IX
Soplaban los vientos de agosto cuando los árboles como gigantes
en una lucha por su posición parecen alcanzarse en una particular asechanza,
los altos pastos forman un oleaje brillante de un verde refulgente y las nubes
surcan el cielo sin detenerse, desamparando a los habitantes de Andinia bajo el
quemante sol; la atmósfera del pueblo era soporífera, la basura hipnotizaba con
su vaivén cansino en un paseo aéreo por el parque mientras los ventarrones a
ráfagas inconstantes eran capaces de azotar puertas o destechar casas; a pesar
de la ventisca Catalino estaba colgado de las alturas de su hotel, solitario
por la pérdida de sus hijos, apretando las amarras de su desvencijado techo.
—Catalino, ya es hora de pagar alguien que le ayude.
—¿Eso cree, señor Arteaga?
—Sí Catalino, trabajar solo es un problema, pierde más tiempo
y corre el peligro de estropearse mucho —explicó, Joaquín.
—Eso es cierto —aceptó, el tendero—le he estado pensando
estos días.
—Le voy a decir algo doloroso —dijo, el visitante— tiene que
dejar de atormentarse con el secuestro de sus hijos, espérelos con paciencia,
pero no se martirice, usted no tuvo la culpa, no necesita castigarse perdido en
la soledad.
Se hizo un silencio intenso, Catalino comprendía las palabras
del señor Arteaga, era hora de reponerse a su situación, para extrañar a sus
hijos no era necesario alejarse de todos, muchas veces se lo había dicho el
cura Juan con la parsimonia de su edad, pero el joven tendero se hacía el
sordo.
—Como le digo señor Arteaga, lo estoy pensando, falta
encontrar a alguien confiable.
—Eso es cierto Catalino, pero no se detenga en el intento,
estoy seguro que lo encuentra.
El hombre hizo una venía a joven y se alejó con una sonrisa fingida en sus labios.
Joaquín Arteaga era heredero de los dominios de su madre Lucero, la señora repartió sus posesiones en vida para evitar que su marido Mauricio Arteaga se apoderara de todo, el viejo aceptó de mala gana so pena de quedarse sin nada; la decisión de Lucero estaba bien fundada pues Mauricio era pernicioso, un hombre ordinario de poca educación, lleno de prejuicios contra cualquiera sin importar su condición, decepcionado de su hijo de quien se aprovechaba todo el tiempo. Las tierras de los Arteaga fueron productivas en los tiempos de Lucero Rosas, para ese entonces se llamaban El Lucero, después de su muerte quedaron abandonadas porque ninguno de los nuevos propietarios se pusieron al frente del negocio, no pasó mucho tiempo y El Lucero sufrió un estropicio imposible de superar; Mauricio y su hijo Joaquín vivieron tranquilos un tiempo con los ahorros dejados por la señora, pero se acabaron rápidamente debido a los gastos desmedidos de los dos hombres. Cuando el dinero faltó Mauricio vio la oportunidad de arrendar El Lucero a los campesinos colindantes, sin embargo, la propuesta no fue aceptada por ninguno, finalmente el desarrollo de los agricultores del sector era notorio al punto de conformar una pequeña vereda a las afueras de Andinia llamada El Progreso. Mauricio maldecía diariamente a los vecinos desde su negocio de productos agropecuarios, en ese momento a Andinia sólo exigía productos tradicionales sin requerimientos de ninguna la tecnología, a pesar de eso modos era un negocio lucrativo especialmente por ser el único en los alrededores.
La maldad en el hombre es inherente, aunque hay ciertos personajes indudablemente diabólicos. Ante la negativa de los campesinos para arrendar sus tierras Mauricio encontró la forma de obligarlos, decidió subir los precios de los abonos hasta el punto de ser imposible adquirirlos, algunos productores de la región dada la premura de los fertilizantes empezaron a llevarlos con el compromiso de pagar al recoger la cosecha, con el tiempo la necesidad llevó a todos a usar ese método. Las cosas parecían honradas hasta cuando Arteaga decidió exigir un valor adicional por los intereses causados en el tiempo, yo los ayudé cuando estaban mal, ahora sólo quiero una pequeña suma por el favor, no deberían ser malagradecidos, explicaba el viejo con sorna y maldad a los atribulados clientes que encontraban las cuotas imposibles de cancelar.
