V
El viento arreaba el polvo en un mágico paseo ondulado, lánguido
izaba las livianas basuras para elevarlas en una nube pasajera triste como la
vida de los fantasmagóricos habitantes de Andinia; un pueblo abúlico, testigo
de toda la de brutalidad sólo posible en los hombres.
—¡Buenas tardes patrones! —expresó Ignacio, un hombre pequeño, de grandes ocurrencias, jovial, alegre, toma trago como ninguno. Tenía siempre en el filo de la lengua un buen chisme o noticia como lo llamaba para darle un poco de elegancia a su perorata. Trabaja en el parque en una pequeña venta de dulces y cigarrillos.
Catalino y Luis seguían en las afueras de la tienda, contemplando
el paso de la polvareda.
—Ah, ¿Nacho ya me arregló la habitación? ¡No se olvide!, la tiene
muy desordenada y eso cauda mala impresión en los demás inquilinos —exclamó,
Catalino, mientras pasaba una pierna por encima de la otra para acomodarse
mejor. Luis salió de su distracción por la curiosidad.
Nacho poco o ningún caso hizo a las palabras del tendero.
—¡Buenas tardes tocayo! ¿Cómo se siente en Andinia,
patroncito? —interrogó el pequeño hombre al pensativo inquilino.
—Buenas… —alcanzó a murmurar Luis con toda la energía posible
en su estado.
Nacho lo miró con atención y fingió entenderlo.
—De dónde sacó lo de tocayo —inquirió extrañado el tendero.
—¡Luis Ignacio! Me llamo Luis Ignacio, amigo —exclamó el
hombrecito—. ¿Pero lo veo preocupado patrón? ¡No tiene por qué!, la finca de don
Horacio necesita trabajadores, verá que pronto le llegan noticias muy buenas.
—Pero el chisme corre rápido y usted siempre quiere saber
todo, todo… ¡nada puede pasar por alto! ¿Usted nunca va a cambiar?
—Don Catalino, yo sólo traigo noticias y le puedo confirmar
que el señor Valencia va a contratar a varios, ahora si se tiene en cuenta la
pereza de los que llegaron últimamente, ¿no los ha visto tirados por todas
partes patroncito?, el trabajo es suyo, ¡por dios, no hay competencia!
Catalino se limitó a hacer una mueca de desaprobación.
—Vaya a tender la cama y no joda tanto.
—¿Otra vez con eso?
—Claro que sí, el hotel es mío, así que estoy velando por mis
intereses.
—No se moleste patroncito, además ¿no sabe usted qué el orden
es un acto de vergüenza?
Luis Ignacio no dio tiempo a nada y acercó una silla en donde
se acomodó muy bien.
—Esto va para largo —murmuró, Catalino.
—Pues sí, no hay nada más falso que el orden que aparentan
todos. Por dios, cuando llego a cualquier lugar y todo está arregladito no creo
que los dueños sean ordenados. ¡Es falso patroncito! Nadie es ordenado, sólo
apariencias; ¡mejor dichito, señores!, crean lo que quieran creer, pero la
máscara de la limpieza es de muelas para afuera, esa máscara nada más sirve
para ocultar la vergüenza, mejor dichito, es la única forma de vivir felices, patroncito,
no se puede vivir avergonzados todo el tiempo, mejor esconderla… ¿no les parece,
patroncitos?
—No más pendejadas, estás borracho seguramente.
—No don Catalino, ¿cómo puede decir eso de mí patrón?, pero ya que lo menciona está medio calurosos, mejor dichito, no caería mal.
El tendero se limitó a sonreír, negando con su cabeza, en tanto
Luis parecía olvidado de sus preocupaciones, su atención se había volcado sobre
la habladuría del curioso personaje con sus argumentos faltos de cordura, pero
todo era parte de su desenvoltura y su gusto por ser el animador de un algún
coloquio en cualquier lugar.
