domingo, 8 de junio de 2025

La Marea XI

 XI 

Los días habían transcurrido grises, un viento helado quemaba los labios de los habitantes de Andinia, las pocas luces del cielo se apagaban ocultas por una nubosidad gris oscura; la supersticiones empezaron a rodar por el pueblo, unos le echaban la culpa al demonio y otros daban por hecho la mano divina, en todo caso estaban de acuerdo en el mal presagio al ver el cielo con un aspecto tan lúgubre.

—Algo malo viene —dijo Gumercinda con voz ceremoniosa contraria a su pequeña y gruesa figura.

—Chiquilla loca, ¿qué sabes de males? —comentó, el padre Juan.

—Padre, esa niña es hija de una bruja; está viva gracias a doña Concepción, pero hay que tenerle miedo, ni en Luna Blanca se sanó, sigue siendo hija de la bruja que se murió en la calle, abrazando a su hijo.

El padre sonrió ante las palabras del tendero, no lograba comprender si era exageración o mala voluntad con la niña; al tiempo Gumercinda miraba con ojos de profunda molestia a Catalino.

—No exagere amigo.

—No exagero, si dice esas cosas es mejor creerle.

—Nada de brujas, usted es un supersticioso Catalino; ya verá que es un invento infantil.

—Si usted lo dice padre —exclamó, Catalino con desconfianza, ocultando su cara detrás del mostrador para evitar la mirada de la niña.

—Padrecito, créame, el cielo no se oscurece tanto por nada, algo viene… una gran tempestad que va a lavar los pecados de Andinia —agregó, Gumercianda, aparentemente distraída.

—Pareces vieja hablando así, mejor deja las tonterías y el domingo te espero en la misa para confesarte, tu problema es que vives en pecado por eso hablas tantas tonterías. 

Los días continuaron imperturbables, una aburrida cotidianidad desbordaba la realidad del pueblo azotado por un viento cada vez era más helado, envuelto en una calma dudosa. 

Inmediatamente se realizó el matrimonio Teresa salió de Villa Ángela escoltada por su padre por si acaso Joaquín se atrevía a incumplir la primera parte de su trato; una vez la mujer puso un pie en la destartalada casa empezó una perorata fastidiosa, en ese momento Joaquín entendió las razones del viejo para librarse de la muchacha, muy tarde para arrepentirse; por su parte Mauricio parecía feliz con la nueva inquilina, celebraba cada grito y aplaudía cuando se cruzaba con su nuera.

—¡Ese es mi hijo! No me imaginé que serías capaz de casarte con esta loca, tienes mi admiración; además de estar mal de la cabeza es bonita, eso es lo mejor, ¡bravo hijo! Claro que no te augurio mucho tiempo de vida, esa mujer nació para ser viuda, es una demente, y si te tiene que matarte para eso no lo va dudar. 

Joaquín trataba de sobrevivir entre gritos y toda clase de imprecaciones por ello permanecía fuera de la casa el mayor tiempo posible sin saber que era peor: los gritos de su mujer trastornada o los comentarios de su padre alchólico, por eso había dejado a su hermana a cargo de Teresa. 

—Clemencia tienes que ocuparte de esta gritona —le dijo al día siguiente de la llegada.

—Usted se casó con ella —comento la vieja con distraimiento; Joaquín se enfureció.

—Maldita bruja, tienes dos opciones: la cuidas o te largas.

Clemencia era muy temerosa y débil para enfrentarse a su hermano por eso terminó aceptando el encargo. 

