XI
Los días habían transcurrido grises, un viento helado quemaba
los labios de los habitantes de Andinia, las pocas luces del cielo se apagaban
ocultas por una nubosidad gris oscura; la supersticiones empezaron a rodar por
el pueblo, unos le echaban la culpa al demonio y otros daban por hecho la mano
divina, en todo caso estaban de acuerdo en el mal presagio al ver el cielo con
un aspecto tan lúgubre.
—Algo malo viene —dijo Gumercinda con voz ceremoniosa
contraria a su pequeña y gruesa figura.
—Chiquilla loca, ¿qué sabes de males? —comentó, el padre
Juan.
—Padre, esa niña es hija de una bruja; está viva gracias a
doña Concepción, pero hay que tenerle miedo, ni en Luna Blanca se sanó, sigue
siendo hija de la bruja que se murió en la calle, abrazando a su hijo.
El padre sonrió ante las palabras del tendero, no lograba
comprender si era exageración o mala voluntad con la niña; al tiempo Gumercinda
miraba con ojos de profunda molestia a Catalino.
—No exagere amigo.
—No exagero, si dice esas cosas es mejor creerle.
—Nada de brujas, usted es un supersticioso Catalino; ya verá
que es un invento infantil.
—Si usted lo dice padre —exclamó, Catalino con desconfianza,
ocultando su cara detrás del mostrador para evitar la mirada de la niña.
—Padrecito, créame, el cielo no se oscurece tanto por nada,
algo viene… una gran tempestad que va a lavar los pecados de Andinia —agregó, Gumercianda,
aparentemente
distraída.
—Pareces vieja hablando así, mejor deja las tonterías y el domingo te espero en la misa para confesarte, tu problema es que vives en pecado por eso hablas tantas tonterías.
Los días continuaron imperturbables, una aburrida cotidianidad desbordaba la realidad del pueblo azotado por un viento cada vez era más helado, envuelto en una calma dudosa.
Inmediatamente se realizó el matrimonio Teresa
salió de Villa Ángela escoltada por su padre por si acaso Joaquín se atrevía a incumplir
la primera parte de su trato; una vez la mujer puso un pie en la destartalada
casa empezó una perorata fastidiosa, en ese momento Joaquín entendió las
razones del viejo para librarse de la muchacha, muy tarde para arrepentirse;
por su parte Mauricio parecía feliz con la nueva inquilina, celebraba cada
grito y aplaudía cuando se cruzaba con su nuera.
—¡Ese es mi hijo! No me imaginé que serías capaz de casarte con esta loca, tienes mi admiración; además de estar mal de la cabeza es bonita, eso es lo mejor, ¡bravo hijo! Claro que no te augurio mucho tiempo de vida, esa mujer nació para ser viuda, es una demente, y si te tiene que matarte para eso no lo va dudar.
Joaquín trataba de sobrevivir entre gritos y toda clase de imprecaciones por ello permanecía fuera de la casa el mayor tiempo posible sin saber que era peor: los gritos de su mujer trastornada o los comentarios de su padre alchólico, por eso había dejado a su hermana a cargo de Teresa.
—Clemencia tienes que
ocuparte de esta gritona —le dijo al día siguiente de la llegada.
—Usted se casó con ella —comento
la vieja con distraimiento; Joaquín se enfureció.
—Maldita bruja, tienes dos
opciones: la cuidas o te largas.
Clemencia era muy temerosa y
débil para enfrentarse a su hermano por eso terminó aceptando el encargo.
La otrora gran propiedad de doña Lucero Rosas se había convertido en un asilo de desquiciados; Joaquín huía apenas se presentaba la oportunidad, aunque el clima cada vez más recio de Andinia iba en contra de su voluntad; prefiero aguantar este puta frio de mierda que a ese par de locos, decía en la tienda de Catalino cuando iba a tomar un aguardiente; de cualquier forma la perturbación de sus familiares era llevadera si no fuera por una cuestión preocupante: no había cumplido la segunda parte de su trato con Alberto Ramírez; hasta ese momento El Lucero seguía a nombre de los Arteaga dada la extremada necedad de Mauricio. Nos van a matar si no entregamos esas tierras, yo me comprometí con el viejo, le trataba de explicar Joaquín a su padre; ¡a mí qué me importan tus negocios!, que venga ese viejo cabrón para enseñarle de lo que somos capaces los Arteaga, respondía Mauricio borracho tirado en su sala maloliente.
Aparte de las convulsas relaciones en El Lucero la paz perecía durar más de lo sospechado en Andinia, ni un solo disparo reventó después de las Martínez, algo peligroso en un pueblo determinado a escribir su historia con sangre, una pausa preocupante, un tiempo abúlico, un frio insoportable, un preludió tenebroso.
—¡Catalino!, ¡Catalino! —entró, gritando un muchacho
perseguido por un fuerte ventarrón y un escándalo de grandes gotas sobre los
árboles del parque— ¿¡adivine!?
—¡Quién dijo que soy adivino!
—¡Adivine quién apareció!