En ese momento apareció una mujer en la puerta del negocio,
era la esposa de Luis; el pequeño hombrecito parecía querer huir pues suponía
haber sido oído.
—¿Mucha vergüenza Nacho? —preguntó Catalino con socarronería—
quiero ver qué haces para salir del embrollo.
Luis sonrió e hizo sentar a Gertrudis a su lado.
—¿Qué puedo decir?, patrón, ¡que no hay nada como el orden! —profirió,
Nacho—. ¿Qué haríamos en un mundo sin la gente ordenada?, por eso Dios nos dio
mente, para ser ordenados, ¿no cree eso doña?, mejor dichito... —se detuvo
titubeante.
—Gertrudis —completó casi como un murmullo la recién llegada.
—Eso, doña Gertrudis.
Se hizo un silencio entre los contertulios; solamente el
viento silbaba, sonorizando la escena de cuatro personajes hipnotizados por el
mismo punto en el horizonte, opacado por la bruma ociosa que borraba a lo lejos
las figuras de la naturaleza, convertidas en un manchón abstracto en las
profundidades del lienzo ciano anclado en el infinito.
El ambiente se prestaba para desempolvar recuerdos, la
historia de Andinia, y nadie mejor que un cronista de la vida como Nacho, el mejor
de las proximidades.
—Don Luis, lo felicito por su mujer, patrón.
—A qué viene eso —preguntó, Catalino.
—Es que se me vino a la memoria un buen amigo mío que murió
huraño, mejor dichito, abandonado después de vivir con una mujer, otra y otra
sin unirse con ninguna; por dios, el pobre terminó olvidado por todas,
patroncitos.
—Si vas a inventar una historia mejor largo de aquí —decretó
Catalino.
A Luis le divertía escuchar al peculiar personaje, de esa
forma alejaba los fantasmas que aún atormentaban su vida. Su mujer no decía
nada, oía atentamente.
—¡No señor! Patroncitos, me dejaré de tonterías para
contarles algo muy impresionante —aclaró, Luis Ignacio—, mejor dichito, que dios
me condene si es un invento mío.
—Cuidado entonces.
—¡Bueno, bueno!, ¡qué importa patrón! —refunfuñó— ¡Pobre doña
Berenice! Creyó que su marido era el papá de las dos hijas de Doris Santander; mejor
dichito, se murió de puro dolor, ¡se murió porque amaba a Ramiro Andrade!... ¡Por
dios que uno si se puede morir de amor, sino pregunten a cualquiera por Berenice
de Andrade! —contaba al tiempo que besaba el crucifijo colgado en su cuello—. Ella
creyó los cuentos de la gente, todos mentían, mejor dichito, Ramiro era
inocente, nunca la engañó con Doris ni tuvo dos hijos de ella; eso hacen los
chismes de la gente patroncito, ayudan a matar a la gente —dijo ceremonioso—. ¡Por
dios, las hijas de Doris Santander son del viejo Obdulio Basante, patroncitos!
El hijo del más poderoso dueño de Andinia: ¡Mariano Basante Reyes! —dijo con un
respeto medroso—. ¡Mejor dichito, el esposo de la vieja Petrona Martínez!
Luis parecía sumergirse en la historia.
—¡Ojo!, no vaya a decir alguna tontería en contra de doña
Petrona —recriminó, Catalino.
—Usted como todos en Andinia le tiene miedo, patrón.
—¡Miedo no, respeto! —declaró, el tendero—. Además a usted también
lo asusta esa mujer, no lo niegue.
—De ella no me interesa hablar patroncito, pero si quiero
aclarar que de todas las Martínez que han nacido en Andinia la única que valía
la pena era la finadita Dioselina; ni la nieta, doña Petrona, con todo su poderío
la iguala. Por dios, fue una lástima como murió la niña Diose —sentenció,
pensativo como si le afectara el recuerdo.
