jueves, 27 de noviembre de 2025

La era de la oscuridad VI

 VI 

Unos días después Álvaro acompañado de Teseo entraron en la casa de la loma, a pesar de las reservas de los dos hombres aceptaron tomarla como su lugar de reunión, finalmente no tenían muchas opciones para cambiar la sacristía; durante dos noches se dedicaron a llevar todo el material, usando el camino viejo para esquivar a los hombres de la Asamblea.

—Sigo creyendo que este no es un lugar seguro —dijo, Álvaro, después del segundo viaje de trastos y papeles.

—Yo tampoco —agregó, Teseo.

—¡No les parece que es tarde!, con otro viaje tenemos todo aquí y ahora ustedes empiezan a dudar —exclamó, Vito.

—No es eso…

—¿Entonces? —preguntó, el muchacho— ¿el problema es la historia de Tereda?

—En parte, no me gusta estar en la propiedad de alguien que pretende ser una colaboradora, pero no es capaz de darse a conocer. 

En el momento de la discusión apareció Helena en la puerta de la casa, Vito trató de disimular, sin embargo, fue más notoria su confusión.

—Parece que no están muy seguros de este lugar.

—No piense mal —la interpeló, Álvaro, con la seguridad característica en momentos difíciles— la verdad sólo tengo una pregunta, si hay una respuesta convincente no me opondré más a usar este lugar, si no me convence nos vamos.

—¿Cuál es esa pregunta?

—¿Por qué Teresa no se deja ver?

Helena se quedó en silencio, no tenía la respuesta, cómo podía saber razones de su madre si siempre habían permanecido alejadas, de hecho no la conocía; muchas noches antes de dormir Miguel le contó historias sobre Teresa Ramírez y su abuelo, de sus vidas, de su muerte, aun así su rostro siempre le había sido esquivo.

—Creo que no hay respuesta —concluyó, Álvaro— mejor nos vamos…

—Pero Álvaro…

—Nos vamos, es una decisión tomada. 

Vito conocía a Álvaro desde el inicio de la causa, de hecho el primer impulso lo había dado junto a Teseo para iniciar la gesta en contra de la Asamblea; conocerlo le dio confianza en el proyecto y decidió acompañarlo, lo respetaba mucho, creía que era un buen líder, pero esta vez iba a revelarse ante esa orden. 

Entre tanto Álvaro traspaso el portal con dirección de la capilla sin importarle la oscuridad, Teseo se fue detrás. 

Álvaro Sabi era un hombre de mediana estatura, de ojos tranquilos, estaba siempre alerta a todo a pesar de su aparente mirada distraída, amante del café negro muy fuerte por eso se hizo adicto al tinto preparado por Ícaro, así tiene que ser un café, negro y cargado, solía decir para alagar a su compañero cuando le servía la bebida recién colada en una tasa de loza, emanando el vapor excitante de la cafeína con aromática ensoñación en su ondeante camino hacia sus exigentes fosas nasales; no bromeaba mucho, tampoco era totalmente parco, compartía los cuentos de sus amigos con esporádicos apuntes muy exitosos para animar una reunión; estaba convencido de llevar a Andinia a su libertad, no soportaba a la Asamblea con su forma dictatorial de gobernar, también había sufrido de sus perversas tácticas, uno de sus hermanos desapareció en el inicio del dominio de la Asamblea cuando el pueblo permanecía en continuo toque de queda; en una redada fueron arrestados junto a Joaquín Arteaga, compartieron celda y habitación de tortura, su boca aún tenía señales de las quemaduras del alcohol que le hicieron beber; él fue liberado poco tiempo después, Joaquín también aunque mucho tiempo después y en estado deplorable, por su parte Galindez que era como llamaban a su hermano por el apellido de la mamá, nunca salió. 

Cuando se conoció la negativa de Álvaro la mayoría de los muchachos se mostraron en desacuerdo, la creían equivocada, pero no dudaban de la sinceridad de Sabi al exponer sus razones. 

En la oscuridad de la noche Sabi sintió un ruido y se lanzó en medio de los matorrales, presto a reaccionar ante cualquier amenaza; pasados unos segundos vio la figura flaca y alta de Teseo.

—Oye, métete acá que alguien anda por ahí.

—Cómo se te ocurre, en este lugar no entra nadie desde hace mucho tiempo, era el ruido de mis pasos al acercarme.

—No entraba nadie, ahora nosotros estamos adentro y no sabemos quién más ha penetrado los linderos de esta Villa.

Teseo se quedó pensativo sin moverse, finalmente hizo caso a Sabi, se acomodó a su lado y empezó a registrar todo el rededor con sus ojos penetrantes.

—Alguien anda por ahí, esta es la prueba de que no podemos quedarnos aquí, este sitio es muy peligroso. 

Guardaron total quietud para identificar algún movimiento o ruido, al cabo de diez minutos confirmaron que no había nadie rondando y salieron del escondite.

—No hay nadie, vamos Álvaro, es hora de confiar en las decisiones de Vito, si defiende esta ubicación es por alguna buena razón.

—Esa niña —comentó, Álvaro; Teseo sonrió en medio del leve susurro del viento entre las hojas del campo— no puedo negar que es hermosa, pero para un hombre comprometido con una causa es un peligro involucrarse en otra más peligrosa, especialmente si implica enamorarse.

—No vas muy rápido, apenas la conoce, además no sabes si esta señorita tiene su propia causa, puede ser que ella se encargue de alejarlo, es una Ramírez y sobre esa familia recae todo tipo de maldiciones menos el amor; no creo que esa muchachita esté dispuesta a enamorar a Vito para traicionar a la causa.

—Quién sabe. 

Apena Alvaro terminó de expresar su duda las ramas cercanas se movieron y una figura apareció en la negrura de la noche.

—Debes tener más cuidado con lo que dices —se escuchó, claramente.

Álvaro y Teseo se quedaron clavados al piso húmedo lleno de yerba; entonces vieron aparecer desde la vegetación una figura femenina delineada perfectamente por los leves rayos de una ínfima claridad, cubierta por una cascada de cabellos, rodando por sus hombros hasta ocultar sus pechos desnudos.