La otrora gran propiedad de doña Lucero Rosas se había convertido en un asilo de desquiciados; Joaquín huía apenas se presentaba la oportunidad, aunque el clima cada vez más recio de Andinia iba en contra de su voluntad; prefiero aguantar este puta frio de mierda que a ese par de locos, decía en la tienda de Catalino cuando iba a tomar un aguardiente; de cualquier forma la perturbación de sus familiares era llevadera si no fuera por una cuestión preocupante: no había cumplido la segunda parte de su trato con Alberto Ramírez; hasta ese momento El Lucero seguía a nombre de los Arteaga dada la extremada necedad de Mauricio. Nos van a matar si no entregamos esas tierras, yo me comprometí con el viejo, le trataba de explicar Joaquín a su padre; ¡a mí qué me importan tus negocios!, que venga ese viejo cabrón para enseñarle de lo que somos capaces los Arteaga, respondía Mauricio borracho tirado en su sala maloliente. 

Aparte de las convulsas relaciones en El Lucero la paz perecía durar más de lo sospechado en Andinia, ni un solo disparo reventó después de las Martínez, algo peligroso en un pueblo determinado a escribir su historia con sangre, una pausa preocupante, un tiempo abúlico, un frio insoportable, un preludió tenebroso. 

—¡Catalino!, ¡Catalino! —entró, gritando un muchacho perseguido por un fuerte ventarrón y un escándalo de grandes gotas sobre los árboles del parque— ¿¡adivine!?

—¡Quién dijo que soy adivino!

—¡Adivine quién apareció!

—¡Maldita sea, que no soy adivino!, si no hubiera sabido que de este lado hay una gotera tan grande que me va a inundar la cocina.

—Para lo que la usa —comentó, el muchacho; Catalino frunció su cara.

El chico noto el malestar del tendero y disimuló, pero no pudo quedarse callado con la noticia que llevaba.

—¡Obdulio! —susurró misterioso; Catalino juntó las cejas, interrogando al muchacho con su gesto— el desaparecido hijo cobarde de don Mariano Basante —completó solemnemente con aire de importancia. Catalino quedó de una sola pieza, pensaba que nunca más escucharía ese nombre en Andiniaahora vamos a saber si se fue por cobardía.

—Y usted qué piensa muchachito. 

Catalino no había terminado la pregunta cuando el chico había desaparecido en la oscuridad de la cocina; entre tanto un hombre fornido, de tez intensamente trigueña, ojos chispeantes y algunas arrugas resaltadas por la acción del sol sobre su cara se paró frente al mostrador; el tendero guardó silencio sin temor alguno acostumbrado como estaba a ese tipo de apariciones, la hija de la bruja tenía razón, pensó. Obdulio se veía acabado, la apariencia juvenil de dos años atrás había desaparecido, en su cara se notaba sufrimiento y especialmente rencor; su entrada lóbrega produjo en el muchacho del chisme un terrible escalofrío, de inmediato saltó sobre el piso para esconderse con el pretexto de revisar la gotera sin responder nada sobre el tipo atemorizante que se acomodó a su lado.

—Deme algo de tomar, Catalino —exigió— parece que nada ha cambiado, chismosos y cobardes —dijo, alzando la voz para que el muchacho lo escuchara— sólo esta maldita lluvia que me ha perseguido todo el camino es nueva para mí, antes de irme en este pueblo sólo había polvo volando por todas partes. 

Era cierto, Andinia se caracteriza por pocas lluvias fustigada continuamente por el bochorno producido por la mezcla del calor y una exótica humedad que nunca se supo de donde salía, culpable del mal secado de la ropa de sus habitantes olorosos al rancio de la tela sudorosa y húmeda; a pesar de esa aparente sequía las nubes negras de las últimas semanas presagiaban borrascas, pero no como se esperaban, con grandes gotas como en la gran tormenta que casi acaba con Andinia, esta vez fue diferente, las inmensas gotas encharcaron todo el pueblo en poco tiempo y se disiparon para alivio de los pobladores, sin embargo, después de un gran ventarrón volvieron a caer lentamente, creciendo hasta convertirse en chorros que dejaron a Andinia completamente empantanada.

—Maldita sea, llevo tres días aquí y no he visto el sol ni un minuto, sólo llueve y llueve —renegaba, Obdulio— ¡llueve por chorros en este jodido pueblo!, yo sabía que estaba maldito, pero parece que han empeorado las cosas.