Mauricio decidió darle un alivio a sus compradores, especialmente a los residentes en El Progreso: les recibiría sus tierras en parte de pago y el resto lo abonarían en módicas cuotas mensuales; en términos sencillos, quedaban en condición de arrendatarios, esos brutos no quisieron arrendar mis tierras, ahora que paguen por las de ellos, conmigo no puede esa partida de pendejos, se vanagloriaba. A pesar de ser un negocio fructífero la predisposición de las Arteaga para fracasar en cualquier aventura los llevó a la quiebra, pero como los campesinos seguían amortizando sus cuentas no tuvieron de qué preocuparse; por supuesto, la puntualidad en los desembolsos no era precisamente por fidelidad de los clientes sino por las presiones constantes de un grupo de hombres armados por Mauricio para verificar el cumplimiento mensual.
Con los predios de El Progreso tomados por las malas las tierras de los Arteaga aumentaron increíblemente su área, debido a eso Mariano Basante Reyes, el poderoso señor las deseaba para convertirse en el mayor hacendado de Andinia, pero sólo pudo arrebatarle a Mauricio El Progreso después de un enfrentamiento entre los dos bando a cargo de la seguridad de las propiedades; los hombres de Mariano asesinaron a la mayoría del grupo de Arteaga, los pocos vivos se salvaron porque cambiaron de bando.
Mariano no declinaba su sueño de apoderarse de Andinia por
eso seguía al asecho de la desmantelada propiedad El Lucero; Luna Blanca de
Macario Martínez y Villa Ángela de Alberto Ramírez eran inalcanzables para el
acaparador Basante, pero las de Arteaga estaban a su disposición, en especial
por aquellos días gracias a altas sumas de dinero adeudadas por Joaquín.
—Arteaga, ¿cuándo me va a pagar?
—En estos días hago un negocio y cancelo lo que le debo don
Mariano.
—Déjeme dudarlo —refunfuñó, el viejo Basante— en la próxima semana viajo a Pacífico, doy hasta el día que vuelva.
Por fortuna para Joaquín el regreso de Mariano a cobrar su plata fue imposible, el viejo si volvió a Andinia, pero a morir en sus dominio después de varios días de agonía por unos disparos recibidos de las serpientes negras, dominado por el desprecio a su hijo Obdulio a quien maldijo hasta en el último aliento; el alivio de Arteaga fue infinito cuando vio caer la tierra sobre el ataúd de Mariano Basante Reyes, aunque no fue el único, medio pueblo lo celebró; todos esperaban una negociación más decente con Ramiro Andrade quien quedó encargado de la administración de los dominios del viejo, por su puesto la obligación seguía en pie, pero el riesgo de recibir un tiro en el momento menos esperado se esfumaba, adicionalmente la desaparición de Obdulio Basante, hijo del viejo, disminuía cualquier peligro para su vida. Andinia también festejó su muerte, con ella desaparecía la amenaza de las serpientes de una toma violenta del pueblo en venganza a los hombres asesinados por Basante.
Con más tranquilidad Joaquín se dedicó a buscar el dinero necesario para pagar su deuda, necesitaba cancelar porque no quería deberle favores a nadie, menos a un muerto tenebroso, don Mariano; en esas estaba cuando su padre le ofreció administrar la parte de sus tierras, Joaquín no lo dudó un segundo, era un excelente negocio, juntando sus predios, antiguamente El Lucero, podría completar el área suficiente para una hipoteca porque su venta estaba descartada, ni su futuro matrimonio con la mayor de las Martínez haría pensar a Macario en una adquisición por el estilo. Le quedaba Alberto Ramírez como su posible benefactor, pero debía convencerlo, un asunto difícil por el talante del viejo.
Cierto día de mercado se cruzaron los dos hombres; Ramírez
era un viejo desconfiado de rostro pétreo muy malgeniado pocas veces visto en Andinia
porque prefería estar a salvo en su hacienda, salía esporádicamente cuando era
absolutamente necesario de lo contrario encargaba a Miguel de todo.
—Buenos días don Alberto Ramírez —saludó, Joaquín, pero el viejo se limitó a verlo de pies a cabeza sin responder— quisiera hablar con usted.
