baldío perteneciente a El Lucero donde se asentaban los desplazados sin hogar; de inmediato la PJB encarceló a Joaquín Arteaga, acusándolo de proteger a la marea en sus predios, lo tuvo preso un largo tiempo hasta cuando decidieron llevarlo a una cárcel central para demostrar la inocencia de la Policía Judicial en la desapariciones de la gente de Andinia; pasados cinco años lo dejaron en libertad para mostrar la benevolencia de la Asamblea, sin embargo, no fue tan altruista la razón, dos años después murió carcomido por un cáncer de garganta debido al alcohol derramado en su boca con intención de sacarle alguna acusación contra los dirigentes de la marea, el pobre hombre sufrió la tortura sin remidió porque no tenía la más remota idea de los conspiraciones; era conocida la brutalidad de la PJB, según algunos sobrevivientes ponían alcohol en un vaso, después lo daban a beber a sorbos mientras se realizaba el interrogatorio, si no les gustaba la respuesta acercaban una chispa suficiente para encender el alcohol revuelto con saliva sin quemar totalmente la lengua; debido a las llagas formadas después de cada sesión de preguntas no había posibilidad de comer; aquí está la comida, es la misma del comandante para que cuando salga no diga que lo tratamos mal, si usted se muere de hambre es por necedad, no por culpa nuestra. 

El barrio El Progreso casi topaba con Andinia, por el otro lado colindaba con la invasión; los dos asentamientos era compuestos por desplazados, pero había algunos considerados de menos valía, despreciados en El Progreso al punto de verse forzados a mendigar a la intemperie hasta cuando se cansaron, entonces decidieron guarecerse en un lote baldío suficiente para colgar cartones soportados con madera vieja, cubiertos por latas para cubrirse del clima. 

A pesar de estar sujetos a la misma dominación violenta de la Asamblea los desplazados de diferentes estratos se enfrentaban por un poder irreal, dando a la PJB material suficiente para sus interrogatorios porque siempre había muertos y vencidos dispuestos a entregarse.

—Entren y traigan a los cabecillas.

—Señor, esos tipos se esconden como ratas…

—Entonces a los familiares y verá que salen inmediatamente.

—Ahí todos son familiares.

—¡Usted es pendejo!, ¡tráigame a los niños!, y no me diga que no han nacido porque los últimos tienen quince años, con esos me contento —aulló molesto el comandante— de paso detenga a los profesores, ¿para qué los quieren si no ha nacido ningún niño desde que llegamos? 

El día de la redada el colegio fue un caos, a pesar de la oposición de los habitantes no pudieron salvar a todos los niños, se llevaron cuatro y seis profesores, una oportunidad propicia para revivir a los plateados aparentemente eliminados por la bota antes de la toma; los que se salvaron de la extinción se resguardaron en El Progreso y usaron la detención de los niños como pretexto para rearmarse; desde ese momento se hizo imposible a la PJB entrar al barrio por eso la Asamblea dio la orden de arrestar a todos los que se atrevieran a acercarse a Andinia, sólo estaban autorizados los integrantes de los clubes de lectura patrocinados por la Asamblea y los candidatos a pertenecer a la JLAN. 

Una vez emitida la orden de detención general bajó la afluencia de habitantes del barrio para abastecerse de víveres en Andinia; ante la escasez de productos pululó el contrabando de varios lugares llevado por vendedores itinerantes sin creencia alguna dispuestos a vender a los vecinos inocentes, los plateados o la guardia de la Asamblea en un mercado construido en límites de los tres asentamientos, donde se permitía todo tipo de negocio, la plaza neutral, como lo empezaron a llamar. 

El más conocido de los mercaderes era Dorian, bajaba por el rio desde Pacífico cuando llevaba mercancía para El Progreso y entraba en transporte terrestre para comerciar en Andinia; todos sabían sobre sus actividades lucrativas, pero nadie lo molestaba en sus correrías, es un mal necesario, decía el comandante al explicar a la Asamblea la libertad del negociante.

 Al navegar el rio, Dorian pensaba en la cosas increíbles a su alrededor, no podía entender a los hombres, eran capaces de reunirse en el mercado a comprar sin mortificarse a pesar de no compartir los mismos gustos, pero si estaban dispuestos a matarse por pensar diferente, para un trashumante como él no tenía sentido, pero qué se yo de ideas y políticas, hablaba mientras viajaba. 

