martes, 2 de septiembre de 2025

Segunda parte Andinia, la era de la oscuridad I

SEGUNDA PARTE

La era de la oscuridad

I 

Andinia sobrevivía atrapada en un mundo oscuro abrasada por un calor atosigante culpable de haber tostado cualquier esperanza; con días opacos y tristes superaba con languidez la desolación del abandono, durante sus noches frías la luna no aparecía avergonzada por los hechos agobiantes de la época de la dominación, secuestrada por nubes espesas trenzadas sobre las dolidas tierras del pueblo; sus habitantes deambulaban de un lado a otro temerosos a los guardias armados de la policía judicial PJB, las juventudes líderes por Andinia JLAN, los toque de queda permanentes, conscientes de la necesidad informar a sus familiares y amigos de su destino en caso de perderse sin razón, finalmente, no era raro en ese tiempo; era la realidad del pueblo después de tantos años de la entrada de la bota a gobernar. 

Luna Blanca a pesar de mantenerse al margen de la situación no era ajena a la zozobra general, Gumercinda había logrado sacar la propiedad adelante con toda su gente sana, sin embargo, en el último mes tres de sus trabajadores fueron detenidos, aumentando su preocupación con el paso de los días, especialmente con la reciente noticia de la desaparición de Arturo González, administrador de la finca y padrino de Petrona. 

Pasaron quince años antes de lo inevitable, la Asamblea invadiría Luna Blanca; desde el inicio de la oscuridad no había sido víctima de la PJB como otras propiedades, tampoco había sufrido la violencia de las redadas del barrio El Progreso y la invasión; pero todo se altera con el tiempo especialmente cuando surge el cansancio de los dominados, eso pasaba en Andinia, se empezaban a oír murmullos de rebeldía suficientes para crear preocupación entre la Asamblea; no había cosa peor que el eco de las palabras de hombres pensantes, creían los dictadores, no podemos dejar que se extiendan, es hora de eliminarlos antes que sea tarde; refuercen los patrullajes y detengan a cualquiera, acúsenlos de conspiración o lo que les dé la gana, pero arréstenlos, decían en su reuniones. 

Como las misas estaban prohibidas el padre Lucio logró el permiso para realizar una oración los días festivos en reemplazo de la liturgia dominical; la reunión se volvió tan popular entre los habitantes que molestó a la Asamblea, para ellos no se podía aceptar ceremonias tan grandes por tanto se ordenó el arresto de dos o tres asistentes por domingo; el último fueron detenidos el administrador de Luna Blanca y dos trabajadores, no se sabía las razones, pero seguramente no los volverían a ver, así actuaba la PJB.

—Ayer se llevaron a mi papá, ¿cuándo van a ir por él señora Gumercinda? —preguntó desesperado, su hijo.

—No puedo hacer nada joven Arturo, ya he perdido varios trabajadores y cada vez que voy por allá me salen con algún pretexto para no aclarar la situación; su papá me importa muchísimo, no sólo por su buen trabajo, también porque es el padrino de Petrona y lo necesita.

—¡Entonces voy yo!

—¡No! —gritó, Mirta.

—Joven, no cometa un error, lo más probable es que lo detengan también —aseguró, Gumercinda, pero el muchacho estaba resuelto.

—No vaya, así no consigue nada, usted puede ayudar de otra forma a Andinia, no se haga arrestar —dijo una muchachita alta, delgada, de rasgos finos, propios de la niñas Martínez, con un tono de voz suficiente para calmar los impulsos de Arturo.

—Niña, no sé cómo pueda ayudar de otra forma, ahora lo más importante es mi papá.

—Y Andinia por el bien de todos —dijo, Petrona.

Arturo guardó silencio mientras contemplaba a su madre desconsolada en un asiento de la sala; la niña tiene razón, pensó. 

Entre tanto en Villa Helena no sucedía nada extraño, la barbaridad de Teresa reconocida en todas partes, el terror al fantasma de Alberto Ramírez inventado por la falta de oficio de los pobladores aunado al poder de la bautizada con sangre fueron suficientes para encerrarla en una cápsula protectora, esfumándose de la historia de Andinia durante quince años, solamente Miguel salía al pueblo. 