—Le repito, aquí las paredes tienen oídos y usted lo sabe
mejor que yo, todo el tiempo habla con ellas —precisó, Catalino. Nacho lo miró
de reojo.
—Patrón, la historia de Andinia está poblada de Martínez, no se la puede contar sin tocar esa familia, así que deje de interrumpir —pidió, Nacho—. Como les decía patroncitos, la finadita Dioselina era una mujer admirable por su bondad y belleza. ¡Mejor dichito, de ella se enamoró un muchachito inocente llamado Obdulio Basante, pero sin ser correspondido! ¡Por dios, esas son las cosas del enamoramiento! —explicó con pompa, Catalino estaba sorprendido— Patroncitos, ella se hubiera casado con él de no ser por un forastero.
—Niña Dioselina usted si
quiere a ese forastero.
—Gumercinda, sólo a él puedo
amar.
Lo dijo inmersa en una meditación
dichosa, ajena a todo su derredor por efecto de sus remembranzas.
—¡Escúcheme!, el joven
Obdulio está enamorado de usted! ¡Yo lo he visto en sus ojos!, no es hora de
forasteros. Quién sabe lo que le puede esperar al lodo de él
—¡Gumercinda, yo no quiero a
Obdulio!, él es muy bueno conmigo, pero sólo es un amigo. ¡Espero que lo
entienda!
—Está bien, no le insisto más
si me acompaña.
—Él quedó a venir, tengo que
contarle un secreto.
—Guarde el secreto para
mañana —dijo la india, con una mirada de escepticismo marcado en su cara.
Sólo suspiros surcaron el silencio. Uno de amor, el otro de impotencia, mientras se dirigían a Luna Blanca.
La tarde se iba entre cuentos, Nacho no paraba mientras los
otros ponían atención, concentrados en los hechos.
—Si va a contar algo que sea completo —reclamó, Catalino.
—No se enoje patroncito, ya le voy a contar todo. ¡Pero gaste
algo para mojar la palabra!
—Primero escucho como inicia este cuento, no confío en su
palabra.
—Mejor dichito, la finada Dioselina Martínez…
—¿Y el cuento no era de doña Berenice y Doris Santander, y de
morirse de amor?
—¡Qué necio Catalino! Por dios, Andinia es la suma de sus
historias, no se puede contar nada sin mezclarlas. Mejor dichito, ¡qué importa
si empiezo por Doris o Dioselina!
—Es que Doris aparece mucho tiempo después de la muerte de
Dioselina.
—¡Pero nació en Andinia y está marcada, patroncito!
—Hummm.
—Patrón, la finadita Dioselina Martínez era la cuarta hija de
Concepción Ñañez, la única que sobrevivió después de la tragedia de las
hermanitas. Doña Concepción Ñañez era la dueña de Luna Blanca y estaba casada
con Macario Martínez; patroncito, por dios ese pobre hombre apareció asesinado
unos días después de la desaparición del forastero que enamoró a su hijita
menor, mejor dichito, el chisme del embarazo de la niña Diose se supo en todas
partes y como el forastero fue asesinado lo más lógico era echarle la culpa al
papá, ¡el pobre Macario!, finalmente ya no podía desmentir nada, lo encontraron
bien frio y tirado en un camino.
Un aire de respeto contagió a los escuchas.
—Ya saben qué deben hacer, Macario Martínez se va a morir esta noche; ese viejo no deja de joder y hay que aprovechar que el noviecito de la hija menor apareció muerto para echarle la culpa a él; si lo matamos todos se van a creer el cuento, ¡fijo que en este pueblos de chismosos nadie lo va a defender! Habrá mucho escándalo por todas partes, aquí lo quieren mucho, pero finalmente nadie va dudar de la culpabilidad del viejo, ¡no aguantó enterarse del embarazo de Dioselina y lo mató por venganza ¿Quién va a dudar? Con él fuera, las elecciones están ganadas.