—¡Eso cree! —gritó, el cura cuando entró en el hotel de Catalino.

—Hola padre Juan, ¡todavía sigue vivo!, qué sorpresa —respondió, Obdulio con sorna marcada.

—Obdulio, aunque le moleste sigo vivo igual que usted; y de sorpresas debo hablar yo, nadie se imaginó volverlo a ver —explicó, el padre muy divertido— por cierto, le voy a decir algo: se nota que lo ha acabado su estancia por otros lados, tiene la piel quemada por el sol y los ojos malignos por el pecado; ¿se ha confesado?, si quiere acérquese a la iglesia para ayudarlo, le aseguro que después de quitarse el peso de sus delitos le suavizará el rostro.

Obdulio soltó una risa estridente.

—Váyase a la mierda padre, como estoy me siento bien, el mejor hombre es el que carga sus delitos sin temor, ¿sabía eso padre Juan?, lo único que quiero es que pare esta lluvia.

El padre no dijo nada, dio media vuelta para ocupar la banca de madera instalada recientemente por Catalino frente a su tienda y se limitó a hablar de banalidades con el tendero mientras contemplaba los chorros que caían del cielo. 

Obdulio aguantó un día más antes de decidirse, no iba a aplazar más la visita planeada para su regreso; se cubrió con un plástico viejo descubierto en el patio del hotel para evitar algo los chorros pesados e incesantes emanados del cielo, después tomó camino de Luna Blanca sin dejarse notar en el hotel temeroso de su encuentro con el pasado; mientras avanzaba observó la carretera totalmente seca, al parecer no había llovido por Luna Blanca, sin embargo, al voltear notó con molestia las primeras gotas mezclarse con el polvo de la rúa en su aparatosa caída, por eso no dejó su plástico; el cielo se fue oscureciendo, el viento era cada vez más helado. Al aproximarse observó a Gumercinda concentrada en el movimiento de las nubes oscuras sobre su cabeza, es mal augurio, meditaba sin darse cuenta del arribo del muchacho, al verlo corrió asustada a un establo abandonado a un costado de la casa.

—Buenas tardes Gumercida —alcanzo a decir el joven antes del escape de la niña.

En ese momento apareció Concepción con intenciones de llamar a la huidiza muchacha y se encontró con Obdulio; al verlo se indignó.

—¿Qué diablos hace aquí?, por culpa de su papá las serpientes entraron y mataron a mis niñas, largo de aquí, usted es una desgracia para esta familia —aulló grotesca— y tenga en cuenta algo, no volverá a ser amigo de Dioselina, tiene que matarme primero antes de que eso pase.

La maldición en Andinia era inconmensurable, si bien es cierto nunca volvió a ser amigo de la muchacha si supo de la muerte de Concepción con cierto rasgo de complicidad en su mirada. 

La bulla fue tremenda, los empleados salieron atropellados a averiguar la causa, detrás de ellos apareció Dioselina; Obdulio quedó admirado de su belleza, era mayor de lo que recordaba. Ella lo miró en silencio aparentemente perdida en meditaciones.

—Váyase —insistió, Concepción, con un tono destemplado e histérico.

—Bueno, pero primero quiero hablar con Dioselina.

La muchacha al ver la escena intentó calmar a su madre, con voz dulce la convenció de retirarse junto con los empleados y se dirigió al encuentro con Obdulio.

—Hola —dijo con una melodiosa y a la vez severa entonación.

—Hola Dioselina, ¿cómo estás?

—¿Dónde te metiste todo este tiempo?

—De eso quiero hablarte, debo explicarte varias cosas, yo no quería dejarte, fue un error —intentaba aclarar, pero se enredaba en ideas sueltas sin concretar nada— quiero que sepas que mientras estuve lejos no dejé de pensar ni un momento en ti, mi único plan era regresar a verte para que seas feliz.