—Villa Helena sólo puede asilar a quienes crean en su seguridad, este lugar nunca será invadido por nadie, somos independientes del mundo, esta oscuridad en la que vivimos es mía, no la quiero para Helena a quien nunca le he dado ni un solo instante de atención, pero no puedo desamparar; su causa es la de Helena, la de todos en Villa Helena, la mía también aunque no me reúna con ustedes ni esté presente todo el tiempo, si no crees que este lugar sirva para planear tus acciones no te culpo, ni te condeno, pero ten cuidado con tus acusaciones, de ellas puedes arrepentirte, tienes mi palabra.

—Simplemente digo lo que pienso.

—Pues no pienses en voz alta, alguien puede confundirse; ¿querías conocerme para tomar una decisión, ya lo hiciste, ahora es tu turno, si quieres irte con tu gente nadie aquí juzgará tus razones, pero debes hablar ya.

—Quiero ver tu rostro.

Teresa sonrió.

—Eres lo que estos muchachos necesitan, un tipo atrevido, casi temerario —exclamó, la mujer; enseguida corrió sus cabellos como un velo que esconde una divina figura.

Los dos hombres quedaron sorprendidos, debajo de aquella imagen tenebrosa había un rostro sin igual adornado por ojos de inmensa profundidad a la vez una tristeza indescriptible; después de un momento se inclinó un poco y dejó que su cabello la ocultara nuevamente.

—Es hora de tomar tu determinación. 

Teseo no se imaginaba el desenlace, las palabras de la mujer, en especial esas últimas expresadas como una sentencia albureaban su espíritu.

—Está bien, cumplo mi promesa, te has presentado, eso es suficiente para mí; acepto la decisión de los muchachos.

Teseo sonrió aliviado, entonces Teresa volvió a hablar.

—Los Blanco son bienvenidos a Villa Helena, tú no.

Entre los tres el viento asustadizo acariciaba el ambiente, los cuerpos como figuras pétreas no emitían el más mínimo rumor, a su derredor los sonidos de la noche empezaban a imponerse, cada chillido, zumbido, canto y murmullo de las hojas al toparse entre sí creaban un encantamiento que los sacó de la realidad; cuando amaneció, Álvaro se despertó tirado sobre la yerba, tenía su cabeza llena de una maraña de ideas de recuerdos borrosos sin comprender si lo sucedido había sido un sueño o pasó de verdad. 

—Álvaro estás bien —preguntó, Teseo.

—Sí…

—¿Anoche hablamos con Teresa?

—No tengo idea —respondió, Sabi. 

Por la vía que conducía a la casa apareció Miguel con una nota en sus manos, al ver a Álvaro se la extendió, el hombre recibió el papel, lo abrió y leyó: 

Eres el indicado para dirigir la salvación de Andinia, tus planes serán acogidos con la única intención de triunfar; tu gente tiene un lugar que los va a proteger, en cuanto a ti tienes que protegerte por tu cuenta, descubrirás que es mejor para todos.

Suerte Álvaro Sabi.

viernes, 7 de noviembre de 2025

La era de la oscuridad V

 V 

Entre tanto Arturo, Vito y Corocoro se refugiaron en la casa de la loma hasta donde los había conducido el desconocido, Arturo estaba molesto por su intromisión, pero le fue imposible desconocer su fortuna con la aparición del extraño sujeto, le había salvado la vida, Andinia todavía tenía esperanza. 

El hombre salió en silencio después de instalar a Arturo en el refugio, pasada una hora volvió acompañado.

—Hola, Vito, ¿cómo estás?, ¿hola Marinela?, estaba preocupado por ustedes —exclamó, Arturo, apurado por la emoción de verlos.

—Estamos bien, este tipo nos llamó para que lo siguiéramos a un sitio seguro, no explicó nada ni sé por qué lo seguí.

—A nosotros también nos sacó del cruce Blanco y lo seguimos como si lo conociéramos, yo estaba con Didier —explicó, Arturo.

—¿Él está bien? —preguntó, Marinela.

—Sí, regresó a la tienda de Catalino, lo tienen vigilado.

—¿Quién es este tipo? —preguntó, disimuladamente Vito; Arturo se limitó a encogerse de hombros.

El desconocido apareció nuevamente.

—Traje comida —dijo.

—¿De dónde la sacaste?, si es robada no quiero nada, no vinimos a eso —reclamó, Arturo; por alguna razón sentía aversión hacia el hombre.

—Tranquilo, es cortesía de los trabajadores de Villa Helena; Miguel en persona lo trae y alguien especial lo acompaña, espero que guarden la compostura. 

Los muchachos quedaron intrigados con el anuncio: Miguel entró enseguida, llevaba una bandeja grande con tres platos de sopa y tres cafés humeantes.

—Hola, ¿cómo están? —dudó un poco sobre el saludo, un buenos días hubiera sido irónico con lo sucedido, pero no encontró otra forma, dijo la primera pregunta que se le vino a la cabeza; se sonrojó.

Después de su gesto compungido se dibujó en el rostro de los jóvenes uno de sorpresa al descubrir la visitante; la visita fue muy corta sin mediar palabras, a su salida los muchachos intentaron descansar. 

El tiempo corría, durante un rato se dedicaron a evaluar ciertos movimientos necesarios para cuidarse, no podían perder más partidarios, sin embargo, con el paso de las horas fueron decayendo en su impulso y reavivaron las imágenes terroríficas de la noche; por su juventud eran físicamente fuertes, pero los acontecimientos nocturnos acaecidos dejaron claro la debilidad de su espíritu, algo imperdonable para un perseguidor de la libertad. 

Se sentían afligidos por aquellas muertes irracionales, en su somnolencia la tristeza los achicopalaba, sumidos en un silencio compartido, exhaustos por el esfuerzo extremo con muchas imágenes dando vueltas en su cabeza, marcando sus recuerdos de forma indeleble. 

Marinela no podía olvidar la sangre emanada a borbotones del cuerpo de Benjamín, a la vez que agradecía estar viva maldecía su cobardía, daría cualquier cosa por retroceder el momento para protegerlo de los soldados; se sentía vacía, en su corazón se creía culpable y otra vez el llanto convulso la tuvo presa durante mucho tiempo. 

Vito no podía sacar de su mente la imagen del chico en el suelo, pero lo estremecía más recordar los espasmos de la mujer que peleaba con fuerza por liberarse de sus brazos a la vez aterrada e indefensa impedida de gritar, ese dibujo en su memoria le producían una sensación inigualable como si le hubiera quitado a la mujer su mayor deseo: salvar a su amigo.

 Hola cómo estás, te invito a jugar con mi balón.

—¿Cuál?