Llegaba los jueves a El Progreso con un cargamento de todas las comidas enlatadas posibles, en el barrio se usaban mucho por la falta de energía, también pan y galletas, algunos granos como arroz, fríjoles o lentejas y por pedido general bebidas enlatadas especialmente cerveza; el viejo Beto acaparaba la mercancía más valiosa como el café y el aguardiente para revender los días feriados. 

Dorian bajaba acompañado de Henry, un hombre panzón con piernas delgadas muy cortas que parecía terminar en triángulo, parece un muñeco mal hecho, dijo un vecino cierto día, un comentario suficiente para dejarlo con ese remoquete; el muñeco comerciaba con algunas verduras, plátanos, papás, así como una pocas frutas, además de ropa y cacharro general; cuando iban para Andinia llevaban carnes, pollo y pescado fresco porque en el pueblo si tenían energía, pero era más el cacharro y la ropa para no competir con Catalino, preferían no meterse con él, finalmente era el proveedor de la Asamblea. 

Todo parecía moverse con la modorra de la dominación, nadie podía hacer nada más allá de lo permitido por la Asamblea, sin embargo, leves movimientos de muchachos con intenciones revolucionarias se percibían en el ambiente; la Asamblea estaba nerviosa sobre todo porque se empezaba a sospechar de un descontento al interior de su ejército, la pérdida de su apoyo los acabaría, ni la PJB con todo su poderío y violencia los podía salvar, peor si aparecían rebeldes en su contra. 

A pesar de la proliferación de plateados también había un grupo de jóvenes dispuestos a dar su propia batalla, no creían necesarias las demostraciones de poderío entre otras por carecer de él, para ellos la única forma de derrocar a la Asamblea era con la planificación de un golpe sin posibilidad de fracaso.

—El ataque tiene que ser medido, nada se nos puede pasar, es mejor en silencio para no despertar sospecha —decía el hijo de Beto muy comprometido con el plan.

Gustavo, un locutor de El Progreso contratado por la Asamblea para manejar su emisora, caminaba al lado de Vitelio.

—¿Y qué hacemos con los plateados?

—Nada, ellos piensan que se puede lograr el poder con las armas, nosotros no podemos caer en ese discurso inoficioso —dijo, Vito— a nosotros no nos quieren porque dicen que somos cobardes y nunca vamos a triunfar, sólo las armas lo pueden todo dicen; yo no creo, si un día ganan con las armas estarán tan amañados a la destrucción que serán peores gobernantes, más despiadados que los derrocados.

El locutor lo miró de reojo, incrédulo ante el discurso de su amigo, aunque en el fondo de acuerdo.

—Pero necesitamos gente convencida para nuestro plan.

—¡Claro que sí! —exclamó, Vito con emoción en su rostro— y los primeros son los plateados, con su alboroto inoficioso distraen a la PJB y eso nos conviene.

—Entonces sirven de algo los armados.

—Cualquier cosa que distraiga sirve, no necesariamente las armas, un chisme con pelea sirve si da oportunidad de planear las cosas con tranquilidad.

—¿Dónde buscamos esa gente?, en El Progreso podemos entrevistar unos cuantos, pero necesitamos de la invasión, no podemos seguir con la discriminación sino a donde vamos con la idea de la libertad.

—Tienes razón —concordó, Vitelio— ya estoy en ese asunto, creo que el ayudante de Catalino puede ser un buen elemento.

—¿Confías en alguien que trabaja para el proveedor de la Asamblea? —preguntó Gustavo— además él no es de la invasión.

—Me extraña tu desconfianza —comento, Vito— tu trabajas en su emisora por eso eres nuestro locutor infiltrado y hasta el momento no me has traicionado.

El locutor guardó silencio mientras trataba de descubrir si la actitud de Vito era seguridad o estupidez.

—Está bien, es tu decisión.

—Hoy habló con él, mañana te cuento si podemos confiar. 

Una vez se despidieron, el locutor se dirigió a la emisora oficial para dirigir el programa de las tardes, presentaba melodías románticas sin ningún mensaje válido y música instrumental en la mayor parte del programa; por su parte, Vito fue en busca de Arturo González, hijo del desaparecido administrados de Luna Blanca, para encontrarse con el ayudante de Catalino en la tienda.