Ramiro puso sus ojos en el interlocutor para comprender la
razón de Arteaga para solicitarle una entrevista; durante un rato se observaron
en silencio, Joaquín bastante abochornado, el viejo imperturbable; cuando
Arteaga estaba a punto de bajar su mirada escuchó la voz del hombre.
—¿Qué me puede ofrecer alguien como usted para interesarme?
—Don Alberto, quiero proponerle un negocio —alcanzó a
tartamudear Joaquín antes de ser interrumpido por la risa atronadora del viejo.
—Vuelvo a preguntarle, ¿qué puede ofrecerme usted? No veo que tenga algo de mi interés; si es por sus tierras no me interesa comprar ni un centímetro, son predios baldíos, sólo me traerían gastos y al desgraciado de su padre como premio; nadie en su sano juicio quiere estar al lado de ese viejo, ¡por lo menos yo no! La verdad creo que Macario tampoco, todavía debe estar pensando como hizo usted para engañar a Marinela Martínez. ¡Usted es un maldito cabrón! ¡Hasta a mí me da lástima de los Martínez y su futura convivencia con su papá.
Joaquín lo escuchaba estático a la vez inquieto; el viejo
Ramírez tenía bien claras las cosas: sus tierras eran baldías sin valor
productivo, su padre alguien para no relacionarse y su futuro matrimonio con
Marinela Martínez un convenio inentendible hasta para él.
—Usted las puede poner a producir, tiene los medios para eso; para mí es muy difícil trabajar esa tierras con las deudas que tengo, pero ¡usted si puede!, por eso le propongo que me ayude a pagar mi compromiso con el difunto Mariano y sin apuros económicos le aseguro que pongo a producir esas tierras.
Alberto Ramírez no hizo ninguna observación, pero aceptó contemplar su propuesta con una desidia suficiente para demostrar su falta de interés, finalmente el joven estaba comprometido con la hija de Concepción Ñañez, una condición suficiente para anexar sus tierras a Luna Blanca y acabar con sus problemas económicos, por eso aquel ofrecimiento le traía incertidumbre, pero no le dio vueltas al asunto y se olvidó de la propuesta; Joaquín era traicionero y mala persona, mejor ignorarlo.
Nadie desconocía la fama de Joaquín Arteaga, tildado de mujeriego lo aborrecían en Andinia por su desmedido acoso a las niñas, siendo víctima de varios intentos de homicidio, todos fallidos, era un cobarde suertudo sin mujer de su edad siempre al acecho de las menores, sin embargo, su compromiso con Marinela Martínez no pertenecía a sus malignos planes para dañar a la jovencita, se trataba de un malentendido, una desgracia en su desordenada vida por eso llevaba varios días especulando la forma de salir del embrollo; por otra parte, con respecto a sus tierras no iba a permitir la unión con Luna Blanca obnubilado por la premisa de tener una propiedad muy apetecida por los hacendados de los alrededores. Mariano Basante antes de morir cometió muchos atropellos para alcanzarla, no dudó en eliminar arrendatarios sin lograr su cometido; el mismo Alberto Ramírez se había enfrentado con Mauricio cuando tuvo intensiones de competir con Mariano Basante por el poder en Andinia; esos lotes baldíos sin nombre ni valor para producir estaba manchados de mucha sangre, una motivo de orgullo para Joaquín Arteaga.
A pesar de la popularidad de la noticia la futura unión de los Martínez y los Arteaga no producía simpatía, no era posible entenderla, algo extraño había en esa historia; Macario no era hombre de acaparar tierras ni de cambiar hijas por predios, era prudente y honrado, trataba de conciliar como lo hizo con las serpientes plateados, un grupo asentado en Andinia desde mucho tiempo atrás, menos de merecer a Joaquín Arteaga como yerno; su comportamiento recto llevó a Andinia a ofrecerle la candidatura a la alcaldía para enfrentar a Onésimo: la peor opción porque detrás de él estaban las serpientes negras, una amenaza inminente para la seguridad del pueblo. Independiente de toda consideración el contrato marital estaba precedido de un malentendido.
Al tiempo que Germán Ramírez se había convertido en el confidente de Dioselina, Joaquín frecuentaba a su hermana Marinela, en ocasiones salían los cuatro a pasear por Andinia; su amistad no era muy estrecha, jamás se habían planteado una relación amorosa ni menos un matrimonio hasta cuando Mauricio Arteaga se aprovechó de un evento impensado.
