viernes, 17 de octubre de 2025

La era de la oscuridad IV

 IV 

Desde el amanecer como era acostumbre Gumercinda esperaba a Corocoro, ella guardaba las llaves de la alacena todas las noches por eso era indispensable su presencia para sacar los víveres del desayuno; se notaba molestia en la encargada de Luna Blanca, para completar con el paso del tiempo su turbación crecía con la ausencia de Arturo, no era costumbre en él salir después de las seis de la mañana aun cuando se sintiera enfermo; también era evidente su nerviosismo por la situación de inseguridad en Andinia, los patrullajes de las PJB casi siempre terminaban en desapariciones. 

En cualquier caso la vida en la propiedad tenía que seguir para todos, ante esa verdad Gumercinda se armó de fortaleza y salió a reemplazar al administrador en sus tareas diarias, una quietud inesperada alteró los nervios de la señora, derivada de la zozobra extendida entre los trabajadores, lentamente se arrimó donde estaban varios habitantes de Luna Blanca.

—Quiero que salgan a sus labores como todos los días, en el transcurso de la mañana aparecerán por eso no se preocupen —exclamó, Gumercinda, a todos sus empleados— ¡Marcia, llame a Andrés, necesito que vaya hasta Andinia a conseguir unos insumos antes del almuerzo. 

La hija de Corocoro se fue en busca del muchacho, experimentaba la aflicción causada por la ausencia de su madre, pero no le quedaba otra sino hacerle caso a Gumercinda y continuar como si todo estuviera normal; apenas dio unos pasos para dirigirse a cumplir su cometido la hermana de Benjamín apareció en la cocina, tenía el rostro ensombrecido.

—¿Señora Gumercinda, usted sabe dónde está Benjamín? 

Gumercianda sintió un calambre frio en su pecho agitado, desde muchos tiempo atrás cuando murieron los Martínez y en la desolación de Luna Blanca Concepción se dejó morir no sentía algo igual; una penosa incertidumbre se apoderó de ella, los momentos más terribles de Luna Blanca renacieron, el presente parecía dirigirse al precipicio, a la repetición de una desgracia familiar con una diferencia, ahora una sola Martínez tenía que soportar la desgracia; por todos los acontecimientos advertía una debilidad inusual, siempre se consideró capaz de superar cualquier eventualidad, pero en aquel instante dudaba de su capacidad de proteger a su Petrona, de reponerse fácilmente, reconociendo los oscuros augurios de su hermana al avecinarse; a pesar de eso en el fondo de su alma una esperanza resaltaba brumosa, tenía que agarrarse de ella para prevalecer triunfante, dejando al albur el desenlace. 

Según Gumercinda una sola cosa podía relacionar a una mejer de cuarenta años con dos chicos, uno de veinte y otro de dieciocho: la lucha por la liberación de Andinia; ojalá Arturo se los haya llevado para que lo acompañen en su lucha, no voy a soportar una pérdida sin razón aparente, si mueren peleando por una causa justa me dolerá menos, pensaba mientras se encaminaba hacia la plantación, ¿pero qué es justo en la vida? 

Mientras se sumía en meditaciones lúgubres Marcia se acercó a ella.

El joven Andrés no está —dijo.

—¡Maldita sea¡

—¡Señora!

—Perdón Marcia, pero es que no puedo; apenas lleguen me van a oír porque no puedo permitir esa irresponsabilidad de mis trabajadores, por ahora tengo que salir a Andinia para comprar los insumos que faltan.

—¿Puedo ir? preguntó, Marcia.

—Sí, te necesito.

—¿Yo también? —inquirió, Petrona. 

Era el peor momento para recibir esa pregunta, la mala suerte parecía apoderarse de Luna Blanca con todo lo pasado recientemente, no podía arriesgarse a enfrentar a su niña a las malintencionadas amenazas de Obdulio Basante.

—No.

—Mamá no puedes esconderme toda la vida, un día tengo que volver a Andinia y debo prepararme desde ya. 