—¡Maldita sea, que no soy adivino!, si no hubiera sabido que de este lado
hay una gotera tan grande que me va a inundar la cocina.
—Para lo que la usa —comentó, el muchacho; Catalino frunció
su cara.
El chico noto el malestar del tendero y disimuló, pero no
pudo quedarse callado con la noticia que llevaba.
—¡Obdulio! —susurró misterioso; Catalino juntó las cejas,
interrogando al muchacho con su gesto— el desaparecido hijo cobarde de don Mariano Basante
—completó solemnemente
con aire de importancia. Catalino quedó de una sola pieza, pensaba que nunca
más escucharía ese nombre en Andinia— ahora vamos a saber si se fue por cobardía.
—Y usted qué piensa muchachito.
Catalino no había terminado la pregunta cuando el chico había
desaparecido en la oscuridad de la cocina; entre tanto un hombre fornido, de
tez intensamente trigueña, ojos chispeantes y algunas arrugas resaltadas por
la acción del sol sobre su cara se paró frente al mostrador; el tendero guardó
silencio sin temor alguno acostumbrado como estaba a ese tipo de apariciones, la hija de la bruja tenía razón, pensó. Obdulio
se veía acabado, la apariencia juvenil de dos años atrás había desaparecido, en
su cara se notaba sufrimiento y especialmente rencor; su entrada lóbrega produjo
en el muchacho del chisme un terrible escalofrío, de inmediato saltó sobre el piso
para esconderse con el pretexto de revisar la gotera sin responder nada sobre
el tipo atemorizante que se acomodó a su lado.
—Deme algo de tomar, Catalino —exigió— parece que nada ha cambiado, chismosos y cobardes —dijo, alzando la voz para que el muchacho lo escuchara— sólo esta maldita lluvia que me ha perseguido todo el camino es nueva para mí, antes de irme en este pueblo sólo había polvo volando por todas partes.
Era cierto, Andinia se caracteriza por pocas lluvias fustigada
continuamente por el bochorno producido por la mezcla del calor y una exótica
humedad que nunca se supo de donde salía, culpable del mal secado de la ropa de
sus habitantes olorosos al rancio de la tela sudorosa y húmeda; a pesar de esa
aparente sequía las nubes negras de las últimas semanas presagiaban borrascas,
pero no como se esperaban, con grandes gotas como en la gran tormenta que casi
acaba con Andinia, esta vez fue diferente, las inmensas gotas encharcaron todo
el pueblo en poco tiempo y se disiparon para alivio de los pobladores, sin
embargo, después de un gran ventarrón volvieron a caer lentamente, creciendo
hasta convertirse en chorros que dejaron a Andinia completamente empantanada.
—Maldita sea, llevo tres días aquí y no he visto el sol ni un
minuto, sólo llueve y llueve —renegaba, Obdulio— ¡llueve por chorros en este jodido
pueblo!, yo sabía que estaba maldito, pero parece que han empeorado las cosas.
—¡Eso cree! —gritó, el cura cuando entró en el hotel de
Catalino.
—Hola padre Juan, ¡todavía sigue vivo!, qué sorpresa —respondió,
Obdulio con sorna marcada.
—Obdulio, aunque le moleste sigo vivo igual que usted; y de
sorpresas debo hablar yo, nadie se imaginó volverlo a ver —explicó, el padre
muy divertido— por cierto, le voy a decir algo: se nota que lo ha acabado su
estancia por otros lados, tiene la piel quemada por el sol y los ojos malignos
por el pecado; ¿se ha confesado?, si quiere acérquese a la iglesia para
ayudarlo, le aseguro que después de quitarse el peso de sus delitos le
suavizará el rostro.
Obdulio soltó una risa estridente.
—Váyase a la mierda padre, como estoy me siento bien, el
mejor hombre es el que carga sus delitos sin temor, ¿sabía eso padre Juan?, lo
único que quiero es que pare esta lluvia.
El padre no dijo nada, dio media vuelta para ocupar la banca de madera instalada recientemente por Catalino frente a su tienda y se limitó a hablar de banalidades con el tendero mientras contemplaba los chorros que caían del cielo.
Obdulio aguantó un día más antes de decidirse, no iba a aplazar
más la visita planeada para su regreso; se cubrió con un plástico viejo
descubierto en el patio del hotel para evitar algo los chorros pesados e
incesantes emanados del cielo, después tomó camino de Luna Blanca sin dejarse
notar en el hotel temeroso de su encuentro con el pasado; mientras avanzaba
observó la carretera totalmente seca, al parecer no había llovido por Luna
Blanca, sin embargo, al voltear notó con molestia las primeras gotas mezclarse
con el polvo de la rúa en su aparatosa caída, por eso no dejó su plástico; el
cielo se fue oscureciendo, el viento era cada vez más helado. Al aproximarse
observó a Gumercinda concentrada en el movimiento de las nubes oscuras sobre su
cabeza, es mal augurio, meditaba sin
darse cuenta del arribo del muchacho, al verlo corrió asustada a un establo
abandonado a un costado de la casa.
