V
Entre
tanto Arturo, Vito y Corocoro se refugiaron en la casa de la loma hasta donde
los había conducido el desconocido, Arturo estaba molesto por su intromisión,
pero le fue imposible desconocer su fortuna con la aparición del extraño
sujeto, le había salvado la vida, Andinia todavía tenía esperanza.
El hombre salió en
silencio después de instalar a Arturo en el refugio, pasada una hora volvió
acompañado.
—Hola, Vito,
¿cómo estás?, ¿hola Marinela?, estaba preocupado por ustedes —exclamó, Arturo,
apurado por la emoción de verlos.
—Estamos
bien, este tipo nos llamó para que lo siguiéramos a un sitio seguro, no explicó
nada ni sé por qué lo seguí.
—A
nosotros también nos sacó del cruce Blanco y lo seguimos como si lo conociéramos,
yo estaba con Didier —explicó, Arturo.
—¿Él está
bien? —preguntó, Marinela.
—Sí,
regresó a la tienda de Catalino, lo tienen vigilado.
—¿Quién es
este tipo? —preguntó, disimuladamente Vito; Arturo se limitó a encogerse de
hombros.
El
desconocido apareció nuevamente.
—Traje
comida —dijo.
—¿De dónde
la sacaste?, si es robada no quiero nada, no vinimos a eso —reclamó, Arturo; por
alguna razón sentía aversión hacia el hombre.
—Tranquilo,
es cortesía de los trabajadores de Villa Helena; Miguel en persona lo trae y
alguien especial lo acompaña, espero que guarden la compostura.
Los
muchachos quedaron intrigados con el anuncio: Miguel entró enseguida, llevaba
una bandeja grande con tres platos de sopa y tres cafés humeantes.
—Hola,
¿cómo están? —dudó un poco sobre el saludo, un buenos días hubiera sido irónico
con lo sucedido, pero no encontró otra forma, dijo la primera pregunta que se
le vino a la cabeza; se sonrojó.
Después de
su gesto compungido se dibujó en el rostro de los jóvenes uno de sorpresa al
descubrir la visitante; la visita fue muy corta sin mediar palabras, a su
salida los muchachos intentaron descansar.
El tiempo
corría, durante un rato se dedicaron a evaluar ciertos movimientos necesarios
para cuidarse, no podían perder más partidarios, sin embargo, con el paso de
las horas fueron decayendo en su impulso y reavivaron las imágenes terroríficas
de la noche; por su juventud eran físicamente fuertes, pero los acontecimientos
nocturnos acaecidos dejaron claro la debilidad de su espíritu, algo
imperdonable para un perseguidor de la libertad.
Se sentían
afligidos por aquellas muertes irracionales, en su somnolencia la tristeza los
achicopalaba, sumidos en un silencio compartido, exhaustos por el esfuerzo
extremo con muchas imágenes dando vueltas en su cabeza, marcando sus recuerdos
de forma indeleble.
Marinela
no podía olvidar la sangre emanada a borbotones del cuerpo de Benjamín, a la
vez que agradecía estar viva maldecía su cobardía, daría cualquier cosa por
retroceder el momento para protegerlo de los soldados; se sentía vacía, en su
corazón se creía culpable y otra vez el llanto convulso la tuvo presa durante
mucho tiempo.
Vito no
podía sacar de su mente la imagen del chico en el suelo, pero lo estremecía más
recordar los espasmos de la mujer que peleaba con fuerza por liberarse de sus
brazos a la vez aterrada e indefensa impedida de gritar, ese dibujo en su
memoria le producían una sensación inigualable como si le hubiera quitado a la
mujer su mayor deseo: salvar a su amigo.
—Hola cómo estás, te invito a jugar con mi balón.
—¿Cuál?
—El que tengo en la casa, ¿lo quieres ver
Benjamín?
—¡Sí!, hey, Andrés ven para que conozcas
el balón que me va a prestar Arturo, para que juguemos hoy.
—Vengan chicos, es verdad.
Los dos chicos se abrazaron al
encontrarse.
—¡Vengan!, ¡Benjamín, Andrés!, cojan el
balón, corran, corran, ¡Benjamín!, ¡Andrés!, corran, el balón es suyo, ¡corran,
es suyo!, ¡corran!...
—¡Corran!,
¡corran!, ¡sálvense por favor!
Los gritos
despertaron a Vito y Marinela.
—¿Qué pasa
Arturo? —preguntó, Vito, asustado.