Gumercinda guardó silencio por un rato largo, la muchacha no se equivocaba sobre el tiempo, había llegado a pesar de sus ruegos, su tutela no podía extenderse más por tanto la salida de la niña al encuentro con el destino era inevitable; Petrona no tenía la obligación de saldar ninguna cuenta, pero los pecados de su madre aun siendo irreales, inventados en la cabeza de Obdulio, la condenaban; la muchacha cargaba con una verdad funesta sin haberla buscado, ser hija de Dioselina Martínez. 

La señora vio a la chica emocionada ante la posible respuesta, inocente de los males venideros y no le fue posible negarse.

—¡Está bién!

Petrona sonrió muy sorprendida, su solicitud no esperaba tal respuesta, de hecho no estaba preparada, sin embargo, corrió a arreglarse.

Me acompañas Marcia —dijo, ansiosa por su salida; las dos muchachas corrieron contentas. 

En el cristal del espejo Petrona dibujaba la Andinia esperada, llena de gente feliz por verla llegar; era una Martínez, creció bajó la impresión triunfal de un padre ejemplar para Andinia, nada podía temer, era imposible algún enemigo después de los servicios de Macario; sonrojada por el orgullo infinito de pertenecer a la familia Martínez Ñañez salió al encuentro de Gumercinda, gracias, dijo y la abrazó. 

El trayecto entre Luna Blanca y el cruce blanco fue festivo, las dos muchachas corrían descuidadas a lo largo del camino, ni en sus peores pesadillas se hubieran imaginado transitar encima de un camino testigo de la muerte de los muchachos desaparecidos; cuando llegaron al cruce donde la carretera se divide para dirigirse a El Progreso tomando a la derecha y Andinia a la izquierda pararon un carro para transportarse hasta el pueblo. 

Obdulio, a quien la mujer esperaba no encontrarse, permanecía a diario en la casa donde anteriormente funcionaba la alcaldía junto a Onésimo, se mantenían económicamente con las rentas de Villa Magdalena administrada por Ramiro Andrade de acuerdo a orden expresa de Mariano Basante antes de morir; el viejo siempre tuvo su propiedad extremadamente productiva, de esa forma cubría los gastos de su vida desaforada, por fortuna para Obdulio el administrador conservaba la Villa tan bien como en manos de su dueño, dándole la oportunidad de continuar con el despilfarro heredado a su padre. 

Villa Magdalena siempre me protegerá, con ella puedo hacer lo que quiera en este pueblo de mierda —decía, el viejo Basante, mientras se emborrachaba con sus amigos.

Mariano por qué se llama Villa Magdalena

En honor a las mujeres más dignas del mundo, las que están sentadas a mi lado, por las que puedo dar cualquier cosa.

Cuidadito lo escucha doña Josefina, seguramente se revolcará en su tumba.

Mientras fue una magdalena la amé, mientras estuvo en medio de mis piernas me dio vida y la elevé al altar de mi corazón; pero cuando se conformó con el amor yo empecé a morir, fue el momento de refugiarme en las magdalenas del mundo, entonces volví a la vida y ella se entregó a la muerte; ¡tranquilo hombre!, ella se revolcó conmigo mientras respiraba, ¡eso fue celestial!, por eso tiene una muerte tranquila aunque esté en el infierno, ¡ni el diablo podrá darle lo que yo en esos tiempos!; pero no dude una cosa, no he conocido una magdalena mejor que ella, eso no se puedo negar, ¡es mi palabra y es ley!, ¡salud por la mejor!, ¡salud por Josefina! 

Una vez inició la era de la oscuridad se supo la influencia de Mariano Basante Reyes en la toma de Andinia; su relación con la Asamblea era poderosa, de hecho había sido partícipe de su constitución; junto al comandante Miller organizaron su propio ejército conocido como los vigilantes y una vez fundaron la Asamblea pasó a denominarse Fuerzas Militares de la Asamblea FMA. 