Un día Marinela fue de visita, Joaquín se había atrasado con
dos trabajadores y la muchacha arribó primero la casa.
—Entonces usted es la futura esposa de mi hijo —dijo un viejo
de vestimenta muy descuidada y aspecto de abandono. La muchacha fue sorprendida
por la afirmación —pero entre, mi futura nuera no se puede quedar en la puerta,
¡Claudia, tráigale algo a la visita!
—Un vaso de agua, por favor —dijo, Marinela, asustada.
—¿Agua? ¿No toma otra cosa? ¿Café? Claudia un café para la
señorita, uno para mí también quiero acompañarla —Mauricio hablaba ansioso
porque ya se creía dueño de una parte de Luna Blanca; entre tanto, Marinela
había puesto la taza de café en la mesa ubicada al lado del mueble viejo y
maloliente donde estaba sentada— ¿está muy caliente? Claudia, cuántas veces le
he dicho que no caliente tanto el café, pásele uno que esté frio.
—No gracias —pudo articular Marinela.
—¡Ah, ya sé! ¡Vamos a celebrar por el futuro! Claudia saque
el vino y ponga dos copas en la mesa, ¡brindemos por la unión de las Martinez y
los Arteaga!
Cuando el viejo iba a abrir la botella llegó Joaquín.
—Ahí está el futuro dueño de Luna Blanca, ven siéntate vamos
a brindar por la fortuna que ahora nos acompaña.
Joaquín estaba aturdido por la escena, no tenía palabras para
contradecir a su padre y seguía alelado arrimado a la puerta.
—Hola Marinela —articuló.
—No me habías contado que ya estaban comprometidos, vas muy
rápido, sí, sí, eso me gusta, mejor definir de una vez tu puesto en Luna
Blanca, lo lógico es que la administres junto con mis tierras, qué le parece
niña, supongo que Macario dejará a Joaquín al frente de Luna Blanca ahora que
está ocupado con su candidatura —el viejo desvariaba de la emoción— ¿cuándo van
a hacer público el compromiso? —Ni Marinela ni Joaquín respondieron, todo era tan
extraño y vertiginoso.
—Me parece que debe ser el mismo día del lanzamiento de la candidatura de Macario.
Las cosas tomaron un rumbo inesperado, Mauricio ya celebraba
el futuro y la fecha estaba definida; los dos muchachos siguieron atónitos sin
refutar nada de lo expresado por Arteaga, de esa manera el compromiso quedó
pactado sin la complacencia de los involucrados ni menos los Martínez; cuando
Marinela llegó a la casa su madre se opuso rotundamente a tal locura, por su
parte Macario ya se preparaba para ir hasta donde Mauricio Arteaga para
cancelar el asunto.
—No me puedes avergonzar papá, no es tan fácil decir que te
vas a casar y al otro día cancelar como si nada, prefiero morirme al lado del
imbécil de Joaquín que demostrar que no tengo palabra.
—Pero tu te comprometiste.
—¡No! —aseguró, la chica— el viejo no me dejó decir nada.
—Entonces no hay nada que temer, no diste ninguna aprobación
ni comprometiste tu palabra, no es necesario cancelar nada, simplemente vamos y
dejamos claras las cosas.
—El viejo ya regó el cuento por todos lados, para Andinia soy
la prometida de Joaquín —dijo acongojada Marinela— ya no hay tiempo de
aclaraciones, todo se tomaría como un incumplimiento y eso no puede ser.
—Mejor incumplir que vivir condenada el resto de la vida
—dijo en voz alta y muy molesta Concepción.
—No lo entiendes mamá.
No hubo forma posible de convencer a Marinela para aclarar el
malentendido por ende el contrato estaba sellado, ella sería esposa de Joaquín
Arteaga.
—Si no quieres aclarar las cosas es asunto tuyo, no bendigo
este matrimonio ni quiero ver a los Arteaga el día del lanzamiento, si quieres
hacerlo con bombos y platillos escoge otra fecha, pero no esperes que vaya
—expresó, Macario, con notorio disgusto; Concepción era de la misma opinión,
Marinela quedaba sola.