—Ahora no importa —balbuceó, Dioselina— mucho tiempo me dejaste sola sin dar señal ni explicar la razón, te extrañé muchos días, pero al fin pude superarlo. 

Durante un buen rato los dos intentaron convencerse mutuamente de los errores, de las decisiones, de la realidad; sin embargo, lo único cierto para Dioselina era el final de su amistad. Obdulio insistió de todas las formas, intentó explicar sus actos con disculpas, confesiones y finalmente con gritos; Dioselina no aguantó más, se internó en la casa, caminando aprisa. 

Devastado salió de Luna Blanca con la cabeza gacha, el mentón clavado en su pecho y una brillo extraño en su cara, a lo mejor el odio naciente en su corazón; me las vas a pagar maldita no importa el tiempo, ya verás. Cuando alzó su rostro empezaron a caer las primeras gotas sobre Luna Blanca, pronto engrosaron, convirtiéndose en chorros; Andinia nunca supo si Obdulio Basante lloró, de haber brotado llanto de sus ojos el agua caída del cielo lo limpió sin dejar rastro de las únicas lágrimas que derramó en su vida. 

Desde ese momento siguió lloviendo todos los días y las noches de Andinia; pasado un mes todos parecieron acoplarse al nuevo clima y salvo la vestimenta alterada por las inclemencias del tiempo todo volvió a la normalidad; la basura aún se esparcía por todo el pueblo sin el impulso del viento porque ahora navegaba en los profundos boquetes ocasionados por las corriente de agua en las calles, los niños volvieron a sus andanzas, los días de mercado reanudaron su actividad abarrotados de fantasmas que desaparecían el resto de la semana y la tienda de Catalino se volvió a llenar. 

Obdulio Basante había entablado amistad estrecha con Onésimo, se divertían juntos cuando pasaban a saltos los charcos de la calle en dirección de la tienda para comprar el trago de sus borracheras en la alcaldía, planeaban toda clase de malabares malignos, conspiraban con su cabeza anegada en alcohol, pensando en una venganza conjunta sobre Andinia; de esa manera Obdulio se enteró la de relación sostenida por Germán Ramírez y Dioselina Martínez durante su ausencia. Onésimo, creo que es hora de empezar mi venganza. 

Unos día después Andinia se sintió estremecida por terribles noticias, el fin de la tranquilidad era inminente; hombres bien armados entraron en la cantina de Jovita para llevarse a varios muchachos, entre ellos Germán Ramírez quien compartía con cuatro amigos, todos fueron conducidos fuera del pueblo con senderó desconocido, nadie pudo ver hacia donde, los chorros de agua y la oscuridad del cielo limitaban la vista; en ese momento los cielos de Villa Ángela se oscurecieron y grandes cantidades de agua emanaron de lo alto para inundar las tierras de Alberto Ramírez.

—¿Qué diablos está pasando?, ¿por qué tanto escándalo?

—Señor, las lluvias de Andinia ya llegaron a Villa Ángela, están anegando todo —dijo, Miguel, el mayordomo de la finca.

—Pues encárguese para que no terminemos ahogados.

Miguel salió con las órdenes de Alberto rápidamente donde estaban los demás empleados.

jueves, 29 de mayo de 2025

La Marea X

 X 

—Nunca me sentí como hoy —dijo e hizo una pausa solemne, demasiado triste; empezó a recorrer la iglesia con sus ojos apagados, encontró la imagen de Macario y Concepción desconsolados, erguidos, demostrando la elegancia que tiene la resignación, vio a Onésimo con el mentón levantado con la prepotencia del vencedor, pensó en un sermón igual a todos los suyos, un comentario insulso, un mensaje etéreo, una pérdida de palabras y tiempo; cuando divisó la imagen de los féretros de las tres muchachas palideció, bajó la mirada y apretó sus dientes, la impotencia lo impulsó al vacío y mientras caía habló como nunca lo había hecho. 