El plan para tomarse Andinia se había elaborado antes de su muerte bajo un acuerdo específico: sería el gobernante con absoluto poder e independencia; una vez las serpientes asesinaron al viejo las intenciones de la Asamblea se quedaron sin ejecución, la toma se aplazó mientras se decidía quien se encargaría de regir Andinia, descartando de plano a Obdulio, la Asamblea no quería caer en las garras de otro Basante más peligroso y traicionero, además la mediocridad de Obdulio no convenía, eras imperativo una autoridad fuerte que infundiera respeto con su presencia sin menoscabo de lo fundamental para el cargo: imponer miedo; apareció la imagen atemorizante de un hombre sin escrúpulos, autor intelectual de infinidad de muertes y desapariciones, cómplice material en muchas de ellas: el comandante Miller.

—Yo acepto el cargo con una condición.

—¿Cuál?

—Quiero mi propio ejército; Basante dejó las FMA, pero yo quiero el mío y libertad para hacer lo que quiera.

Los integrantes de la Asamblea aceptaron, nació entonces la Policia Judicial de la Bota, PJB; a fin de cuentas, lo único importante era el dominio de Andinia, qué importaban unas pocas detenciones irregulares y unos cuantos fallecidos siempre y cuando fueran disimulados

—Sólo es cuestión de ocultarlos a la vista de todos, los acusamos de ser subversivos— explicaba, Miller.

—¿De qué grupo?

—¡De cualquiera!, si es el caso lo inventamos, hay más de uno dispuesto a tener su propio grupo de idiotas; los reclutamos, los convencemos de que son capaces de derrocar al gobierno, los uniformamos y los usamos para matar a los demás; hay que pensar en la identificación, tiene que ser sugestiva y es indispensable que tenga las palabras: pueblo, popular, libertad o revolución en su nombre para hacerlo más rimbombante; eso le gusta a la gente, puede ser: fuerzas del pueblo, movimiento revolucionario, ejercito por la libertad, alguna bobada de esas; el caso es que crean que pueden llegar al poder con las armas, luego los desarmamos y celebramos el triunfo de la paz.

—Bien pensado comandante.

—¡Cree usted su propio grupo!, engáñelos, dígales que son revolucionarios; la mejor forma de esperanzar a la gente es algún grupo subversivo que luche por el pueblo y qué mejor uno creado por el propio gobierno, con eso animamos los noticieros y no corremos riesgos.

Con esa política durante la invasión se rearmaron las serpientes por la libertad popular SLP y nació el ejército plateado del pueblo por la revolución EPPR. 

Al enterarse de la incursión de las serpientes en el pueblo la Asamblea se comunicó con Obdulio, por su negligencia aceptó ayudarlos con la promesa de un cargo de poder y permitirle conservar sus tierras; Bastante cumplió con su parte a cabalidad, los mantuvo al tanto con número de hombres y ubicación por eso la toma fue exitosa desde el primer momento, una vez todo quedó ventilado se refugió en Villa Magdalena cómo le advirtieron; después del ingreso de la Asamblea lo mantuvieron al margen sin darle ningún cargo importante a pesar de sus servicios, ni siquiera en memoria de su padre, artífice intelectual de la invasión de Andinia, asimismo tuvo que ceder la mitad de Villa Magdalena para obtener la libertad de Onésimo además de movilidad sin restricciones a cualquier hora, a pesar de eso se cuidaba mucho de salir en las noches, prefería mantenerse acuartelado en la antigua alcaldía, con la PJB cualquier cosa puede pasar o cualquiera puede desaparecer, quedémonos aquí Onésimo, es mejor no tentar al diablo. 

Apenas Gumercinda con sus acompañantes llegó al cruce los residentes de la vieja casa construida detrás de una cerca de madera frente al camino de Luna Blanca alertaron a Obdulio; cuando las mujeres descendieron del carro a un lado del parque se encontraron con Obdulio Basante quien estaba atento a Petrona con ojos malignos incrustados en su cara avejentada, repugnantes para Gumercinda; la pobre mujer estaba aterrada ante la amenaza del hombre con aspecto de borracho y la advertencia de su hermana Rita quince años atrás. 

Esta niña es uno de las dos últimas nacidas en este pueblo, es muy linda, pero va a sufrir; aquí en esta propiedad será maltratada y nadie podrá hacer nada hasta cuando reaccione con el nacimiento de su salvación, en ese momento decidirá darle fin a su desgracia, ¡habrán pasado cinco gestaciones antes de librarse! 