—¡Cierto!
—Capitán, ¿cuándo lo matamos?
—Hoy mismo según las órdenes
de Onésimo.
—Hoy se hará señor…
—¡Nadie debe sospechar nada!
—Usted conoce como trabajamos,
señor; no es nuestro primer muerto ni será el último.
—Sólo lo digo por Obdulio, estos
son negocios son suyos, yo no me meto en líos de faldas, mis asuntos con
Macario terminaron con la muerte de sus hijas.
—¡Por dios, era muy hermosa! —dijo, Nacho inspirado— lástima que tuviera dos hombre enfrentados por ella, mejor dichito, como toda una novela, pero qué son las novelas patroncito, la purita realidad, los escritores dicen que inventa esas historias, pero qué va, pura mentira, eso que cuentan pasa en cualquier parte, puro chisme patroncito. El caso es que Obdulio Basante se enamoró como un niño de Dioselina Martínez. ¡Por dios, jamás logró que ella sintiera lo mismo por él! Patroncito, la niña Diose nunca lo aceptó como novio, para ella él representaba el hermano que no tenía; ese joven se llenó de purito odio.
—¿Cómo sabe eso con tanta seguridad? —interrumpió, Catalino.
—Así tiene que ser: imagínese como sufriría, al fin y al cabo
estaba enamorado, mejor dichito, de pura suerte no la mató, ¡Obdulio si alguien
de tener miedo!. ¿Pero va a dejar contar?
—Carajo, Nacho, pero si es exigente, siga pues…
—Patrón, ¿qué hubo del aguardientico?, por dios, no me caería
mal en este momento.
—Si ayuda a pagar —exclamó, Catalino, algo molesto. El
relator al ver a todos estáticos ante sus reclamos sacó algo de plata, el
tendero al ver los billetes se paró de donde estaba sentado.
—Yo pongo el resto —confesó, ordenando a su ayudante acercar
una mesa y servir una botella con cuatro copas.
El narrador vio con ganas inocultables el aguardiente, cogió la
botella con sus manos, con la izquierda cubrió el pico y con la derecha golpeó
el asiento del envase de vidrio. Unas ligeras burbujas brotaron del líquido,
desvaneciéndose de inmediato, después abrió la tapa y levantó su mirada atenta.
—El primero es para las ánimas y que Dios provea si nos hace
falta —dijo.
Una vez culminado el ritual sirvió a todos. Gertrudis agradeció, pero no brindó con ellos. Nacho se tomó el trago sin dudarlo, saboreo como gran catador, cuando se sintió satisfecho, ¡qué rico!, dijo con un suspiro, se secó los labios con la manga de su saco y prosiguió.
—Patroncitos, Ramiro Andrade era el guardián de Mariano Basante Reyes. Un buen día acompañó al viejo al pueblo de Pacífico a cobrar unas deudas, Obdulio los acompañaba; por dios esto es bien cierto; mejor dichito, cuando ya regresaban con las ganancias fueron emboscados por las serpientes plateadas; el viejo resistió un rato, pero no pudo hacer nada, le robaron todo. De todos modos, el viejo se cargó varios cuando corrían lo muy cobardes. Ramiro mató otros.
—Don
Mariano vienen las serpientes, mejor volvamos y mañana
reiniciamos el viaje.
—¡Ningún
hijueputa por más armado que esté me va a correr!
Ramiro no
dijo nada, sabía que era una locura, pero el viejo era muy orgulloso para volver.
—¡Obdulio!
—gritó Mariano. El joven iba algo alejado.
—¡Señor,
su hijo no tiene arma!
—¿Y
la tuya?
—Sólo
tengo una.
El
viejo quedó pensativo, después de un instante se acordó del arma que llevaba en
el caballo y mando a Ramiro por ella.
—Su papá le
envía esta arma para que se pueda defender.