—El que tengo en la casa, ¿lo quieres ver Benjamín?

—¡Sí!, hey, Andrés ven para que conozcas el balón que me va a prestar Arturo, para que juguemos hoy.

—Vengan chicos, es verdad.

Los dos chicos se abrazaron al encontrarse.

—¡Vengan!, ¡Benjamín, Andrés!, cojan el balón, corran, corran, ¡Benjamín!, ¡Andrés!, corran, el balón es suyo, ¡corran, es suyo!, ¡corran!... 

—¡Corran!, ¡corran!, ¡sálvense por favor!

Los gritos despertaron a Vito y Marinela.

—¿Qué pasa Arturo? —preguntó, Vito, asustado.

—No pasa nada —murmuró, Arturo— sólo que no lo ayudé, lo dejé tirado ahí, abandonado como si no fuera mi amigo. 

Arturo empezó a temblar; Marinela se acercó, nunca lo había visto llorar, para ella Arturo era un hombre fuerte sin temor a enfrentarse a cualquier cosa, pero ahí estaba entristecido necesitado de un abrazo protector.

—Yo si podía salvarlo, tenía que salir, los militares no los hubieran matado si me entregaba, era más valioso mi arresto que dos chicos inocentes, pero en cambio vi cómo se abrazaban, los vi llorar, sentí su miedo, su terror y no fui capaz de arriesgarme por ellos, lo merecían, ¡maldita sea, soy un cobarde!, no merecían morir, los dejé morir, los mataron por mi culpa, los mataron, los mataron, es mi culpa. 

Arropado por el cuerpo de Marinela, Arturo fue cediendo a su crisis hasta que por fin se calmó y pudo descansar un rato. 

Por su parte, Didier había regresado a la tienda para cumplir el compromiso con la PJB acordado por Catalino la noche anterior; después de mediodía todo estaba dispuesto para la comparecencia de los dos hombres ante los funcionarios de la oficina de la administración.

—¡Didier!, ¡Didier! —gritó, el tendero— vamos, entre más pronto mejor.

—Bueno, señor.

 Las calles estaban solas, nadie se atrevía a salir después de los sucesos nocturnos, el miedo cundía por el pueblo; junto a la publicación de las fotografías se leía en números muy grandes una suma de dinero como recompensa a quién diera cualquier información aun si era insignificante, eso ponía en riesgo a todos por la costumbre perversa de inculpar el primer aparecido en la calle por el dinero, aprovechando la falta de confirmación de parte de la PJB, para los agentes era suficiente la palabra del denunciante desconocido para encarcelar a quien fuera. 

Los dos hombres recorrían las calles inquietos ante tanta soledad.

—Buenas tardes.

—¿Qué necesita?

—Buenas tardes, le dije —insistió, Catalino— podría ser tan amable de saludar.

—A mi qué me importa si son buenas o no, usted es un civil y esta es una edificación militar así que limítese a preguntar lo que necesita.

Didier se sintió molesto, su sangre hervía e invadió su rostro, no podía soportar el maltrato al que estaban sometidos los habitantes de Andinia diariamente.

—Necesito al comandante de la PJB.

—Él está ocupado para atenderlos.

—En ese caso dígale que Catalino está aquí para cumplir su promesa y viene acompañado de Didier Morales, el joven a quien quiere entrevistar.

El hombre en la puerta de la oficina de administración los miró con desdén.

—Igual, está ocupado.

—Bien, que tenga buena tarde.

Cuando salían se encontraron con el comandante de la PJB de la noche anterior.

—¡Oh!, me parece muy bien que enseñe a su ayudante a cumplir sus compromisos.

—Ya nos íbamos.

—¿Cómo, sin entrevistarse conmigo?, eso le hubiera traído consecuencias indeseadas.

—No era culpa nuestra, el señor en la puerta dijo que nadie podía atender a civiles en esta oficina.

—¿Quién fue el imbécil?

—Señor, señor, pensé que estaba ocupado por eso le pedí amablemente al señor que volviera más tarde, no sé porque se queja.

—Una sola cosa Catalino —exclamó, el comandante, sin quitar la mirada del agente encargado de la puerta— ¿este idiota lo saludo?

Catalino lo pensó un momento.

—Sí.

—No estoy muy convencido de esto, pero lo acaban de salvar agente —explicó— ¡síganme señores! —agregó, dirigiéndose a los dos hombres.

El tendero y el ayudante entraron detrás del tipo, en la antesala de la oficina otro agente estaba detrás de un viejo escritorio.

—Agente, inmediatamente me reemplaza al de la puerta —dijo, el comandante de la PJB— quiero que lo mande a El Progreso a encontrar a los sospechosos del ataqué.

—Señor, allá lo pueden matar.

—Esa es la idea, esa es la idea, así que cumpla la orden sino quiere ir con él.

Todo fue inundado por un absoluto silencio. 

Didier iba algo temeroso, llevaba puesta una bufanda sobre una camiseta de manga corta.

—Siéntese y responda con la verdad —inició, el comandante— ¿dónde estaba anoche?

—Recostado, señor; me dolía la garganta y preferí esconderme del frío explicó el joven; el agente lo miró de pies a cabeza.

—Pero lo veo sin chaqueta, ¡¿es que está haciendo mucho calor y no me he dado cuenta?!

—No señor, el clima del día está tibio y pensé que no me haría falta, pero apenas llegue a la tienda me la pongo para evitar alguna recaída.

El comandante de la PJB lo miró con muchas dudas, pero se conformó con la expllicación.

—De ahora en adelante así se esté muriendo debe salir cuando lo llamamos, entendido.

—Si señor.

—Queda advertido, si no sale la próxima vez que lo requieran mis agentes mejor desaparezca por el bien de Catalino que se arriesgó por usted, ¿entiende lo que quiero decir?

—Claro —respondió, Didier.

—Bueno señor, todo parece que quedó claro —exclamó, Catalino— como le prometí anoche hoy nos presentamos; otra cosa, lo que ayer dije era verdad, ¿cómo se le ocurre que yo le voy a mentir a un representante de la Asamblea.

—Ahórrese sus explicaciones y váyase. 

Los dos hombres se retiraron, una vez en la calle caminaron pensativos, de pronto Catalino rompió el silencio.

—Oyó bien, lo tienen fichado como parte del grupo de subversivos como los llaman ellos, sólo esperan un error y lo encierran; hasta aquí lo pude ayudar, la próxima queda solo.