Los dos jóvenes se fueron en el carro con el pretexto de comprar algunas cosas, a Gumercinda le daba miedo el riesgo tomado por Arturo, considerando la situación peligrosa para Luna Blanca, sin embargo, por petición expresa de Petrona lo dejaba salir.

—Buenas tardes Catalino, ¿cómo va todo por Andinia? —saludó, Vito.

—Para mí bien, no se para ustedes si los encuentra la PJB.

—Tranquilo Catalino, tenemos permiso, estamos entrenándonos para ser de la JLAN —bromeó, Vito; el tendero lo miró con cierta molestia, pero no dejo de reírse de la absurda afirmación del díscolo joven.

—Hola, Catalino —expresó, Arturo— necesito unas cosas para Luna Blanca, la señora no pudo venir y como mi papá lo tiene la guardia vine yo —agregó con su seriedad característica sin inmutarse.

Después de unos minutos salió un muchacho flaco, lleno de acné, sonriendo sin ninguna razón.

—Arturo, ese es su pedido, ahora váyase.

—Falta algo más, mientras tanto que el muchacho me lleve eso al carro.

A una señal de Catalino su ayudante salió con la carga, detrás se fue Vito.

—Que vas a hacer esta noche.

El joven lo miró con preocupación, no quería terminar en la cárcel por hablar con aquel tipo tan mencionado; Vito se adelantó cuando notó las dudas, le explicó la razón para llamarlo y lo tranquilizó.

—Dile a Catalino que vas a hacer alguna vuelta y te espero en la otra cuadra en el carro de Arturo.

Sólo fueron necesarios diez minutos para descubrir la necesidad del muchacho de combatir la oscuridad, era como si hubiera estado esperando la visita.

—Después nos vemos —le dijo Vito antes de partir en el carro.

Cuando su ayudante regreso Catalino lo miró con severidad, no era partidario de la oscuridad, pero era el mayor proveedor de la Asamblea por eso no le convenía crear dudas sobre su neutralidad.

—Didier, tenga mucho cuidado con lo que hace y no me vaya a meter en problemas.

—¿Me va a despedir?

—Por qué, yo ya le advertí, si lo cogen yo no sé nada y no me importa —dijo con un leve movimiento de los labios en el que se descubría un signo de aceptación. 

Pasaron varios días, a Didier se le encomendó llevar algunos mensajes a El Progreso con el pretexto de entregar mercancía para el turco, dueño de un local en la zona neutral, vendedor de zapatos con el permiso de la Asamblea de quien era partidario; sus productos eran necesarios para El Progreso y la invasión por eso los plateados lo dejaban tranquilo, sin él la gente tendría que andar descalza, una cosa impensable, la revolución no se puede hacer mal vestido; Didier cumplió con su misión varias veces, ganándose la confianza de Vito. 

Para la siguiente entrevista Didier fue invitado al lugar de reunión de sus reclutadores; de acuerdo con las instrucciones de Vito dio una vuelta por detrás del parque y fue a parar a la puerta trasera de la iglesia ubicada al lado de un montón de tierra deslizado sobre la construcción cuando Andinia fue arreciada por la lluvia, tocó la puerta dos veces como le indicaron, al pasar unos instantes se encontró de frente con el padre Lucio.

—Sigue muchacho, sigue con confianza —dijo el cura. 

Cuando se adentró en el recinto vio unas sillas ubicadas en forma de media luna, detrás de ellas estaba una mesa llena de los utensilios usados en la eucaristía y algunos santos arrumados porque antes de la prohibición de la misa la PJB desbarató el altar y las naves con el cuento de encontrar pruebas en contra del padre Juan, según sus averiguaciones la bendición del fuego fue una forma de sacar a todo el pueblo a una masacre de las serpientes; el pobre cura debió haberse revolcado en su tumba ante tal acusación, nosotros velamos por ustedes, el padre los engañó, decretaron. 

Mientras reconocía el recinto a pesar de la penumbra Arturo apareció por un zaguán contiguo al altar de la iglesia, lo saludo con tono seco sin demostrar ningún sentimiento, detrás de él apareció Vito; el padre les sirvió un café y los tres se sentaron a conversar.