—¡Obdulio
coja esa arma!, ¡ahora las cosas no están para dudas, nadie lo va a defender!, ¡es
hora que demuestre de qué está hecho! —Sentenció, Mariano— ¡Ramiro!,
¡lo espero acá cuando esos desgraciados se aparezcan!
Los tres hombres se juntaron, estaban alerta para repeler cualquier ataque.
—Por dios, después de ese día las vidas de Ramiro Andrade y Obdulio Basante quedaron cruzadas, patroncitos —dijo, Nacho, moviendo la cabeza hacia arriba con presunción— Dicen que se encontraron en la loma donde estaban los corrales de Villa Victoria, muy lejos de Andinia para que alguien pudiera ayudarlos, es la purita verdad; el Juancho era el único por allá arribo, escondido presenció todo. ¡Por dios, él me contó todo de primera mano! Mejor dichito, las cosas fueron así, primero las serpiente le pidieron las ganancias sin amenazarlo, pero el viejo los enfrentó; según el Juancho los amenazó con matarlos si no lo dejaban pasar, ¡ellos eran tres contra siete, todos armados!; cuando las serpientes quisieron coger las maletas Mariano respondió con un disparo, matando a uno. ¡Por dios, todos se fueron a los lados y empezó la balacera! Claro que no duró mucho, nadie pensó que todo se volvería un infierno, rápidamente se quedaron sin balas. Mientras don Mariano y Ramiro desandaban para resguardarse dos serpientes se fueron por ayuda; el viejo aprovechó el descuido y mató al comandante, por eso el resto de las serpientes llegaron a auxiliar a su jefe, esa es la purita verdad.
—Don
Mariano, viene un grupo muy grande, nos van a acabar.
—¡No! —gritó,
el viejo— Ramiro, ¿ha visto a mi hijo?
—Debe
estar resguardándose entre los árboles.
—Vaya a buscarlo y manténgalo vivo, confío en usted.
Nacho respiró un poco y tomó una copa servida
para él.
—Cuando los rodearon hirieron al viejo, Ramiro también recibió un disparo. ¡Por dios, esos dos eran verdaderos machos, pocos se atrevían a enfrentarlos! —exclamo con aire de nostalgia por la ausencia de dos hombres como ellos— Finalmente fueron acorralados y les quitaron todo, créame patroncito que es pura verdad; de todos modos los dejaron vivos y todo hubiera terminado ahí si no fuera por Obdulio —todos abrieron los ojos— mejor dichito, cuando retrocedían, Mariano encontró el arma que le había entregado a su hijo, furibundo ante la cobardía de Obdulio recogió el arma y empezó a disparar a los últimos hombres que se alejaban. ¡Por dios, Obdulio fue el final de Mariano! Con la puntería del viejo cayeron cuatro serpientes, el caos total invadió toda la escena; antes de huir Mariano recibió otros dos disparos. Ramiro al verse sin balas arrastro a don Mariano hasta los matorrales. ¡No lo dude, es verdad!
El silencio era intenso, después de cesar los silbidos de las balas dos hombres surcaban el barro debajo de los matorrales. Al fin salieron a la carretera, uno de ellos halaba al otro que parecía muerto. Un muchacho corrían hacía la maleza.
—¿Qué se hizo ese joven? —inquirió, Gertrudis.
—Desapareció un tiempo doñita. ¿Qué más se podía esperar de
un muchacho de diecinueve años poco recorrido en la vida? ¡Mariano era cosa
seria!, Obdulio… ¡no, para nada!, patroncita.
—¿Por eso Andinia entera lo señaló de cobarde? —preguntó el
tendero.
—Sí, patrón, esa fue la razón, desde ese momento se le llamó
cobarde por todos; Por dios, dos años desapareció para acallar al pueblo con la
esperanza de que lo olvidaran, pero no fue posible, mejor dichito, esa fue la
razón para que naciera el odio contra Ramiro Andrade, el fiel trabajador de su
padre.