Andinia había crecido forzosamente gracias a la marea venida de otros sitios a pesar de la situación; al principio fueron repelidos por la PJB, pero finalmente dejaron de perseguirlos cuando descubrieron la invasión, un lote baldío perteneciente a El Lucero donde se asentaban los desplazados sin hogar; de inmediato la PJB encarceló a Joaquín Arteaga, acusándolo de proteger a la marea en sus predios, lo tuvo preso un largo tiempo hasta cuando decidieron llevarlo a una cárcel central para demostrar la inocencia de la Policía Judicial en la desapariciones de la gente de Andinia; pasados cinco años lo dejaron en libertad para mostrar la benevolencia de la Asamblea, sin embargo, no fue tan altruista la razón, dos años después murió carcomido por un cáncer de garganta debido al alcohol derramado en su boca con intención de sacarle alguna acusación contra los dirigentes de la marea, el pobre hombre sufrió la tortura sin remidió porque no tenía la más remota idea de los conspiraciones; era conocida la brutalidad de la PJB, según algunos sobrevivientes ponían alcohol en un vaso, después lo daban a beber a sorbos mientras se realizaba el interrogatorio, si no les gustaba la respuesta acercaban una chispa suficiente para encender el alcohol revuelto con saliva sin quemar totalmente la lengua; debido a las llagas formadas después de cada sesión de preguntas no había posibilidad de comer; aquí está la comida, es la misma del comandante para que cuando salga no diga que lo tratamos mal, si usted se muere de hambre es por necedad, no por culpa nuestra. 

El barrio El Progreso casi topaba con Andinia, por el otro lado colindaba con la invasión; los dos asentamientos era compuestos por desplazados, pero había algunos considerados de menos valía, despreciados en El Progreso al punto de verse forzados a mendigar a la intemperie hasta cuando se cansaron, entonces decidieron guarecerse en un lote baldío suficiente para colgar cartones soportados con madera vieja, cubiertos por latas para cubrirse del clima. 

A pesar de estar sujetos a la misma dominación violenta de la Asamblea los desplazados de diferentes estratos se enfrentaban por un poder irreal, dando a la PJB material suficiente para sus interrogatorios porque siempre había muertos y vencidos dispuestos a entregarse.

—Entren y traigan a los cabecillas.

—Señor, esos tipos se esconden como ratas…

—Entonces a los familiares y verá que salen inmediatamente.

—Ahí todos son familiares.

—¡Usted es pendejo!, ¡tráigame a los niños!, y no me diga que no han nacido porque los últimos tienen quince años, con esos me contento —aulló molesto el comandante— de paso detenga a los profesores, ¿para qué los quieren si no ha nacido ningún niño desde que llegamos? 

El día de la redada el colegio fue un caos, a pesar de la oposición de los habitantes no pudieron salvar a todos los niños, se llevaron cuatro y seis profesores, una oportunidad propicia para revivir a los plateados aparentemente eliminados por la bota antes de la toma; los que se salvaron de la extinción se resguardaron en El Progreso y usaron la detención de los niños como pretexto para rearmarse; desde ese momento se hizo imposible a la PJB entrar al barrio por eso la Asamblea dio la orden de arrestar a todos los que se atrevieran a acercarse a Andinia, sólo estaban autorizados los integrantes de los clubes de lectura patrocinados por la Asamblea y los candidatos a pertenecer a la JLAN. 

Una vez emitida la orden de detención general bajó la afluencia de habitantes del barrio para abastecerse de víveres en Andinia; ante la escasez de productos pululó el contrabando de varios lugares llevado por vendedores itinerantes sin creencia alguna dispuestos a vender a los vecinos inocentes, los plateados o la guardia de la Asamblea en un mercado construido en límites de los tres asentamientos, donde se permitía todo tipo de negocio, la plaza neutral, como lo empezaron a llamar. 

El más conocido de los mercaderes era Dorian, bajaba por el rio desde Pacífico cuando llevaba mercancía para El Progreso y entraba en transporte terrestre para comerciar en Andinia; todos sabían sobre sus actividades lucrativas, pero nadie lo molestaba en sus correrías, es un mal necesario, decía el comandante al explicar a la Asamblea la libertad del negociante.