—No pasa
nada —murmuró, Arturo— sólo que no lo ayudé, lo dejé tirado ahí, abandonado
como si no fuera mi amigo.
Arturo
empezó a temblar; Marinela se acercó, nunca lo había visto llorar, para ella
Arturo era un hombre fuerte sin temor a enfrentarse a cualquier cosa, pero ahí
estaba entristecido necesitado de un abrazo protector.
—Yo si podía
salvarlo, tenía que salir, los militares no los hubieran matado si me
entregaba, era más valioso mi arresto que dos chicos inocentes, pero en cambio
vi cómo se abrazaban, los vi llorar, sentí su miedo, su terror y no fui capaz
de arriesgarme por ellos, lo merecían, ¡maldita sea, soy un cobarde!, no
merecían morir, los dejé morir, los mataron por mi culpa, los mataron, los
mataron, es mi culpa.
Arropado
por el cuerpo de Marinela, Arturo fue cediendo a su crisis hasta que por fin se
calmó y pudo descansar un rato.
Por su
parte, Didier había regresado a la tienda para cumplir el compromiso con la PJB
acordado por Catalino la noche anterior; después de mediodía todo estaba
dispuesto para la comparecencia de los dos hombres ante los funcionarios de la
oficina de la administración.
—¡Didier!,
¡Didier! —gritó, el tendero— vamos, entre más pronto mejor.
—Bueno,
señor.
Las calles
estaban solas, nadie se atrevía a salir después de los sucesos nocturnos, el
miedo cundía por el pueblo; junto a la publicación de las fotografías se leía
en números muy grandes una suma de dinero como recompensa a quién diera
cualquier información aun si era insignificante, eso ponía en riesgo a todos
por la costumbre perversa de inculpar el primer aparecido en la calle por el
dinero, aprovechando la falta de confirmación de parte de la PJB, para los
agentes era suficiente la palabra del denunciante desconocido para encarcelar a
quien fuera.
Los dos
hombres recorrían las calles inquietos ante tanta soledad.
—Buenas
tardes.
—¿Qué
necesita?
—Buenas
tardes, le dije —insistió, Catalino— podría ser tan amable de saludar.
—A mi qué
me importa si son buenas o no, usted es un civil y esta es una edificación
militar así que limítese a preguntar lo que necesita.
Didier se
sintió molesto, su sangre hervía e invadió su rostro, no podía soportar el
maltrato al que estaban sometidos los habitantes de Andinia diariamente.
—Necesito
al comandante de la PJB.
—Él está
ocupado para atenderlos.
—En ese
caso dígale que Catalino está aquí para cumplir su promesa y viene acompañado
de Didier Morales, el joven a quien quiere entrevistar.
El hombre
en la puerta de la oficina de administración los miró con desdén.
—Igual,
está ocupado.
—Bien, que
tenga buena tarde.
Cuando
salían se encontraron con el comandante de la PJB de la noche anterior.
—¡Oh!, me
parece muy bien que enseñe a su ayudante a cumplir sus compromisos.
—Ya nos
íbamos.
—¿Cómo,
sin entrevistarse conmigo?, eso le hubiera traído consecuencias indeseadas.
—No era
culpa nuestra, el señor en la puerta dijo que nadie podía atender a civiles en
esta oficina.
—¿Quién
fue el imbécil?
—Señor,
señor, pensé que estaba ocupado por eso le pedí amablemente al señor que
volviera más tarde, no sé porque se queja.
—Una sola
cosa Catalino —exclamó, el comandante, sin quitar la mirada del agente encargado
de la puerta— ¿este idiota lo saludo?
Catalino
lo pensó un momento.
—Sí.
—No estoy
muy convencido de esto, pero lo acaban de salvar agente —explicó— ¡síganme
señores! —agregó, dirigiéndose a los dos hombres.
El tendero
y el ayudante entraron detrás del tipo, en la antesala de la oficina otro
agente estaba detrás de un viejo escritorio.
—Agente,
inmediatamente me reemplaza al de la puerta —dijo, el comandante de la PJB—
quiero que lo mande a El Progreso a encontrar a los sospechosos del ataqué.
—Señor, allá
lo pueden matar.
—Esa es la
idea, esa es la idea, así que cumpla la orden sino quiere ir con él.
Todo fue inundado
por un absoluto silencio.
Didier iba
algo temeroso, llevaba puesta una bufanda sobre una camiseta
de manga corta.
—Siéntese
y responda con la verdad —inició, el comandante— ¿dónde
estaba anoche?