—¿Por qué?
Nacho observó escrutador, a Luis.
—Patroncito, usted todavía no entiende a Andinia —declaró, medio borracho—. Mejor dichito: Ramiro no huye como él, defiende al viejo Basante y medio herido casi lo logra salvar, porque esté seguro, el viejo Mariano llegó vivo al pueblo, aquí se murió, es la purita verdad; total el esfuerzo de Ramiro fue en vano. Patroncito, ¡cuatro días con fiebre y especialmente rabia contra su hijo a quien maldijo, lo mataron! Como el viejo no tenía mujer conocida ni otro hijo sus tierras quedaron en manos de Ramiro Andrade. Pero dos años después regresó Obdulio, tomó posesión de Villa Victoria, su herencia; para entonces se encontró con la mala noticia que su Dioselina se había enamorado de un aparecido, un forastero que había llegado a Andinia por negocios. Por dios, Obdulio Basante se sintió traicionado, prometió apoderarse de Luna Blanca que era la propiedad de doña Concepción Ñañez de Martínez, madre de Dioselina.
—Supe que usted es el
forastero que engañó a Dioselina Martínez.
—¿Y quién es usted? —
preguntó el hombre algo asustado.
La noche era hermosa, aquel
forastero del que hablaba la gente solía caminar por los alrededores del pueblo
antes de regresar al pobre hotel de Catalino.
—¡Me llamo Obdulio Basante y
esa mujer es mía! —aseguró.
El forastero lo miraba con
atención; dejó escapar una leve sonrisa.
—Su dueño, usted no es dueño
de nada, hasta sus tierras son ajenas, dicen que usted dejo a su papá en medio
de una balacera y huyó.
—¿Eso que importa aquí?
—Pues que si la gente habla
de mí por ser forastero de usted dicen que es un cobarde. Igual el chisme no
pasará desapercibido no importa quién muera aquí: el forastero o el cobarde.
— ¿Usted cree que soy un
cobarde?
— ¡No lo sé! En cuanto a
Dioselina dudo mucho que sea su mujer. Ella lo quiere mucho, pero como un amigo,
sino pregúntele a quien escogió.
Obdulio no resistió más.
Esa noche Dioselina estuvo
hasta tarde en el hospedaje de Catalino, pero nadie llegó. Ella sólo quería
confesar su secreto, pero no encontró a quien debía escucharla.
Al día siguiente una nota fue
recibida en Luna Blanca por la india Gumercinda dirigida a Dioselina Martínez.
La muerte rondaba.
—Patroncito, después del regreso Obdulio fue a visitar a
Dioselina, por dios, salió de Luna Blanca rechazado por ella, entonces decidió
apoderarse de todo ese territorio.
—¿Y Petrona y sus cinco hijas? —preguntó Catalino más confundido
que nunca.
—Poco a poco entenderá patrón; mejor dichito: Dioselina se
enamoró del aparecido y quedó embarazada de él. ¿No me diga que no se acuerda, patroncito?
La víspera de conocerse la noticia del asesinato de ese hombre la niña
Dioselina lo esperó aquí mismo hasta muy tarde.
Catalino recapacitó, trató de recordar qué pasó ese día en su
vetusto hotel.
—Cierto, la última vez que la vi fue esa noche, era muy tarde cuando llegó la india Gumercinda y se la llevó. Pero yo no sabía que estaba embarazada de doña Petrona.
Catalino movió la cabeza, su aspecto era reflexivo, Luis servía,
el polvo rondaba el parque de Andinia; las copas de aguardiente no eran más que
otra excusa de la vida para hablar de ella, aunque fuera un sonsonete repetido.
—¡Salud! —dijo, Catalino.
—¡Salud! —replicó, Luis.
—¡Salud patroncitos! —exclamó, Nacho, muy animado— como ven este cuento es largo, muy largo… Mejor dichito, es la historia de Andinia la que voy a narrar...