 Al navegar el rio, Dorian pensaba en la cosas increíbles a su alrededor, no podía entender a los hombres, eran capaces de reunirse en el mercado a comprar sin mortificarse a pesar de no compartir los mismos gustos, pero si estaban dispuestos a matarse por pensar diferente, para un trashumante como él no tenía sentido, pero qué se yo de ideas y políticas, hablaba mientras viajaba. 

Llegaba los jueves a El Progreso con un cargamento de todas las comidas enlatadas posibles, en el barrio se usaban mucho por la falta de energía, también pan y galletas, algunos granos como arroz, fríjoles o lentejas y por pedido general bebidas enlatadas especialmente cerveza; el viejo Beto acaparaba la mercancía más valiosa como el café y el aguardiente para revender los días feriados. 

Dorian bajaba acompañado de Henry, un hombre panzón con piernas delgadas muy cortas que parecía terminar en triángulo, parece un muñeco mal hecho, dijo un vecino cierto día, un comentario suficiente para dejarlo con ese remoquete; el muñeco comerciaba con algunas verduras, plátanos, papás, así como una pocas frutas, además de ropa y cacharro general; cuando iban para Andinia llevaban carnes, pollo y pescado fresco porque en el pueblo si tenían energía, pero era más el cacharro y la ropa para no competir con Catalino, preferían no meterse con él, finalmente era el proveedor de la Asamblea. 

Todo parecía moverse con la modorra de la dominación, nadie podía hacer nada más allá de lo permitido por la Asamblea, sin embargo, leves movimientos de muchachos con intenciones revolucionarias se percibían en el ambiente; la Asamblea estaba nerviosa sobre todo porque se empezaba a sospechar de un descontento al interior de su ejército, la pérdida de su apoyo los acabaría, ni la PJB con todo su poderío y violencia los podía salvar, peor si aparecían rebeldes en su contra. 

A pesar de la proliferación de plateados también había un grupo de jóvenes dispuestos a dar su propia batalla, no creían necesarias las demostraciones de poderío entre otras por carecer de él, para ellos la única forma de derrocar a la Asamblea era con la planificación de un golpe sin posibilidad de fracaso.

—El ataque tiene que ser medido, nada se nos puede pasar, es mejor en silencio para no despertar sospecha —decía el hijo de Beto muy comprometido con el plan.

Gustavo, un locutor de El Progreso contratado por la Asamblea para manejar su emisora, caminaba al lado de Vitelio.

—¿Y qué hacemos con los plateados?

—Nada, ellos piensan que se puede lograr el poder con las armas, nosotros no podemos caer en ese discurso inoficioso —dijo, Vito— a nosotros no nos quieren porque dicen que somos cobardes y nunca vamos a triunfar, sólo las armas lo pueden todo dicen; yo no creo, si un día ganan con las armas estarán tan amañados a la destrucción que serán peores gobernantes, más despiadados que los derrocados.

El locutor lo miró de reojo, incrédulo ante el discurso de su amigo, aunque en el fondo de acuerdo.

—Pero necesitamos gente convencida para nuestro plan.

—¡Claro que sí! —exclamó, Vito con emoción en su rostro— y los primeros son los plateados, con su alboroto inoficioso distraen a la PJB y eso nos conviene.

—Entonces sirven de algo los armados.

—Cualquier cosa que distraiga sirve, no necesariamente las armas, un chisme con pelea sirve si da oportunidad de planear las cosas con tranquilidad.

—¿Dónde buscamos esa gente?, en El Progreso podemos entrevistar unos cuantos, pero necesitamos de la invasión, no podemos seguir con la discriminación sino a donde vamos con la idea de la libertad.

—Tienes razón —concordó, Vitelio— ya estoy en ese asunto, creo que el ayudante de Catalino puede ser un buen elemento.

—¿Confías en alguien que trabaja para el proveedor de la Asamblea? —preguntó Gustavo— además él no es de la invasión.

—Me extraña tu desconfianza —comento, Vito— tu trabajas en su emisora por eso eres nuestro locutor infiltrado y hasta el momento no me has traicionado.

El locutor guardó silencio mientras trataba de descubrir si la actitud de Vito era seguridad o estupidez.

—Está bien, es tu decisión.

—Hoy habló con él, mañana te cuento si podemos confiar. 