—Recostado,
señor; me dolía la garganta y preferí esconderme del frío —explicó
el joven; el agente lo miró de pies a cabeza.
—Pero lo veo
sin chaqueta, ¡¿es que está haciendo mucho calor y no me he dado cuenta?!
—No señor,
el clima del día está tibio y pensé que no me haría falta, pero apenas llegue a
la tienda me la pongo para evitar alguna recaída.
El
comandante de la PJB lo miró con muchas dudas, pero se conformó con la
expllicación.
—De ahora
en adelante así se esté muriendo debe salir cuando lo llamamos, entendido.
—Si señor.
—Queda
advertido, si no sale la próxima vez que lo requieran mis agentes mejor
desaparezca por el bien de Catalino que se arriesgó por usted, ¿entiende lo que
quiero decir?
—Claro —respondió,
Didier.
—Bueno
señor, todo parece que quedó claro —exclamó, Catalino— como le prometí anoche hoy
nos presentamos; otra cosa, lo que ayer dije era verdad, ¿cómo se le ocurre que
yo le voy a mentir a un representante de la Asamblea.
—Ahórrese
sus explicaciones y váyase.
Los dos
hombres se retiraron, una vez en la calle caminaron pensativos, de pronto
Catalino rompió el silencio.
—Oyó bien,
lo tienen fichado como parte del grupo de subversivos como los llaman ellos,
sólo esperan un error y lo encierran; hasta aquí lo pude ayudar, la próxima
queda solo.
—No se
preocupe Catalino, yo no voy a dañarle su vida, siempre estaré agradecido por
lo de anoche y le aseguro que la próxima vez usted quedará por fuera de
cualquier cosa.
Cuando
llegaron a la tienda se vieron a los ojos, agradecimiento y comprensión se
mezclaron, se hicieron una leve venia y cada uno regresó a su trabajo.
—No me
vaya a romper esos envases, no sea guevón —reclamó, Catalino; los dos
rieron, finalmente la vida continuaba.
En ese
momento Miguel entró en la casa de la loma, iba a retirar los platos de comida.
—La
señorita Helena pregunta si puede hablar con ustedes.
—Y la
señora Teresa —preguntó, Vito; se oía temeroso por la respuesta, esperaba
verla, la admiraba por su temple.
—De ella
no se preocupe; mientras sus intenciones sean sinceras ni ella ni Alberto Ramírez
atentarán contra ustedes —dijo, Helena apenas ingresó en la casa,
se veía hermosa con sus cabellos rizados, jugando coquetos sobre su rostro de
mirada profunda y atemorizante sin perder su encanto.
El ingreso
de la muchacha fue crucial, su aire de extraña grandeza fortaleció el espíritu
decaído después de los sucesos funestos; la habían visto en la mañana sin
dirigirse palabra, ahora por fin podían relacionarse.
—Me llamo
Helena.
Al
escuchar el nombre les fue imposible sentir un escalofrío, conocer a la chica
de las maldiciones de Villa Helena no era para menos.
—Yo sé que
sus intenciones con Andinia son buenas, Miguel ha sido claro, mientras sus
acciones nos lleven a derrocar a la Asamblea
nadie los molestará en Villa Helena; esta casa será su lugar de reunión, el más
seguro de Andinia —explicó, entusiasmada— ustedes ya saben quién soy yo, pero
por mi parte no los conozco así que de alguna forma los debo llamar.
Todos se
quedaron pensativos.
—Nos
puedes llamar los Blanco —exclamó, emocionado, Vito.
—Entonces,
la casa de la loma será el fortín de los Blanco —concluyó, Helena.
A pesar
del afán de Arturo por salir prefirió hacer una deferencia con su anfitriona y
se sentó a escucharla; Helena indagó sobre la organización, estaba decidida a involucrarse
en el plan de los Blanco, con sus argumentos esperaba convencerlos de la
importancia que podía tener al unirse a la causa.
—¿Cuántos
son? —preguntó.
Nadie
quiso responder.
—Todavía
desconfían de nosotros, Villa Helena solo abrirá sus puertas a los salvadores de Andinia y
hemos apostado por ustedes, aquí tenemos más que perder; Villa Helena es
respetada y temida, no requiere ninguna demostración ante la Asamblea, a pesar de ello estamos con
los descontentos, con esos que pueden hacer diferencia para la historia del
pueblo, deseamos su victoria, al menos nos merecemos su confianza por les aclaro:
Villa Helena seguirá como ahora aunque triunfen, nuestro afán es apoyarlos, no
buscamos nada especial, tomamos partido por ustedes y sólo les pedimos lo que
todos nos tienen: respeto.