—No se preocupe Catalino, yo no voy a dañarle su vida, siempre estaré agradecido por lo de anoche y le aseguro que la próxima vez usted quedará por fuera de cualquier cosa.

Cuando llegaron a la tienda se vieron a los ojos, agradecimiento y comprensión se mezclaron, se hicieron una leve venia y cada uno regresó a su trabajo.

—No me vaya a romper esos envases, no sea guevón —reclamó, Catalino; los dos rieron, finalmente la vida continuaba. 

En ese momento Miguel entró en la casa de la loma, iba a retirar los platos de comida.

—La señorita Helena pregunta si puede hablar con ustedes.

—Y la señora Teresa —preguntó, Vito; se oía temeroso por la respuesta, esperaba verla, la admiraba por su temple.

—De ella no se preocupe; mientras sus intenciones sean sinceras ni ella ni Alberto Ramírez atentarán contra ustedes —dijo, Helena apenas ingresó en la casa, se veía hermosa con sus cabellos rizados, jugando coquetos sobre su rostro de mirada profunda y atemorizante sin perder su encanto. 

El ingreso de la muchacha fue crucial, su aire de extraña grandeza fortaleció el espíritu decaído después de los sucesos funestos; la habían visto en la mañana sin dirigirse palabra, ahora por fin podían relacionarse.

—Me llamo Helena.

Al escuchar el nombre les fue imposible sentir un escalofrío, conocer a la chica de las maldiciones de Villa Helena no era para menos.

—Yo sé que sus intenciones con Andinia son buenas, Miguel ha sido claro, mientras sus acciones nos lleven a derrocar a la Asamblea nadie los molestará en Villa Helena; esta casa será su lugar de reunión, el más seguro de Andinia —explicó, entusiasmada— ustedes ya saben quién soy yo, pero por mi parte no los conozco así que de alguna forma los debo llamar.

Todos se quedaron pensativos.

—Nos puedes llamar los Blanco —exclamó, emocionado, Vito.

—Entonces, la casa de la loma será el fortín de los Blanco —concluyó, Helena. 

A pesar del afán de Arturo por salir prefirió hacer una deferencia con su anfitriona y se sentó a escucharla; Helena indagó sobre la organización, estaba decidida a involucrarse en el plan de los Blanco, con sus argumentos esperaba convencerlos de la importancia que podía tener al unirse a la causa.

—¿Cuántos son? —preguntó.

Nadie quiso responder.

—Todavía desconfían de nosotros, Villa Helena solo abrirá sus puertas a los salvadores de Andinia y hemos apostado por ustedes, aquí tenemos más que perder; Villa Helena es respetada y temida, no requiere ninguna demostración ante la Asamblea, a pesar de ello estamos con los descontentos, con esos que pueden hacer diferencia para la historia del pueblo, deseamos su victoria, al menos nos merecemos su confianza por les aclaro: Villa Helena seguirá como ahora aunque triunfen, nuestro afán es apoyarlos, no buscamos nada especial, tomamos partido por ustedes y sólo les pedimos lo que todos nos tienen: respeto. 

Cuando terminó de hablar sólo se escuchó un suspiro unísono, al rato Vito habló:

—Somos diez —confesó— él es Arturo.

—Mucho gusto —dijo, el joven.

—Ella, Marinela.

—Hola, me puedes decir Corocoro.

—Yo me llamo Vito, gusto en conocerte.

—Gracias por presentarse.

—Faltan Didier, Teseo, Álvaro y el locutor, ellos fueron los primeros; también participan Lidia, Amalia e Ícaro, pero todos los días hay nuevos… —en ese momento se le quebró la voz— Andrés y Benjamín eran nuevos y fueron asesinados, es el riesgo de enfrentar a la Asamblea y todos lo aceptamos.

—¡Falto yo! —rompió el silencio, el desconocido— me uno a ustedes y voy a pelear hasta ganar o morir —cuando terminó lanzó una risa estridente como enajenada— ¡cuenten conmigo! 

Hablaba con susurros como si temiera ser escuchado, meneaba constantemente la cabeza alerta a cualquier señal de peligro, mantenía la boca medio abierta entre cada carcajada estrepitosa que lanzaba, dibujando en su rostro de ojos inquisidores una imagen de extravío. 

Mientras los Blanco planeaban sus movimientos, desde Andinia llegaban noticias de las fotografías publicadas en el parque; Helena sintió mucho la información, no era muy cercana a Luna Blanca, pero tenía la certeza de su influencia en la libertad de Andinia junto a Petrona; era hora de hablar con ella por eso envió un mensaje a Luna Blanca.

—Lleva esta nota a Gumercinda, sólo ella puede recibirla, que la niña Petrona no sepa nada, entendido —advirtió, Helena; el mensajero asintió con un movimiento de cabeza— ni Marcia ni Petrona, si se enteran será por la señora Gumercinda.

Las indicaciones estaban claras, el encomendado ya salía de la casa.

—Luis, ve rápido, mejor por el camino viejo por si acaso la PJB está vigilado el cruce Blanco. 

Cuando salió revisó sus manos, tenía dos papeles separados cada uno con una destinataria, el primero decía Gumercinda, el segundo Petrona; cuando llegó a Luna Blanca buscó a la señora y entregó el recado sin mayores explicaciones, le envían esta nota desde Villa Helena, dijo simplemente, luego se retiró en busca de la segunda receptora para hacerle la entrega personalmente, conocía a la niña Helena, aunque no le había dicho nada seguramente esperaba su decisión; cuando por fin la encontró se limitó a entregársela, de la niña Helena, murmuró, luego se marchó, Petrona tomó el trozo de papel y lo ocultó en su bolsillo. 

Al atardecer Helena y Miguel volvieron; los Blanco seguían con la inquietud sobre su salvador, era un hombre extraño, querían saber de dónde venía.

—¿Quién es el desconocido que nos trajo aquí? —inquirió, Vito.

—El desconocido, buen nombre para ese loco que aún no se presenta ante nadie.

—No lo conoces, entonces.

—Pues un día apareció, según dijo Teresa lo había rescatado de Puerto Tristeza y le debía su lealtad.

—¿De dónde?

Helena sonrió.

—Puerto Tristeza —repitió, Miguel.

La muchacha miró fijamente al administrador de la Villa.

—Mejor cuéntales tú.

Miguel mostró un aspecto jovial antes de sentarse para contar la historia.