Desde ese momento se inició una etapa complicada en Luna Blanca, difícilmente un disgusto separó tanto a la familia, era inconveniente para todos: Marinela estaba decaída y su comportamiento alterado, no asomaba al comedor ni compartía con sus hermanas, se alejó de su papá y hasta dejó de hablar con su madre, se limitaba a conversar con Gumercinda, una chiquilla molestosa recogida por su madre; adicionalmente estaba el disgusto de todas con Macario por aceptar la candidatura.
Contrario a novios felices por su venideras nupcias, Joaquín y Marinela empezaron a pelear continuamente, su relación de confianza se acabó, el muchacho casi no la visitaba ni participaba de sus antiguos paseos, estaban más cerca de ser enemigos, claro no se odiaban porque nunca se amaron, se conformaban con ignorarse. Sólo concordaban en una cosa: eliminar el convenio nupcial; pero no encontraban la forma cada uno por su lado, en ese momento se hicieron falta porque juntos hubieran logrado algo más.
Unos días antes del lanzamiento de la campaña de Macario
Martínez los dos jóvenes tuvieron una discusión fortísima, Joaquín se
desapareció, Marinela retomó algo de su carácter sencillo y aceptó ir con sus
hermanas a decorar el salón del lanzamiento. Avanzada la noche regresaban
alegremente sin tener en cuenta el peligro de vivir en Andinia.
—Escuchó eso señorita Lucinda —inquirió, Raul.
—Yo no escucho nada, déjate de preocuparte tanto, a ratos
eres cansón con tu actitud sobreprotectora.
—¡Silencio todos! No digan nada.
—Tu también Bautista.
—Niña Lucinda, por favor escóndase detrás de mí.
Las risas y las voces callaron, un silencio sepulcral los
llenó de temor, la incertidumbre es terrible y eso descubrieron los cinco
jóvenes. De pronto sintieron que de todos lados se acercaban hombres, el sonido
metálico que producían al caminar led dio idea de quiénes eran; las tres chicas
se acurrucaron detrás de Bautista, Lucinda y Victoria empezaron a llorar,
Marinela guardaba la calma; no hubo disparos de advertencia ni golpes o
empujones, solamente el llamado a lista de cada chica.
—Marinela Martínez Ñañez, Victoria Martínez Ñañez, Lucinda
Martínez Ñañez, salgan ahora.
El grito se repitió un par de veces hasta cuando Marinela se
decidió a mostrarse.
—Que quieren señores.
—A ustedes —respondió con sequedad un hombre oculto detrás de un pasamontañas— su padre estaba advertido, pero no hizo caso, ahora es el único culpable de lo que va a pasar, ¡salgan de una maldita vez! Será más rápido y menos doloroso.
El terror las dejó sin reacción, el brillo de las lágrimas en su rostro refulgió cuando aparecieron; inesperadamente se oyó una ráfaga ensordecedora, Bautista iba detrás de Raul, pero no alcanzó a salir por eso no recibió ningún disparo, la detonación lo mando lejos, cuando se recompuso revisó su cuerpo e intentó pararse, al lograrlo quiso dirigirse donde estaban sus amigos sin lograrlo porque los hombres estaban rematando una por una a la muchachas.
La mañana siguiente el ambiente estaba convulsionado, Joaquín
se había aburrido en su casa y llegaba a Andinia; mientras caminaba notó los
corrillos a su paso.
—Catalino, ¿qué mierda pasa?, ¿por qué todos las cabrones de
este pueblo me ven raro? Mi papá siempre dice que es bueno matar uno que otro de
vez en cuando para consevar el respeto.
Catalino se limitó a mirarlo.
—¿Usted no sabe lo que pasó?
—Cómo quiere que sepa eso carajo, yo no vivo acá, estaba en
mi casa no dedicado al chisme.
—Las hijas de Macario Martínez fueron asesinadas anoche.
Joaquín no escuchó más, salió con movimientos nerviosos a la calle y de pronto echó a correr despavorido.
Pasaron varios días, Joaquín no apareció por Andinia hasta
concluidas las honras fúnebres, para los Martínez fue un alivio se desaparición,
con todo fervor dieron gracias a Dios cuando confirmaron su ausencia en la
ceremonia religiosa que dicho sea de paso fue conmovedora y sacó más de una
lágrima.
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