Cuando
terminó de hablar sólo se escuchó un suspiro unísono, al rato Vito habló:
—Somos diez
—confesó— él es Arturo.
—Mucho
gusto —dijo, el joven.
—Ella, Marinela.
—Hola, me
puedes decir Corocoro.
—Yo me
llamo Vito, gusto en conocerte.
—Gracias
por presentarse.
—Faltan
Didier, Teseo, Álvaro y el locutor, ellos fueron los primeros; también participan
Lidia, Amalia e Ícaro, pero todos los días hay nuevos… —en ese momento se le
quebró la voz— Andrés y Benjamín eran nuevos y fueron asesinados, es el riesgo de
enfrentar a la Asamblea y todos lo
aceptamos.
—¡Falto yo!
—rompió el silencio, el desconocido— me uno a ustedes y voy a pelear hasta
ganar o morir —cuando terminó lanzó una risa estridente como enajenada— ¡cuenten
conmigo!
Hablaba con
susurros como si temiera ser escuchado, meneaba constantemente la cabeza alerta
a cualquier señal de peligro, mantenía la boca medio abierta entre cada carcajada
estrepitosa que lanzaba, dibujando en su rostro de ojos inquisidores una imagen
de extravío.
Mientras los
Blanco planeaban sus movimientos, desde
Andinia llegaban noticias de las fotografías publicadas en el parque; Helena sintió
mucho la información, no era muy cercana a Luna Blanca, pero tenía la certeza
de su influencia en la libertad de Andinia junto a Petrona; era hora de hablar
con ella por eso envió un mensaje a Luna Blanca.
—Lleva
esta nota a Gumercinda, sólo ella puede recibirla, que la niña Petrona no sepa
nada, entendido —advirtió, Helena; el mensajero asintió con un movimiento de
cabeza— ni Marcia ni Petrona, si se enteran será por la señora Gumercinda.
Las
indicaciones estaban claras, el encomendado ya salía de la casa.
—Luis, ve
rápido, mejor por el camino viejo por si acaso la PJB está vigilado el cruce
Blanco.
Cuando salió
revisó sus manos, tenía dos papeles separados cada uno con una destinataria, el
primero decía Gumercinda, el segundo Petrona; cuando llegó a Luna Blanca buscó
a la señora y entregó el recado sin mayores explicaciones, le envían esta nota desde Villa Helena, dijo simplemente, luego se
retiró en busca de la segunda receptora para hacerle la entrega personalmente, conocía
a la niña Helena, aunque no le había dicho nada seguramente esperaba su decisión;
cuando por fin la encontró se limitó a entregársela, de la niña Helena, murmuró, luego se marchó, Petrona tomó el trozo
de papel y lo ocultó en su bolsillo.
Al
atardecer Helena y Miguel volvieron; los Blanco seguían con la inquietud sobre
su salvador, era un hombre extraño, querían saber de dónde venía.
—¿Quién es
el desconocido que nos trajo aquí? —inquirió, Vito.
—El
desconocido, buen nombre para ese loco que aún no se presenta ante nadie.
—No lo
conoces, entonces.
—Pues un
día apareció, según dijo Teresa lo había rescatado de Puerto Tristeza y le
debía su lealtad.
—¿De
dónde?
Helena
sonrió.
—Puerto
Tristeza —repitió, Miguel.
La
muchacha miró fijamente al administrador de la Villa.
—Mejor
cuéntales tú.
Miguel
mostró un aspecto jovial antes de sentarse para contar la historia.
—Según se
sabe hay un cuento sobre Puerto Tristeza, es muy viejo y ahora relució otra vez
con el recién llegado quien reclama la historia como propia; nadie puede
asegurarlo como lo hace él, aunque es posible cualquier cosa con un loco así —explicó—
el asunto es que había un hombre perdido en un caserío triste, desesperado por
huir, apresado por las torrenciales lluvias que no paraban ni de noche ni de
día…
Era inmensa su desmoralización por el
entorno sombrío a su derredor, su única idea era escabullirse del caserío donde
se encontraba atrapado, entonces le pidió a la luna su ayuda para disminuir las
lluvias en su próxima fase, ella aceptó e inició su cuarto creciente con la promesa
de menguar el agua que caía del grisáceo cielo; efectivamente en el inicio del
cuarto lunar las precipitaciones desaparecieron, el hombre se llenó de dicha,
quiso compartirla con la luna dedicándose a conversar durante las noches secas,
ella alborozada se entretenía con su admirador, nunca había pasado noches tan acogedoras.