—Buenas tardes Gumercida —alcanzo a decir el joven antes del escape
de la niña.
En ese momento apareció Concepción con intenciones de llamar
a la huidiza muchacha y se encontró con Obdulio; al verlo se indignó.
—¿Qué diablos hace aquí?, por culpa de su papá las serpientes
entraron y mataron a mis niñas, largo de aquí, usted es una desgracia para esta
familia —aulló grotesca— y tenga en cuenta algo, no volverá a ser amigo de
Dioselina, tiene que matarme primero antes de que eso pase.
La maldición en Andinia era inconmensurable, si bien es cierto nunca volvió a ser amigo de la muchacha si supo de la muerte de Concepción con cierto rasgo de complicidad en su mirada.
La bulla fue tremenda, los empleados salieron atropellados a averiguar
la causa, detrás de ellos apareció Dioselina; Obdulio quedó admirado de su
belleza, era mayor de lo que recordaba. Ella lo miró en silencio aparentemente
perdida en meditaciones.
—Váyase —insistió, Concepción, con un tono destemplado e
histérico.
—Bueno, pero primero quiero hablar con Dioselina.
La muchacha al ver la escena intentó calmar a su madre, con
voz dulce la convenció de retirarse junto con los empleados y se dirigió al
encuentro con Obdulio.
—Hola —dijo con una melodiosa y a la vez severa entonación.
—Hola Dioselina, ¿cómo estás?
—¿Dónde te metiste todo este tiempo?
—De eso quiero hablarte, debo explicarte varias cosas, yo no
quería dejarte, fue un error —intentaba aclarar, pero se enredaba en ideas
sueltas sin concretar nada— quiero que sepas que mientras estuve lejos no dejé
de pensar ni un momento en ti, mi único plan era regresar a verte para que seas
feliz.
—Ahora no importa —balbuceó, Dioselina— mucho tiempo me dejaste sola sin dar señal ni explicar la razón, te extrañé muchos días, pero al fin pude superarlo.
Durante un buen rato los dos intentaron convencerse mutuamente de los errores, de las decisiones, de la realidad; sin embargo, lo único cierto para Dioselina era el final de su amistad. Obdulio insistió de todas las formas, intentó explicar sus actos con disculpas, confesiones y finalmente con gritos; Dioselina no aguantó más, se internó en la casa, caminando aprisa.
Devastado salió de Luna Blanca con la cabeza gacha, el mentón clavado en su pecho y una brillo extraño en su cara, a lo mejor el odio naciente en su corazón; me las vas a pagar maldita no importa el tiempo, ya verás. Cuando alzó su rostro empezaron a caer las primeras gotas sobre Luna Blanca, pronto engrosaron, convirtiéndose en chorros; Andinia nunca supo si Obdulio Basante lloró, de haber brotado llanto de sus ojos el agua caída del cielo lo limpió sin dejar rastro de las únicas lágrimas que derramó en su vida.
Desde ese momento siguió lloviendo todos los días y las noches de Andinia; pasado un mes todos parecieron acoplarse al nuevo clima y salvo la vestimenta alterada por las inclemencias del tiempo todo volvió a la normalidad; la basura aún se esparcía por todo el pueblo sin el impulso del viento porque ahora navegaba en los profundos boquetes ocasionados por las corriente de agua en las calles, los niños volvieron a sus andanzas, los días de mercado reanudaron su actividad abarrotados de fantasmas que desaparecían el resto de la semana y la tienda de Catalino se volvió a llenar.
Obdulio Basante había entablado amistad estrecha con Onésimo, se divertían juntos cuando pasaban a saltos los charcos de la calle en dirección de la tienda para comprar el trago de sus borracheras en la alcaldía, planeaban toda clase de malabares malignos, conspiraban con su cabeza anegada en alcohol, pensando en una venganza conjunta sobre Andinia; de esa manera Obdulio se enteró la de relación sostenida por Germán Ramírez y Dioselina Martínez durante su ausencia. Onésimo, creo que es hora de empezar mi venganza.
Unos día después Andinia se sintió estremecida por terribles
noticias, el fin de la tranquilidad era inminente; hombres bien armados entraron
en la cantina de Jovita para llevarse a varios muchachos, entre ellos Germán
Ramírez quien compartía con cuatro amigos, todos fueron conducidos fuera del
pueblo con senderó desconocido, nadie pudo ver hacia donde, los chorros de agua
y la oscuridad del cielo limitaban la vista; en ese momento los cielos de Villa
Ángela se oscurecieron y grandes cantidades de agua emanaron de lo alto para inundar
las tierras de Alberto Ramírez.
—¿Qué diablos está pasando?, ¿por qué tanto escándalo?
—Señor, las lluvias de Andinia ya llegaron a Villa Ángela,
están anegando todo —dijo, Miguel, el mayordomo de la finca.
—Pues encárguese para que no terminemos ahogados.
Miguel salió con las órdenes de Alberto rápidamente donde
estaban los demás empleados.