—Según se sabe hay un cuento sobre Puerto Tristeza, es muy viejo y ahora relució otra vez con el recién llegado quien reclama la historia como propia; nadie puede asegurarlo como lo hace él, aunque es posible cualquier cosa con un loco así —explicó— el asunto es que había un hombre perdido en un caserío triste, desesperado por huir, apresado por las torrenciales lluvias que no paraban ni de noche ni de día… 

Era inmensa su desmoralización por el entorno sombrío a su derredor, su única idea era escabullirse del caserío donde se encontraba atrapado, entonces le pidió a la luna su ayuda para disminuir las lluvias en su próxima fase, ella aceptó e inició su cuarto creciente con la promesa de menguar el agua que caía del grisáceo cielo; efectivamente en el inicio del cuarto lunar las precipitaciones desaparecieron, el hombre se llenó de dicha, quiso compartirla con la luna dedicándose a conversar durante las noches secas, ella alborozada se entretenía con su admirador, nunca había pasado noches tan acogedoras. 

El cambio de luna nos ha dado una buen clima, mañana puedo viajar, no quiero quedarme un momento más aquí, el tiempo está bueno, voy a prepararme para el viaje, mi maleta tiene que estar lista en la mañana. 

Cuando salió del cuchitril donde comía encontró la calle completamente iluminada, levantó la cabeza y contempló la luna, hola, le dijo, pero no se detuvo mucho tiempo porque tenía afán por alistar su equipaje; la luna se sintió desplazada, se enfureció, sintió una dolor profundo sobre todo cuando lo escuchó confesar su deseo de no permanecer un día más en el caserío, en especial por el tiempo seco de los últimos días que le facilitaba su fuga; ella no pudo resistir, con su cambio era cómplice de su soledad, se quedaría aislada nuevamente, perdería su admirador; mientras el hombre caminaba a su habitación de arrendamiento la luna fue despareciendo, en medio del cada vez más sombrío pueblo se oían los pasos del hombre acompasados, pronto estaría frente a la puerta de su habitación, la luna casi se perdía en el oriente, cuando entró sólo la negrura de la noche invadía la tierra, él no lo notó así que se fue a dormir tranquilo, soñando con su escape; a media noche el llanto de la luna se hizo notar, un escándalo producido por el golpeteo de las grandes gotas lo despertaron, pensó que sería un momento, pero no fue así, entre más oscura la noche, más cerca la madrugada y más fuerte la lluvia.

 ¿Dónde estás luna? 

El agua seguía cayendo como nunca había visto, salió a la calle para buscar a su amiga, alzó la mirada, no la encontró, sólo el atemorizante horizonte oscuro lo sobrecogió. 

¡Luna me traicionaste, ¡tu cambio fue una mentira!, ¡te escondiste y las lluvias se han apoderado de todo!, ¡maldito este lugar que produce tristeza, maldito todo su entorno!, ¡maldita tu por abandonarme! 

El hombre se encerró en su casa, buscaba la muerte, pero pudo primero la locura; enajenado salió a la calle sin luz en sus ojos extraviados, sobre su cuello tembloroso se tambaleaba sin dejar su monólogo, albureando con diatribas sin sentido; se lo veía caminar sin descanso con la mirada clavada al piso porque había prometido nunca más ver hacia lo alto; la luna vio desde su escondite, fue consciente de aquella locura, se dio cuenta de su pérdida, otra vea se hallaba solitaria después del maleficio que afectó a su admirador y desapareció avergonzada, mientras tanto el hombre todas las noches deambulaba con su mirada dirigida al piso. 

Paraje maldito, me atrapas en tu seno, pero finalmente huiré, no me podrás retener. 

Noche a noche repetía sus caminatas sin fin emitiendo un grito desesperado, ¡no me podrás retener!; no se detuvo hasta cuando una sombra montada a caballo lo levanto sobre el lomo del animal y lo liberó para siempre; ante su ausencia la luna reapareció, el llanto la acompañaba, la tristeza la sobrecogía, desde entonces se conoce Puerto Tristeza eternamente sumido en la oscuridad porque la luna nunca volvió a brillar. 

Todos se miraron entre sí.

—¿Qué pasó con el hombre?

—¡Aquí estoy!, al fin pude escapar y nunca volveré, la libertad de Andinia es mi lucha y prefiero la muerte en esta pelea que el regreso.

—Quién cabalgaba el caballo.

—Mi señora Teresa, ella me salvó y me ordenó que fuera su guardián —explicó con mohín frenético dibujado en su rostro.

Los Blanco estaban intrigados, eran las palabras de un loco o la sensata confesión de un maniático para infundirles el valor necesario en su cruzada.

—No se preocupen —murmuró— vamos a ganar; Teresa me lo dijo, por eso los traje aquí, ella me lo pidió, pero como todo triunfo traerá dolor constante. 

De pronto la puerta se abrió completamente, el viento invadió la casa, era Didier con la zozobra de ser detectado por los agentes de la Asamblea en su carrera desde la tienda de Catalino.

—¡No salgan de aquí!, encontraron muertos a los tres muchachos que arrestaron anoche en El Progreso; ¡la PJB está decidida a eliminarnos!


viernes, 17 de octubre de 2025

La era de la oscuridad IV

 IV 

Desde el amanecer como era acostumbre Gumercinda esperaba a Corocoro, ella guardaba las llaves de la alacena todas las noches por eso era indispensable su presencia para sacar los víveres del desayuno; se notaba molestia en la encargada de Luna Blanca, para completar con el paso del tiempo su turbación crecía con la ausencia de Arturo, no era costumbre en él salir después de las seis de la mañana aun cuando se sintiera enfermo; también era evidente su nerviosismo por la situación de inseguridad en Andinia, los patrullajes de las PJB casi siempre terminaban en desapariciones. 

En cualquier caso la vida en la propiedad tenía que seguir para todos, ante esa verdad Gumercinda se armó de fortaleza y salió a reemplazar al administrador en sus tareas diarias, una quietud inesperada alteró los nervios de la señora, derivada de la zozobra extendida entre los trabajadores, lentamente se arrimó donde estaban varios habitantes de Luna Blanca.

—Quiero que salgan a sus labores como todos los días, en el transcurso de la mañana aparecerán por eso no se preocupen —exclamó, Gumercinda, a todos sus empleados— ¡Marcia, llame a Andrés, necesito que vaya hasta Andinia a conseguir unos insumos antes del almuerzo. 

