VI
Obdulio Basante nunca supero el trauma ocasionado por el rechazo femenino; era fortachón, se notaba ordinariez en su forma de actuar y siempre quería ganar todo por las malas; no entendía el fracaso sobre todo cuando involucraba una mujer, era una situación inusual en un tipo acostumbrado a enfrentar machos en sus lides. Después de aquella derrota el odio incubado en su corazón fue incalculable, no tanto por el dolor o las lágrimas como por la debilidad nuevamente demostrada a todos en Andinia, a pesar de sus intentos desesperados por ocultarla. Se dio cuenta que en estos casos no funciona ni la fuerza ni la brutalidad: era una mujer quién decía no sin darle pie a nada, era el hecho más real, imposible y vergonzoso de su vida; para un tipo como él sólo era admisible una derrota la fuerza, cualquier otra forma era humillante.
Este hombre tenía su propia historia en Andinia, no más recordar el suceso del asesinato de su padre, don Mariano Basante Reyes.
Ese día don Mariano llegó al pueblo casi muerto a pesar de marcar el camino desde donde fue atacado con su sangre, era como si advirtiera a su hijo por donde regresar; sobrevivió gracias a la ayuda de Ramiro Andrade, su hombre de confianza, sin embargo, la furia contra Obdulio reforzó su incontenible necedad de oponerse a la caída. Los habitantes de Andinia calificaban a Mariano como un hombre casi indestructible y los cuatro días agonizante, injuriando a su hijo desde la cama del consultorio del boticario confirmaron la leyenda; se podía decir que tuvo una batalla con la muerte a la espera de su hijo para maldecirlo en la cara, pero los días pasaron y hasta el hombre más aterrador de Andinia sucumbió a la muerte.
Mientras el viejo degradó a su hijo con los últimos alientos demostró su agradecimiento con Ramiro, dejándolo al mando de sus tierras; el mayordomo del terrible Basante se iba a ocupar de sus tierras, todos esperaban un futuro prometedor porque Ramiro era un hombre honrado sin enemigos a la vista. Sin embargo, para Andrade, socorrer al viejo Mariano se convirtió en una condena, el resto de su vida aguantó una serie de bajezas por su proeza, en Andinia se llegó a decir que la maldición lanzada para Obdulio recayó sobre él. En cuanto al hijo de Mariano su suerte inicial no fue mejor, quedó ante Andinia como un cobarde; todos los habitantes se burlaron hasta el día de su aparición, desde ese momento un silencio absoluto se apoderó del pueblo, nadie se atrevía a tocar el tema en púbico, aunque en sus casas siguieran con sus habladurías.
Una vez en Andinia, el joven Basante paseó por todas partes para enterar a los habitantes del pueblo de su arribo; la primera visita fue a Jova, la querida predilecta de Mariano, con la única intención de demostrar que podía vencer a su padre; la conquista de su amante era el antídoto para la mala suerte deseada por el viejo, haciéndolo invencible, pero no era suficiente: Mariano Basante Reyes cierto era invulnerable y atemorizaba con su presencia, en eso se basaba su poder, Obdulio no producía ese efecto, por eso tuvo que buscar algo para imponer su presencia; también fue a la alcaldía donde advirtió a Onésimo sus intenciones de mandar sin consultarle, finalmente se dirigió a Luna Blanca con el fin de conquistar el amor de Dioselina Martínez, pero se encontró con la noticia del enamoramiento de la niña con un forastero. Decepcionado salió sin despedirse jurando apoderarse de Luna Blanca para vengar la humillación.
Ocupó mucho tiempo planeando su desquite, era su obsesión,
una promesa para cumplir a cualquier precio, olvidando que la única forma de
menguar los padecimientos es superarlos porque el dolor nunca disminuye si no
se deja atrás la razón de su existencia, en tanto que permanezca en el alma no sirve
ninguna represalia, entonces sólo queda una opción, especialmente al estar por
medio la venganza: el martirio eterno y a eso estaba condenado Obdulio.
Nunca se supo donde estuvo Obdulio ni qué hizo, de hecho tampoco se podía entender su aparición después de su demostración de cobardía, sólo quedaba una explicación: el odio. Por su parte, Dioselina Martínez había soportado el golpe durísimo de la pérdida de Obdulio, su gran amigo; al enterarse de su regreso se sintió aliviada, esperanzada en su apoyo para superar sus tormentos; sin embargo, la intención del muchacho empeoró la situación, especialmente porque a los pocos días asesinaron a su amado, además su padre fue encontrado muerto, según dijeron después de matar al muchacho por celos, noticias que no pudo superar sola, sintiéndose dolida por el abandono de su amigo. Después de aquellos hechos Dioselina sobrevivió sin perdonar a Obdulio por traicionarla y a su padre por insistir en sus intenciones electorales.
—No se atormente niña con esos
pensamientos malvados.
—Gumercinda, mi papá no lo
mató, él no lo hizo, fue por las elecciones que lo mataron, el viejo Onésimo tenía
miedo de perder, estaba asegurado el triunfo de mi papá, por eso lo mataron.
—Niña, nunca lo vamos a
saber.
—Como todos los crímenes de Andinia.
Con la compañía de su eterna amiga, Gumercinda, la niña toleró en medio de su gravidez las malas noticias. Además de la doña un nuevo amigo se acercó para ayudarle a llevar la carga, Germán, un muchacho joven a quien conoció un domingo al salir de misa; durante mucho tiempo se encontraban después del oficio religioso, pero sin convertirse en amigos muy unidos, para ese entonces Dioselina confiaba en Obdulio con quien pasaba la mayor parte del tiempo. Con la desaparición del gran amigo de la niña, Germán empezó a preocuparse por el estado de Dioselina; volvió a saludarla los domingos, la escuchaba atentamente en el parque, convirtiéndose en un confidente; poco a poco se fue alimentando un cariño filial, en especial porque nunca demostró algún tipo de interés amoroso más allá de la amistad, algo fundamental para ella. Ante la aparición de Obdulio, el muchacho temió perder a su nueva amiga, pero la crisis desatada por la impertinencia de recién llegado no lo alejó, al contrario lo unió más a la niña. Germán acompañó a Dioselina hasta el último momento de su existencia.
Nueve meses después se iniciaba una vida y se terminaba otra; sólo la crueldad natural explicaba cómo una mujer con infinitos deseos de vivir se dirigía dócilmente a la tumba, hacia un fin inesperado. Un veintinueve de febrero de un año bisiesto el llanto cubría los ojos de una abuela acongojada por la pérdida, mientras en los de la recién nacida brillaban como su primer reclamo a la vida. Nació Petrona: ¡Única heredera de Luna Blanca!
No hay comentarios:
Publicar un comentario