Una persona como yo sólo puede defender la vida, sería un crimen que desde el púlpito diera la razón al asesinato; una persona como yo sólo puede amar la verdad y la única verdad aquí es el asesinato de tres señoritas víctimas de las ansias de poder, porque a eso se reduce todo, a la necesidad de obtener el poder a costa de todo, hasta de la vida de los demás. 

Cuando veo esos féretros en el centro de nuestra iglesia no paro de preguntarme por qué el hombre es adicto a la muerte, por qué la usa como su mejor arma para obtener lo que sea, ¿por qué los hijos de Andinia se tienen que devorar entre ellos?; para muchos hay una disculpa: ¡nosotros no nos matamos, los malignos vienen de afuera!, eso es cierto, los malignos vienen de afuera con ansias de poder a matar a cualquiera para ganarlo y luego matar a cualquiera para conservarlo, pero ¿dónde está la gente de Andinia para defender a sus conciudadanos?, no defenderlos es dejarlos a su suerte y a la voluntad de los malignos, los venidos de afuera; asistir impávidos a la eliminación de la vida es tanto como ser los gestores de esa eliminación, ¡somos tan culpables como los de afuera por la sangre derramada en Andinia! 

Pelear contra la extinción de la vida no es fácil, siempre existe el susto a morir de un momento a otro, es pavoroso pensar que en un segundo ya no estaremos más, pero si no nos decidimos a defender la existencia en Andinia viviremos derrotados, desilusionados, frustrados, sin la luz suficiente para sobrevivir. Hermanos, ¿estamos vivos en Andinia o ya fuimos derrotados?, ¡porque no hemos muerto!, al parecer sólo respiramos, pero no vivimos. ¿Qué vida puede ser dedicarnos a lamentar en silencio la desaparición de nuestros hermanos? 

¡Para mi esa no es vida! Desde aquí les digo: es hora de recobrar la verdadera vida, no esa de desolación que tenemos, una de valor, de felicidad, es hora de comprender que nuestro andar por Andinia no puede ser para contemplar el fallecimiento de todos sus habitantes, muchos en vida agazapados en el temor a reaccionar, ni permanecer en una incertidumbre total porque conocemos los causante del dolor de Andinia, es hora de enfrentarlos, de demostrar que amamos la vida y el orden necesario para conservar la fuerza vital, ¡no tengamos miedo para no dejarnos quitar nuestro poder!, el poder de ser Andinios; ¡retemos a los malignos y les aseguro que ganamos!, ¿por qué tenemos miedo a conservar nuestro poder?, por qué si es nuestro, es de Andinia, ¡no de ellos!, nos lo arrebataron; tomemos fuerzas y recobrémoslo, ¡Andinia es de los Andinios y se respeta!, ¡rescatémosla de los malignos! 

Hoy asistimos al fin de tres señoritas jóvenes que vieron truncados sus deseos de existir por la perversidad del hombre, lloramos los cuerpos de nuestras hermanas, pero si no reaccionamos posiblemente mañana serán los nuestros. ¿Lo vamos a permitir? ¡No señores!, tenemos que vencer el miedo. ¡Rebelémonos contra el poderío oscuro que nos empieza a cubrir y pronto será causa de nuestro caída!, la desaparición de Andinia en medio de una mezcla de sangre de hermanos y tierra que somos, ¡una arcilla maldita que no puede forjar nuestro futuro! ¡Vamos a agonizar entre la arcilla que sólo puede moldear la muerte! 

Los sepelios están lleno de dolores, este en especial tiene uno inmenso, ¡su razón!, tal vez porque no la tiene, ¿por qué las mataron?, ¿alguien tiene una respuesta válida?, claro que no, pero hay una forma de reivindicarlas: ¡no dejemos morir a Andina!, ¡no permitamos que nos la arranquen de las manos!; luchemos contra los mercenarios que quieren adueñarse de nosotros, es hora de levantar la voz, de darle sentido a estas muertes, convirtiéndolas en el punto de inflexión para detener las injusticias y salvaguardar la vida. Tal vez me oyen aterrados, esperando el momento del disparo funesto sobre mi pecho, pero alguien tiene que decirlo, demostrarles a los de afuera que Andinia debe seguir adelante, progresando como pueblo, ¡sin miedo! 