—Buenas, buenas señoras de Luna Blanca —saludó, zalamero, Obdulio— qué sorpresa ver a la señorita Petrona, pensé que la ibas a encerrarla toda su vida.

—Eso no te incumbe.

—Cierto, ya no importa porque la tengo frente a mí, ¡apareció por fin! —bromeó, Obdulio— no se puede negar: es idéntica Dioselina a quien amé hasta su traición, porque seguramente no olvidas lo sucedido, algo que espero le hayas contado a esta niña: la traición de su madre; ¿cómo te parece Petrona Martínez?, ¡tu madre me traicionó!, mientras yo la amaba como a ninguna ella se unió a otro hombre, ¡un forastero!, ¡un maldito desgraciado que la abandonó después de embarazarla!; pero el azar se encargó de cobrarle el delito con su vida, ¡el pagó su deuda con la muerte!, Dioselina la evadió al morir, sin embargo, la cuenta se debe saldar; cierto Dioselina ha desaparecido, ¡por culpa tuya Petrona!, eres la culpable de su fallecimiento por eso heredaste la obligación… Petrona, mataste a tu madre, mataste mi amor, mi venganza es contra ti, es inaplazable, tiene que ser saldada con dolor.

—¡Déjala en paz!, ella no debe nada.

—No, no, no, te equivocas, ella es Dioselina en persona, ella tiene que solventar porque mató la deudora.

—No le digas eso desgraciado —aulló, Gumercinda; en ese momento una carcajada endemoniada recorrió todos los rincones de Andinia y un nuevo diluvio se derramó sobre el pueblo. 

Bajo la lluvia los cuatro personajes se batían en un duelo épico, sus sombras apenas se apreciaban entre los chorros de agua, frente a frente con la mirada chispeante; pero llegó el momento de una derrota inevitable producida por la debilidad de todos porque entre su aparente fortaleza sólo se escondía la desgracia de la soledad, bajaron la mirada cada uno mascullando sus culpas, ocupados en condenarse por sus palabras, sus gritos, sus acusaciones; Petrona clavó su mirada en la enlodada calle, dando paso irrestricto a sus lágrimas confundidas entre las gotas de una lluvia incesante, Gumercinda también sollozaba, pero no necesitaba el agua del cielo para ocultar su llanto, era interno, imposible de descubrir salvo si se profundizara el alma; a su vez, Obdulio había enterrado su cabeza entre sus hombros como se de esa forma lograra impedir que la pertinaz lluvia lo mojara, lleno de rencor hacia todos, a Petrona, a Dioselina, a Gumercinda, a su suerte eternamente funesta, no lloraba dominado por su profundo orgullo de perdedor y la tristeza que poco a poco lo invadía por el recuerdo de su Dioselina. 

—¡Pronto nos vamos a ver, pronto pagarás! —grito, saliendo de su sopor.

—¡No señor!, no se acerque, aquí estoy para protegerla dijo, Marcia y se interpuso entre el viejo y la señorita.

—¡Quítate de aquí negra metida! —amenazó. 

A pesar de su maligna presencia se contuvo ante la imponente negra dispuesta a pelear contra él; al contrario del cuerpo esbelto de su madre, Marcia había heredado la corpulencia de su padre y hubiera sido capaz de detener al viejo si era necesario; Obdulio lo notó, alejándose un poco por seguridad antes de hacer una última advertencia.

—Tú eres Dioselina y eres para mí, esa es la única forma de sanar tu deuda.

—Nunca pasará, Luna Blanca no permitirá su entrada —explicó alterada, Gumercinda.

—Si todavía queda en pie.

—Claro que seguirá en pie —gritó, la administradora de Luna Blanca.

—Quién sabe, con esa cantidad de subversivos que trabajan allá pronto será expropiada por seguridad de la Asamblea —explicó, Obdulio, antes de retirarse con una risa socarrona en su rostro desgastado por el tiempo y el alcohol. 

La turbación de Gumercinda fue total ante las palabras del viejo, convertida en desolación cuando vio en el cartel de las FMA deshecho en medio del torrencial aguacero las fotografías de varios muchachos, entre ellos Andrés y Benjamín, vestidos con uniforme militar, tirados en el suelo. 