El cambio de luna nos ha dado una buen
clima, mañana puedo viajar, no quiero quedarme un momento más aquí, el tiempo
está bueno, voy a prepararme para el viaje, mi maleta tiene que estar lista en
la mañana.
Cuando salió del cuchitril donde comía
encontró la calle completamente iluminada, levantó la cabeza y contempló la
luna, hola, le dijo, pero no se detuvo mucho tiempo porque tenía afán por
alistar su equipaje; la luna se sintió desplazada, se enfureció, sintió una
dolor profundo sobre todo cuando lo escuchó confesar su deseo de no permanecer
un día más en el caserío, en especial por el tiempo seco de los últimos días que
le facilitaba su fuga; ella no pudo resistir, con su cambio era cómplice de su
soledad, se quedaría aislada nuevamente, perdería su admirador; mientras el
hombre caminaba a su habitación de arrendamiento la luna fue despareciendo, en
medio del cada vez más sombrío pueblo se oían los pasos del hombre acompasados,
pronto estaría frente a la puerta de su habitación, la luna casi se perdía en
el oriente, cuando entró sólo la negrura de la noche invadía la tierra, él no lo
notó así que se fue a dormir tranquilo, soñando con su escape; a media noche el
llanto de la luna se hizo notar, un escándalo producido por el golpeteo de las
grandes gotas lo despertaron, pensó que sería un momento, pero no fue así,
entre más oscura la noche, más cerca la madrugada y más fuerte la lluvia.
¿Dónde estás luna?
El agua seguía cayendo como nunca había
visto, salió a la calle para buscar a su amiga, alzó la mirada, no la encontró,
sólo el atemorizante horizonte oscuro lo sobrecogió.
¡Luna me traicionaste, ¡tu cambio fue una
mentira!, ¡te escondiste y las lluvias se han apoderado de todo!, ¡maldito este
lugar que produce tristeza, maldito todo su entorno!, ¡maldita tu por
abandonarme!
El hombre se encerró en su casa, buscaba
la muerte, pero pudo primero la locura; enajenado salió a la calle sin luz en
sus ojos extraviados, sobre su cuello tembloroso se tambaleaba sin dejar su monólogo,
albureando con diatribas sin sentido; se lo veía caminar sin descanso con la
mirada clavada al piso porque había prometido nunca más ver hacia lo alto; la
luna vio desde su escondite, fue consciente de aquella locura, se dio cuenta de
su pérdida, otra vea se hallaba solitaria después del maleficio que afectó a su
admirador y desapareció avergonzada, mientras tanto el hombre todas las noches deambulaba
con su mirada dirigida al piso.
Paraje maldito, me atrapas en tu seno, pero
finalmente huiré, no me podrás retener.
Noche a noche repetía sus caminatas sin
fin emitiendo un grito desesperado, ¡no me podrás retener!; no se detuvo hasta
cuando una sombra montada a caballo lo levanto sobre el lomo del animal y lo liberó
para siempre; ante su ausencia la luna reapareció, el llanto la acompañaba, la
tristeza la sobrecogía, desde entonces se conoce Puerto Tristeza eternamente
sumido en la oscuridad porque la luna nunca volvió a brillar.
Todos se miraron
entre sí.
—¿Qué pasó
con el hombre?
—¡Aquí estoy!,
al fin pude escapar y nunca volveré, la libertad de Andinia es mi lucha y
prefiero la muerte en esta pelea que el regreso.
—Quién
cabalgaba el caballo.
—Mi señora
Teresa, ella me salvó y me ordenó que fuera su guardián —explicó con mohín
frenético dibujado en su rostro.
Los Blanco estaban intrigados, eran las
palabras de un loco o la sensata confesión de un maniático para infundirles el
valor necesario en su cruzada.
—No se
preocupen —murmuró— vamos a ganar; Teresa me lo dijo, por eso los traje aquí,
ella me lo pidió, pero como todo triunfo traerá dolor constante.
De pronto
la puerta se abrió completamente, el viento invadió la casa, era Didier con la
zozobra de ser detectado por los agentes de la Asamblea en su carrera desde la tienda de Catalino.
—¡No
salgan de aquí!, encontraron muertos a los tres muchachos que arrestaron anoche
en El Progreso; ¡la PJB está decidida a eliminarnos!