Dejemos de ser fantasmas, espectros de un mundo sin luz perdido entre las tinieblas de nuestra aceptación del crimen; no sólo condenemos estas muertes en privado, seamos capaces de hacerlo en público, seamos valientes para explicar la verdad sin salirnos de ella y excusarnos para no correr riesgos; el miedo, ese enemigo número uno de la verdad, no puede darnos pie para mirar de soslayo los hechos y sumirnos en la desidia general, perdamos miedo a vivir, demostremos que amamos la vida, rechacemos la muerte; ¡reaccionemos!, no normalicemos estos crímenes, saquemos la fuerza del alma para sorprendernos ante estos delitos, si dejamos de sorprendernos, si convertimos a Andinia en un cementerio donde sólo puede relucir muerte posiblemente esa fuerza del alma será imposible de sacar y nos sumergiremos en un momento aciago cuando nos demos cuenta de su desaparición, y entonces estaremos condenados a deambular sin sentido en un océano de mal. 

Finalmente no olviden algo: la muerte duele igual, los que se van no valen lo mismo, esa es la diferencia, ese valor es el que aumenta el dolor. 

—Hola padrecito.

—Buenas tardes Onésimo.

—Se le iba pasando la mano en ese sermón, cuidadito y alguien se le ocurre denunciar algo, ¡usted es el único culpable!, usted puso a pensar a estos idiotas que no deben tener miedo, ¡claro que tienen que tener miedo!, es necesario ser cobarde en Andinia o les puede ir como a las hijas de Macario, se las dio de valiente ya ve el resultado. Ojo, si alguien va de sapo a cualquier parte usted se jode, ya sabe cómo tratamos a los sapos y a los agitadores en Andinia; aunque sea nuevo vaya sabiendo que aquí hasta en la misa mandamos o pregúntele a cualquiera en el pueblo; si sigue con la idea de hablar muy duro puede quedarse sin voz porque los muertos no hablan. Como usted advirtió, todos estarán esperando el disparo… ¿cómo fue que dijo?, ¡ah!, ¡sí!: funesto.

El padre lo miró con sorna y dibujó una sonrisa burlona en su cara.

—Los sermones que le gustan son para la gente que se agacha, pero sabe, hoy me di cuenta que puedo decir algo más y sabe qué; ¡váyase a la mierda con sus putas amenazas!

—Cuidado con es boca padrecito, no sea grosero porque le queda mal, no sea atrevido porque se puede morir; agradezca que el comandante es católico y va a misa todos los domingos, por mi lo hubiera callado desde el primer sermón.

El padre Juan siguió de lado sin despedirse, su corazón parecía salirse incontrolable de su pecho, nunca pensó una situación tan complicada en el desarrollo de su trabajo; no compartía la prohibición de callar, era un abuso de Onésimo y su gente, sin embargo, le sobraba el ímpetu y la estupidez de la juventud para no menguar sus sermones. 

Pasada una semana de los servicios funerarios Joaquín Andrade apareció en Andinia, en silencio deambuló un buen rato hasta encontrarse con el personaje adecuado para sus intereses.

Buenos días Joaquín, parece que las cosas no están bien dijo Alberto Ramírez desde una mesa donde tomaba un trago lástima saber que sus negocios se van a perder.

Arteaga guardaba un mutismo reverente, pero disfrutaba del encuentro.

—Don Alberto se acuerda de la propuesta que le hice hace un tiempo, ¿ha decidido algo?

Alberto lo miró con rudeza.

—Al parecer se acabó el compromiso que lo sacaría de problemas, así es Andinia, nadie sabe quién se va a morir en cualquier momento; supongo que por eso vuelve con su idea insensata de venderme sus tierras.