La hija de Corocoro se fue en busca del muchacho, experimentaba la aflicción causada por la ausencia de su madre, pero no le quedaba otra sino hacerle caso a Gumercinda y continuar como si todo estuviera normal; apenas dio unos pasos para dirigirse a cumplir su cometido la hermana de Benjamín apareció en la cocina, tenía el rostro ensombrecido.

—¿Señora Gumercinda, usted sabe dónde está Benjamín? 

Gumercianda sintió un calambre frio en su pecho agitado, desde muchos tiempo atrás cuando murieron los Martínez y en la desolación de Luna Blanca Concepción se dejó morir no sentía algo igual; una penosa incertidumbre se apoderó de ella, los momentos más terribles de Luna Blanca renacieron, el presente parecía dirigirse al precipicio, a la repetición de una desgracia familiar con una diferencia, ahora una sola Martínez tenía que soportar la desgracia; por todos los acontecimientos advertía una debilidad inusual, siempre se consideró capaz de superar cualquier eventualidad, pero en aquel instante dudaba de su capacidad de proteger a su Petrona, de reponerse fácilmente, reconociendo los oscuros augurios de su hermana al avecinarse; a pesar de eso en el fondo de su alma una esperanza resaltaba brumosa, tenía que agarrarse de ella para prevalecer triunfante, dejando al albur el desenlace. 

Según Gumercinda una sola cosa podía relacionar a una mejer de cuarenta años con dos chicos, uno de veinte y otro de dieciocho: la lucha por la liberación de Andinia; ojalá Arturo se los haya llevado para que lo acompañen en su lucha, no voy a soportar una pérdida sin razón aparente, si mueren peleando por una causa justa me dolerá menos, pensaba mientras se encaminaba hacia la plantación, ¿pero qué es justo en la vida? 

Mientras se sumía en meditaciones lúgubres Marcia se acercó a ella.

El joven Andrés no está —dijo.

—¡Maldita sea¡

—¡Señora!

—Perdón Marcia, pero es que no puedo; apenas lleguen me van a oír porque no puedo permitir esa irresponsabilidad de mis trabajadores, por ahora tengo que salir a Andinia para comprar los insumos que faltan.

—¿Puedo ir? preguntó, Marcia.

—Sí, te necesito.

—¿Yo también? —inquirió, Petrona. 

Era el peor momento para recibir esa pregunta, la mala suerte parecía apoderarse de Luna Blanca con todo lo pasado recientemente, no podía arriesgarse a enfrentar a su niña a las malintencionadas amenazas de Obdulio Basante.

—No.

—Mamá no puedes esconderme toda la vida, un día tengo que volver a Andinia y debo prepararme desde ya. 

Gumercinda guardó silencio por un rato largo, la muchacha no se equivocaba sobre el tiempo, había llegado a pesar de sus ruegos, su tutela no podía extenderse más por tanto la salida de la niña al encuentro con el destino era inevitable; Petrona no tenía la obligación de saldar ninguna cuenta, pero los pecados de su madre aun siendo irreales, inventados en la cabeza de Obdulio, la condenaban; la muchacha cargaba con una verdad funesta sin haberla buscado, ser hija de Dioselina Martínez. 

La señora vio a la chica emocionada ante la posible respuesta, inocente de los males venideros y no le fue posible negarse.

—¡Está bién!

Petrona sonrió muy sorprendida, su solicitud no esperaba tal respuesta, de hecho no estaba preparada, sin embargo, corrió a arreglarse.

Me acompañas Marcia —dijo, ansiosa por su salida; las dos muchachas corrieron contentas. 

En el cristal del espejo Petrona dibujaba la Andinia esperada, llena de gente feliz por verla llegar; era una Martínez, creció bajó la impresión triunfal de un padre ejemplar para Andinia, nada podía temer, era imposible algún enemigo después de los servicios de Macario; sonrojada por el orgullo infinito de pertenecer a la familia Martínez Ñañez salió al encuentro de Gumercinda, gracias, dijo y la abrazó. 

El trayecto entre Luna Blanca y el cruce blanco fue festivo, las dos muchachas corrían descuidadas a lo largo del camino, ni en sus peores pesadillas se hubieran imaginado transitar encima de un camino testigo de la muerte de los muchachos desaparecidos; cuando llegaron al cruce donde la carretera se divide para dirigirse a El Progreso tomando a la derecha y Andinia a la izquierda pararon un carro para transportarse hasta el pueblo. 

Obdulio, a quien la mujer esperaba no encontrarse, permanecía a diario en la casa donde anteriormente funcionaba la alcaldía junto a Onésimo, se mantenían económicamente con las rentas de Villa Magdalena administrada por Ramiro Andrade de acuerdo a orden expresa de Mariano Basante antes de morir; el viejo siempre tuvo su propiedad extremadamente productiva, de esa forma cubría los gastos de su vida desaforada, por fortuna para Obdulio el administrador conservaba la Villa tan bien como en manos de su dueño, dándole la oportunidad de continuar con el despilfarro heredado a su padre. 

Villa Magdalena siempre me protegerá, con ella puedo hacer lo que quiera en este pueblo de mierda —decía, el viejo Basante, mientras se emborrachaba con sus amigos.

Mariano por qué se llama Villa Magdalena

En honor a las mujeres más dignas del mundo, las que están sentadas a mi lado, por las que puedo dar cualquier cosa.

Cuidadito lo escucha doña Josefina, seguramente se revolcará en su tumba.

Mientras fue una magdalena la amé, mientras estuvo en medio de mis piernas me dio vida y la elevé al altar de mi corazón; pero cuando se conformó con el amor yo empecé a morir, fue el momento de refugiarme en las magdalenas del mundo, entonces volví a la vida y ella se entregó a la muerte; ¡tranquilo hombre!, ella se revolcó conmigo mientras respiraba, ¡eso fue celestial!, por eso tiene una muerte tranquila aunque esté en el infierno, ¡ni el diablo podrá darle lo que yo en esos tiempos!; pero no dude una cosa, no he conocido una magdalena mejor que ella, eso no se puedo negar, ¡es mi palabra y es ley!, ¡salud por la mejor!, ¡salud por Josefina! 

Una vez inició la era de la oscuridad se supo la influencia de Mariano Basante Reyes en la toma de Andinia; su relación con la Asamblea era poderosa, de hecho había sido partícipe de su constitución; junto al comandante Miller organizaron su propio ejército conocido como los vigilantes y una vez fundaron la Asamblea pasó a denominarse Fuerzas Militares de la Asamblea FMA. 