Una vez se despidieron, el locutor se dirigió a la emisora oficial para dirigir el programa de las tardes, presentaba melodías románticas sin ningún mensaje válido y música instrumental en la mayor parte del programa; por su parte, Vito fue en busca de Arturo González, hijo del desaparecido administrados de Luna Blanca, para encontrarse con el ayudante de Catalino en la tienda.

Los dos jóvenes se fueron en el carro con el pretexto de comprar algunas cosas, a Gumercinda le daba miedo el riesgo tomado por Arturo, considerando la situación peligrosa para Luna Blanca, sin embargo, por petición expresa de Petrona lo dejaba salir.

—Buenas tardes Catalino, ¿cómo va todo por Andinia? —saludó, Vito.

—Para mí bien, no se para ustedes si los encuentra la PJB.

—Tranquilo Catalino, tenemos permiso, estamos entrenándonos para ser de la JLAN —bromeó, Vito; el tendero lo miró con cierta molestia, pero no dejo de reírse de la absurda afirmación del díscolo joven.

—Hola, Catalino —expresó, Arturo— necesito unas cosas para Luna Blanca, la señora no pudo venir y como mi papá lo tiene la guardia vine yo —agregó con su seriedad característica sin inmutarse.

Después de unos minutos salió un muchacho flaco, lleno de acné, sonriendo sin ninguna razón.

—Arturo, ese es su pedido, ahora váyase.

—Falta algo más, mientras tanto que el muchacho me lleve eso al carro.

A una señal de Catalino su ayudante salió con la carga, detrás se fue Vito.

—Que vas a hacer esta noche.

El joven lo miró con preocupación, no quería terminar en la cárcel por hablar con aquel tipo tan mencionado; Vito se adelantó cuando notó las dudas, le explicó la razón para llamarlo y lo tranquilizó.

—Dile a Catalino que vas a hacer alguna vuelta y te espero en la otra cuadra en el carro de Arturo.

Sólo fueron necesarios diez minutos para descubrir la necesidad del muchacho de combatir la oscuridad, era como si hubiera estado esperando la visita.

—Después nos vemos —le dijo Vito antes de partir en el carro.

Cuando su ayudante regreso Catalino lo miró con severidad, no era partidario de la oscuridad, pero era el mayor proveedor de la Asamblea por eso no le convenía crear dudas sobre su neutralidad.

—Didier, tenga mucho cuidado con lo que hace y no me vaya a meter en problemas.

—¿Me va a despedir?

—Por qué, yo ya le advertí, si lo cogen yo no sé nada y no me importa —dijo con un leve movimiento de los labios en el que se descubría un signo de aceptación. 

Pasaron varios días, a Didier se le encomendó llevar algunos mensajes a El Progreso con el pretexto de entregar mercancía para el turco, dueño de un local en la zona neutral, vendedor de zapatos con el permiso de la Asamblea de quien era partidario; sus productos eran necesarios para El Progreso y la invasión por eso los plateados lo dejaban tranquilo, sin él la gente tendría que andar descalza, una cosa impensable, la revolución no se puede hacer mal vestido; Didier cumplió con su misión varias veces, ganándose la confianza de Vito. 

Para la siguiente entrevista Didier fue invitado al lugar de reunión de sus reclutadores; de acuerdo con las instrucciones de Vito dio una vuelta por detrás del parque y fue a parar a la puerta trasera de la iglesia ubicada al lado de un montón de tierra deslizado sobre la construcción cuando Andinia fue arreciada por la lluvia, tocó la puerta dos veces como le indicaron, al pasar unos instantes se encontró de frente con el padre Lucio.

—Sigue muchacho, sigue con confianza —dijo el cura. 

Cuando se adentró en el recinto vio unas sillas ubicadas en forma de media luna, detrás de ellas estaba una mesa llena de los utensilios usados en la eucaristía y algunos santos arrumados porque antes de la prohibición de la misa la PJB desbarató el altar y las naves con el cuento de encontrar pruebas en contra del padre Juan, según sus averiguaciones la bendición del fuego fue una forma de sacar a todo el pueblo a una masacre de las serpientes; el pobre cura debió haberse revolcado en su tumba ante tal acusación, nosotros velamos por ustedes, el padre los engañó, decretaron. 

Mientras reconocía el recinto a pesar de la penumbra Arturo apareció por un zaguán contiguo al altar de la iglesia, lo saludo con tono seco sin demostrar ningún sentimiento, detrás de él apareció Vito; el padre les sirvió un café y los tres se sentaron a conversar.