Encima de las fotografías había un letrero muy vistoso: 

Desconocidos muertos cuando emboscaron patrulla de las FMA comandada por el sargento Corredor; las FMA felicita la dedicación y sacrificio del sargento Corredor en el cumplimiento de su labor, repeliendo subversivos enemigos de la Asamblea. 

Gumercinda no pudo sobreponerse al encuentro con Obdulio, su amenaza, la premonición de Rita y la imagen de los dos muchachos tirados en medio del barro rojizo; a su vez Marcia no podía vencer su preocupación, la única forma de saber si su madre aparecía en las fotografías era verlas nuevamente, pensó entonces en regresar, pero fue contenida por Petrona.

—¡Marcia vamos!

—Espere niña, quiero saber si mi mamá también está en las fotografías.

—No seas tontas, si vas a buscarla en las fotografías la delatas, es mejor que no sospechen, si no saben de su desaparición no la van a buscar, eso puede hacer la diferencia para salvar su vida.

Marcia pensó unos segundos y subió el carro turbada ante la idea trágica de la muerte de su madre. 

Por caminos contrarios Petrona y Obdulio se alejaron de su confrontación; una vez alcanzaron el cruce blanco Petrona habló, llévate a Gumercinda a la casa, ya voy, después se bajó del carro y se alejó; agobiada por la lluvia incesante se detuvo en medio del sendero.

—¡Maldita lluvia!, ¡hasta cuándo! —grito, desesperada, con las manos en alto y sus ojos puestos en el cielo— ¡no más! 

El eco de su grito fue hasta el último rincón de Andinia, un vez todo quedó en silencio bajó los brazos como si hubiera sido derrotada; mientras caminaba percibió la disminución de las gotas, entre más se alejaba de Andinia empezó a sentir la brisa cálida sobre su piel, pasado un tiempo encontró la ruta de su casa completamente seca; con una sonrisa amarga se adentró en el polvoriento camino, en la medida que sus pasos se acercaban a la casa empezó a disfrutar el mágico mundo inmerso en Luna Blanca, a un lado volvió a escuchar el melódico encantamiento del agua rosando presumida las rocas, sombrías por la humedad brillantes por sol; sabía de qué se trataba el rumor delicioso a sus oídos, pero decidió dirigirse para contemplarlo, era absolutamente necesario para encontrar paz; estaba defraudada, Andinia no la había reconocido, destrozada por la tristeza y la tiranía semejaba un paraje maldito, un rincón de dolor, una tierra seca llena de muerte, al repasar esa imagen lloró bajo la sombra de un bosquecillo de pinos y ciprés; finalmente cesó la lluvia. 

Ven a mí, siento tu presencia, pero no te puedo ver ni siquiera como una sombra, por favor acércate para que te pueda hablar, dame la oportunidad de confesarte: no mi amor, si mi arrepentimiento; no soy capaz de vivir con el peso de mis palabras que tanto te han dañado, quiero amarte, quiero tu perdón, no quiero vivir arrepentido, acércate para que te vea, no espero un fantasma te espero a ti; ¿dónde estás?, ¡déjate ver!, dame tu perdón, sal para que te vea, sal ahora, preséntate a mi lado, te necesito, acércate por favor…

La lluvia seguía brotando de las nubes para castigar el desolado piso, suave aposento eterno de la muerte, donde Obdulio lloraba sin parar borracho de tristeza atosigado de alcohol.

—¡Ven a mí!, ¡preséntate ahora! —gritaba al lado de una lápida fría completamente humedecida por los chorros imparables nacidos de los cielos donde decía: 

Dioselina Martínez

Descansa hija buena

e inolvidable. 

Pasadas unas horas Petrona llegó a la casa.

—Niña, niña, la señora está preguntando por usted.

—Dile que ya estoy con ella, primero voy a revisar si todo está listo —aseguró, la muchacha.

Marcia no la reconoció, su niña tenía el rostro sombrío como si el tiempo se hubiera acelerado, unas leves marcas en su cara se vislumbraban, las inconfundibles señales del rencor, Petrona había aprendido a odiar.

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