El plan para tomarse Andinia se había elaborado antes de su muerte bajo un acuerdo específico: sería el gobernante con absoluto poder e independencia; una vez las serpientes asesinaron al viejo las intenciones de la Asamblea se quedaron sin ejecución, la toma se aplazó mientras se decidía quien se encargaría de regir Andinia, descartando de plano a Obdulio, la Asamblea no quería caer en las garras de otro Basante más peligroso y traicionero, además la mediocridad de Obdulio no convenía, eras imperativo una autoridad fuerte que infundiera respeto con su presencia sin menoscabo de lo fundamental para el cargo: imponer miedo; apareció la imagen atemorizante de un hombre sin escrúpulos, autor intelectual de infinidad de muertes y desapariciones, cómplice material en muchas de ellas: el comandante Miller.

—Yo acepto el cargo con una condición.

—¿Cuál?

—Quiero mi propio ejército; Basante dejó las FMA, pero yo quiero el mío y libertad para hacer lo que quiera.

Los integrantes de la Asamblea aceptaron, nació entonces la Policia Judicial de la Bota, PJB; a fin de cuentas, lo único importante era el dominio de Andinia, qué importaban unas pocas detenciones irregulares y unos cuantos fallecidos siempre y cuando fueran disimulados

—Sólo es cuestión de ocultarlos a la vista de todos, los acusamos de ser subversivos— explicaba, Miller.

—¿De qué grupo?

—¡De cualquiera!, si es el caso lo inventamos, hay más de uno dispuesto a tener su propio grupo de idiotas; los reclutamos, los convencemos de que son capaces de derrocar al gobierno, los uniformamos y los usamos para matar a los demás; hay que pensar en la identificación, tiene que ser sugestiva y es indispensable que tenga las palabras: pueblo, popular, libertad o revolución en su nombre para hacerlo más rimbombante; eso le gusta a la gente, puede ser: fuerzas del pueblo, movimiento revolucionario, ejercito por la libertad, alguna bobada de esas; el caso es que crean que pueden llegar al poder con las armas, luego los desarmamos y celebramos el triunfo de la paz.

—Bien pensado comandante.

—¡Cree usted su propio grupo!, engáñelos, dígales que son revolucionarios; la mejor forma de esperanzar a la gente es algún grupo subversivo que luche por el pueblo y qué mejor uno creado por el propio gobierno, con eso animamos los noticieros y no corremos riesgos.

Con esa política durante la invasión se rearmaron las serpientes por la libertad popular SLP y nació el ejército plateado del pueblo por la revolución EPPR. 

Al enterarse de la incursión de las serpientes en el pueblo la Asamblea se comunicó con Obdulio, por su negligencia aceptó ayudarlos con la promesa de un cargo de poder y permitirle conservar sus tierras; Bastante cumplió con su parte a cabalidad, los mantuvo al tanto con número de hombres y ubicación por eso la toma fue exitosa desde el primer momento, una vez todo quedó ventilado se refugió en Villa Magdalena cómo le advirtieron; después del ingreso de la Asamblea lo mantuvieron al margen sin darle ningún cargo importante a pesar de sus servicios, ni siquiera en memoria de su padre, artífice intelectual de la invasión de Andinia, asimismo tuvo que ceder la mitad de Villa Magdalena para obtener la libertad de Onésimo además de movilidad sin restricciones a cualquier hora, a pesar de eso se cuidaba mucho de salir en las noches, prefería mantenerse acuartelado en la antigua alcaldía, con la PJB cualquier cosa puede pasar o cualquiera puede desaparecer, quedémonos aquí Onésimo, es mejor no tentar al diablo. 

Apenas Gumercinda con sus acompañantes llegó al cruce los residentes de la vieja casa construida detrás de una cerca de madera frente al camino de Luna Blanca alertaron a Obdulio; cuando las mujeres descendieron del carro a un lado del parque se encontraron con Obdulio Basante quien estaba atento a Petrona con ojos malignos incrustados en su cara avejentada, repugnantes para Gumercinda; la pobre mujer estaba aterrada ante la amenaza del hombre con aspecto de borracho y la advertencia de su hermana Rita quince años atrás. 

Esta niña es uno de las dos últimas nacidas en este pueblo, es muy linda, pero va a sufrir; aquí en esta propiedad será maltratada y nadie podrá hacer nada hasta cuando reaccione con el nacimiento de su salvación, en ese momento decidirá darle fin a su desgracia, ¡habrán pasado cinco gestaciones antes de librarse! 

—Buenas, buenas señoras de Luna Blanca —saludó, zalamero, Obdulio— qué sorpresa ver a la señorita Petrona, pensé que la ibas a encerrarla toda su vida.

—Eso no te incumbe.

—Cierto, ya no importa porque la tengo frente a mí, ¡apareció por fin! —bromeó, Obdulio— no se puede negar: es idéntica Dioselina a quien amé hasta su traición, porque seguramente no olvidas lo sucedido, algo que espero le hayas contado a esta niña: la traición de su madre; ¿cómo te parece Petrona Martínez?, ¡tu madre me traicionó!, mientras yo la amaba como a ninguna ella se unió a otro hombre, ¡un forastero!, ¡un maldito desgraciado que la abandonó después de embarazarla!; pero el azar se encargó de cobrarle el delito con su vida, ¡el pagó su deuda con la muerte!, Dioselina la evadió al morir, sin embargo, la cuenta se debe saldar; cierto Dioselina ha desaparecido, ¡por culpa tuya Petrona!, eres la culpable de su fallecimiento por eso heredaste la obligación… Petrona, mataste a tu madre, mataste mi amor, mi venganza es contra ti, es inaplazable, tiene que ser saldada con dolor.

—¡Déjala en paz!, ella no debe nada.

—No, no, no, te equivocas, ella es Dioselina en persona, ella tiene que solventar porque mató la deudora.

—No le digas eso desgraciado —aulló, Gumercinda; en ese momento una carcajada endemoniada recorrió todos los rincones de Andinia y un nuevo diluvio se derramó sobre el pueblo. 