—Te presento a Lucio…

—Padre Lucio, aunque se demore —interrumpió, el hombre.

—Bueno, Lucio —repitió, Vito y sonrió— a Arturo ya lo conoces.

—Como está Didier, espero que nos colabore.

La situación era embarazosa para Didier, estaba seguro de buscar un grupo de amigos para derrocar la oscuridad, pero un cura, un mayordomo y el hijo del revendedor de El Progreso no era lo que esperaba. 

Vito tomó aire y habló:

—¿Crees que estamos bien?, ¿cómo te parece nuestra situación?; después de quince años de soledad, de tristeza, de ocupación, seguimos sin encontrar una salida, ¿no crees que es hora de hacer algo por Andinia? ¡Somos jóvenes!, Andinia nos necesita; es hora de pensar en rescatarla, los viejos no quieren hacer nada, Onésimo y Obdulio se entregaron a la oscuridad, Catalino es el proveedor de la Asamblea, no contamos con ellos, el único que me gustaría que se uniera a nuestra causa es Miguel, ese hombre es de admirar, sacó adelante a Villa Helena a pesar de todos los problemas dejados por Ramiro y mantiene a raya a las dos locas de su casa, aunque Teresa es otra que quisiera tener de mi lado, no le tiene miedo a nadie, después de matar a los catorce que se atrevieron a entrar en su propiedad no ha sido molestada por nadie, es admirable, aunque tiene ayuda del más allá —dijo y sonrió— pero ellos no están, somos los jóvenes de Andinia los llamados a liberarla, está en nuestras manos incubar el plan para derrocar a la Asamblea.

Mientras Vito tomaba aire Didier se frotaba nervioso las manos.

—¿Preocupado? —inquirió, Arturo— aquí todos nos preocupamos, pero esté seguro que cuanta con nosotros para protegerlo.

—Como decía, hay que invitar a más jóvenes y para eso te necesito, con Arturo no somos suficientes para atraer los suficientes para llevar a cabo nuestro plan.

—En eso estamos, como dice Vito, necesitamos más aliados, pero para atraerlos hay que hacer un trabajo en el que puedes ser muy importante, un trabajo en El Progreso y la invasión en donde casi no tenemos seguidores —explicó, Arturo.

—Pero primero quiero escucharte para saber si cuento contigo, para decirte quién más está con nosotros; no quiero arriesgarme a que mañana se abran las puertas de la cárcel y nos reciban a todos; quiero asegurarme de tu lealtad por eso te llamo aquí con el padre Lucio como testigo, ante todo nos interesa triunfar por eso queremos ser claros desde el principio, no pretendemos mentirte, sólo salvar Andinia cueste lo que cueste, después ya veremos, es posible que ni siquiera veamos el después porque habrá sacrificios en el camino; ahora te agradezco que hayas venido y te pido tu opinión, tu opinión sobre esta propuesta; dame una buena razón para confiar.

—Pues bueno, ya había escuchado de un grupo que estaba naciendo para liberar a Andinia, desde ese mismo momento quise hacer parte de él, quiero que todo acabe, es hora, especialmente en este momento cuando la Asamblea empieza a dudar de su dominio; deseo lo mismo que ustedes, acabar con la oscuridad, una era desgraciada para la historia de Andinia, espero el momento de construir este proyecto; en cuanto a la confianza, creo que de alguna manera confías en mí de lo contrario no me hubieras llamado a tu sitio de reunión, el lugar donde se va a planear el futuro de Andinia. 

La elocuencia de Didier confirmó lo presupuestado, era un elemento para reclutar; el domingo durante la larga oración de las adoradoras del señor que disimulaba la demora de los muchachos hubo una reunión en la sacristía.

Muy bien, es hora de dar el siguiente paso —dijo, Vito— es hora de conocer a los cerebros detrás del plan.

De las sombras detrás de la mesa llena de chécheres relució la imagen de un hombre de mediana edad, trigueño, muy amable al saludar, pero atento a los movimientos del joven.

—Hola Didier, mi nombre es Álvaro, espero que contemos con tu entrega y lealtad —dijo— él es Teseo —agregó apuntando a la mesa oculta por la falta de luz.


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