—Te presento a Lucio…

—Padre Lucio, aunque se demore —interrumpió, el hombre.

—Bueno, Lucio —repitió, Vito y sonrió— a Arturo ya lo conoces.

—Como está Didier, espero que nos colabore.

La situación era embarazosa para Didier, estaba seguro de buscar un grupo de amigos para derrocar la oscuridad, pero un cura, un mayordomo y el hijo del revendedor de El Progreso no era lo que esperaba. 

Vito tomó aire y habló:

—¿Crees que estamos bien?, ¿cómo te parece nuestra situación?; después de quince años de soledad, de tristeza, de ocupación, seguimos sin encontrar una salida, ¿no crees que es hora de hacer algo por Andinia? ¡Somos jóvenes!, Andinia nos necesita; es hora de pensar en rescatarla, los viejos no quieren hacer nada, Onésimo y Obdulio se entregaron a la oscuridad, Catalino es el proveedor de la Asamblea, no contamos con ellos, el único que me gustaría que se uniera a nuestra causa es Miguel, ese hombre es de admirar, sacó adelante a Villa Helena a pesar de todos los problemas dejados por Ramiro y mantiene a raya a las dos locas de su casa, aunque Teresa es otra que quisiera tener de mi lado, no le tiene miedo a nadie, después de matar a los catorce que se atrevieron a entrar en su propiedad no ha sido molestada por nadie, es admirable, aunque tiene ayuda del más allá —dijo y sonrió— pero ellos no están, somos los jóvenes de Andinia los llamados a liberarla, está en nuestras manos incubar el plan para derrocar a la Asamblea.

Mientras Vito tomaba aire Didier se frotaba nervioso las manos.

—¿Preocupado? —inquirió, Arturo— aquí todos nos preocupamos, pero esté seguro que cuanta con nosotros para protegerlo.

—Como decía, hay que invitar a más jóvenes y para eso te necesito, con Arturo no somos suficientes para atraer los suficientes para llevar a cabo nuestro plan.

—En eso estamos, como dice Vito, necesitamos más aliados, pero para atraerlos hay que hacer un trabajo en el que puedes ser muy importante, un trabajo en El Progreso y la invasión en donde casi no tenemos seguidores —explicó, Arturo.

—Pero primero quiero escucharte para saber si cuento contigo, para decirte quién más está con nosotros; no quiero arriesgarme a que mañana se abran las puertas de la cárcel y nos reciban a todos; quiero asegurarme de tu lealtad por eso te llamo aquí con el padre Lucio como testigo, ante todo nos interesa triunfar por eso queremos ser claros desde el principio, no pretendemos mentirte, sólo salvar Andinia cueste lo que cueste, después ya veremos, es posible que ni siquiera veamos el después porque habrá sacrificios en el camino; ahora te agradezco que hayas venido y te pido tu opinión, tu opinión sobre esta propuesta; dame una buena razón para confiar.

—Pues bueno, ya había escuchado de un grupo que estaba naciendo para liberar a Andinia, desde ese mismo momento quise hacer parte de él, quiero que todo acabe, es hora, especialmente en este momento cuando la Asamblea empieza a dudar de su dominio; deseo lo mismo que ustedes, acabar con la oscuridad, una era desgraciada para la historia de Andinia, espero el momento de construir este proyecto; en cuanto a la confianza, creo que de alguna manera confías en mí de lo contrario no me hubieras llamado a tu sitio de reunión, el lugar donde se va a planear el futuro de Andinia. 

La elocuencia de Didier confirmó lo presupuestado, era un elemento para reclutar; el domingo durante la larga oración de las adoradoras del señor que disimulaba la demora de los muchachos hubo una reunión en la sacristía.

Muy bien, es hora de dar el siguiente paso —dijo, Vito— es hora de conocer a los cerebros detrás del plan.

De las sombras detrás de la mesa llena de chécheres relució la imagen de un hombre de mediana edad, trigueño, muy amable al saludar, pero atento a los movimientos del joven.

—Hola Didier, mi nombre es Álvaro, espero que contemos con tu entrega y lealtad —dijo— él es Teseo —agregó apuntando a la mesa oculta por la falta de luz.