Bajo la lluvia los cuatro personajes se batían en un duelo épico, sus sombras apenas se apreciaban entre los chorros de agua, frente a frente con la mirada chispeante; pero llegó el momento de una derrota inevitable producida por la debilidad de todos porque entre su aparente fortaleza sólo se escondía la desgracia de la soledad, bajaron la mirada cada uno mascullando sus culpas, ocupados en condenarse por sus palabras, sus gritos, sus acusaciones; Petrona clavó su mirada en la enlodada calle, dando paso irrestricto a sus lágrimas confundidas entre las gotas de una lluvia incesante, Gumercinda también sollozaba, pero no necesitaba el agua del cielo para ocultar su llanto, era interno, imposible de descubrir salvo si se profundizara el alma; a su vez, Obdulio había enterrado su cabeza entre sus hombros como se de esa forma lograra impedir que la pertinaz lluvia lo mojara, lleno de rencor hacia todos, a Petrona, a Dioselina, a Gumercinda, a su suerte eternamente funesta, no lloraba dominado por su profundo orgullo de perdedor y la tristeza que poco a poco lo invadía por el recuerdo de su Dioselina. 

—¡Pronto nos vamos a ver, pronto pagarás! —grito, saliendo de su sopor.

—¡No señor!, no se acerque, aquí estoy para protegerla dijo, Marcia y se interpuso entre el viejo y la señorita.

—¡Quítate de aquí negra metida! —amenazó. 

A pesar de su maligna presencia se contuvo ante la imponente negra dispuesta a pelear contra él; al contrario del cuerpo esbelto de su madre, Marcia había heredado la corpulencia de su padre y hubiera sido capaz de detener al viejo si era necesario; Obdulio lo notó, alejándose un poco por seguridad antes de hacer una última advertencia.

—Tú eres Dioselina y eres para mí, esa es la única forma de sanar tu deuda.

—Nunca pasará, Luna Blanca no permitirá su entrada —explicó alterada, Gumercinda.

—Si todavía queda en pie.

—Claro que seguirá en pie —gritó, la administradora de Luna Blanca.

—Quién sabe, con esa cantidad de subversivos que trabajan allá pronto será expropiada por seguridad de la Asamblea —explicó, Obdulio, antes de retirarse con una risa socarrona en su rostro desgastado por el tiempo y el alcohol. 

La turbación de Gumercinda fue total ante las palabras del viejo, convertida en desolación cuando vio en el cartel de las FMA deshecho en medio del torrencial aguacero las fotografías de varios muchachos, entre ellos Andrés y Benjamín, vestidos con uniforme militar, tirados en el suelo. 

Encima de las fotografías había un letrero muy vistoso: 

Desconocidos muertos cuando emboscaron patrulla de las FMA comandada por el sargento Corredor; las FMA felicita la dedicación y sacrificio del sargento Corredor en el cumplimiento de su labor, repeliendo subversivos enemigos de la Asamblea. 

Gumercinda no pudo sobreponerse al encuentro con Obdulio, su amenaza, la premonición de Rita y la imagen de los dos muchachos tirados en medio del barro rojizo; a su vez Marcia no podía vencer su preocupación, la única forma de saber si su madre aparecía en las fotografías era verlas nuevamente, pensó entonces en regresar, pero fue contenida por Petrona.

—¡Marcia vamos!

—Espere niña, quiero saber si mi mamá también está en las fotografías.

—No seas tontas, si vas a buscarla en las fotografías la delatas, es mejor que no sospechen, si no saben de su desaparición no la van a buscar, eso puede hacer la diferencia para salvar su vida.

Marcia pensó unos segundos y subió el carro turbada ante la idea trágica de la muerte de su madre. 

Por caminos contrarios Petrona y Obdulio se alejaron de su confrontación; una vez alcanzaron el cruce blanco Petrona habló, llévate a Gumercinda a la casa, ya voy, después se bajó del carro y se alejó; agobiada por la lluvia incesante se detuvo en medio del sendero.

—¡Maldita lluvia!, ¡hasta cuándo! —grito, desesperada, con las manos en alto y sus ojos puestos en el cielo— ¡no más! 

El eco de su grito fue hasta el último rincón de Andinia, un vez todo quedó en silencio bajó los brazos como si hubiera sido derrotada; mientras caminaba percibió la disminución de las gotas, entre más se alejaba de Andinia empezó a sentir la brisa cálida sobre su piel, pasado un tiempo encontró la ruta de su casa completamente seca; con una sonrisa amarga se adentró en el polvoriento camino, en la medida que sus pasos se acercaban a la casa empezó a disfrutar el mágico mundo inmerso en Luna Blanca, a un lado volvió a escuchar el melódico encantamiento del agua rosando presumida las rocas, sombrías por la humedad brillantes por sol; sabía de qué se trataba el rumor delicioso a sus oídos, pero decidió dirigirse para contemplarlo, era absolutamente necesario para encontrar paz; estaba defraudada, Andinia no la había reconocido, destrozada por la tristeza y la tiranía semejaba un paraje maldito, un rincón de dolor, una tierra seca llena de muerte, al repasar esa imagen lloró bajo la sombra de un bosquecillo de pinos y ciprés; finalmente cesó la lluvia. 

Ven a mí, siento tu presencia, pero no te puedo ver ni siquiera como una sombra, por favor acércate para que te pueda hablar, dame la oportunidad de confesarte: no mi amor, si mi arrepentimiento; no soy capaz de vivir con el peso de mis palabras que tanto te han dañado, quiero amarte, quiero tu perdón, no quiero vivir arrepentido, acércate para que te vea, no espero un fantasma te espero a ti; ¿dónde estás?, ¡déjate ver!, dame tu perdón, sal para que te vea, sal ahora, preséntate a mi lado, te necesito, acércate por favor…

La lluvia seguía brotando de las nubes para castigar el desolado piso, suave aposento eterno de la muerte, donde Obdulio lloraba sin parar borracho de tristeza atosigado de alcohol.

—¡Ven a mí!, ¡preséntate ahora! —gritaba al lado de una lápida fría completamente humedecida por los chorros imparables nacidos de los cielos donde decía: 

Dioselina Martínez

Descansa hija buena

e inolvidable. 

Pasadas unas horas Petrona llegó a la casa.

—Niña, niña, la señora está preguntando por usted.

—Dile que ya estoy con ella, primero voy a revisar si todo está listo —aseguró, la muchacha.

Marcia no la reconoció, su niña tenía el rostro sombrío como si el tiempo se hubiera acelerado, unas leves marcas en su cara se vislumbraban, las inconfundibles señales del rencor, Petrona había aprendido a odiar.