—No se las quiero vender —aclaró, Joaquín— sólo quiero que las reciba como hipoteca por el préstamo, no se va a arrepentir, rápidamente pongo a producir esas tierras, le pago todo y compartimos ganancias.

—¿En serio cree que puede con eso?

—¡Estoy completamente seguro!

Alberto meditó un poco, no creía en la capacidad de Joaquín para sacar adelante unas tierras improductivas, adicionalmente, la fama de vago e irresponsable de joven era reconocida; el viejo Ramírez titubeó.

Te espero en Villa Ángela la próxima semana —dijo, finalmente. 

Desde la muerte de Marinela, Joaquín se cuidó de no aparecer por Luna Blanca, para fortuna suya toda la historia de su compromiso murió con ella; pero yo no quería su muerte, se consolaba al pensar en el favor recibido con aquel asesinato. 

Entre tanto en Andinia pasaban los días, toda la comidilla de las muertes de las Martínez empezó a apagarse, sólo en Luna Blanca la desgracia estaba marcada en la puerta; Macario había renunciado a su candidatura, siguiendo las instrucciones de las serpientes con Onésimo al mando oculto en su papel de candidato a la alcaldía; la relación con su esposa se había deteriorado después de los acontecimientos, muchas veces le suplicó dejar de lado la locura de la alcaldía por el bien de las niñas, pero no le hizo caso, un razón suficiente para culparlo de la muerte de sus hijas, por eso decidió dejarlo, sin embargo, su casa era Luna Blanca, no era ella quien se iría, tampoco lo podía sacar de sus tierras, se contentó con negarle el perdón y expulsarlo de su habitación. Al conocerse el cuento en el pueblo pulularon los comentarios burlescos y llenos de malquerencia hacia los Martínez. 

Una semana después Joaquín Arteaga apareció por Villa Ángela como había acordado con Alberto Ramírez, el viejo no mostró ninguna emoción, su rostro parecía sin vida; al ver al hombre parado en la puerta reconoció a un tipo muy simplón, por lo mismo peligroso, de mucho cuidado y no se equivocaba, durante los días siguientes a su propuesta se había dedicado a indagar por la familia Ramírez, obteniendo algunas informaciones precisas con el fin de asegurar el éxito en el negocio con Alberto; el asunto que más le llamó la atención fue el distanciamiento de Teresa Ramírez y su padre, al parecer no se soportaban y la intención de Alberto era internar a su hija.

—Don Alberto, voy a ser directo con usted —exclamó finalmente Arteaga.

—Voy a agradecer eso, no me gustan las estupideces y usted es bueno para esas reacciones.

—Los dos tenemos problemas para resolver, lo podemos hacer mutuamente, está claro mi necesidad: dinero para solventar mis deudas; por su parte, según pude averiguar no vive muy contento con su hija, tiene altercados permanentes y la quiere enviar a un internado, pero eso sería un problema mayor, ella no lo va a aceptar, ¿cierto?

—Se nota que necesita la plata porque ha dedicado tiempo para investigar, eso está bien, mejora su imagen, al parecer no es tan imbécil como parece, pero un maldito interesado sí.

—Me entiende, podemos ayudarnos mutuamente.

—¿Cómo?

—Déjeme casarme con su hija, anexamos mis tierras por la plata que me preste y me pongo al frente de la producción, yo soluciono mis problemas económicos y usted se libra de Teresa, con eso estamos satisfechos los dos.

Alberto dibujo una leve sonrisa en su rostro.

—¿En serio piensa que casada con usted me libro de Teresa? No sea idiota, la única forma de lograrlo es que ella vaya a vivir a su casa y usted no es capaz de aceptar esa tarea.

Joaquín se quedó pensativo, no contaba con esa condición; al final reaccionó irreflexivo con un grito.

—Pues me la llevo a mi casa, creo que se puede entender muy bien con Mauricio.

Ramiro lo observó sorprendido.

—Trato hecho, la próxima semana se casa, el mismo día va a consumar el matrimonio a su casa y al otro día le entrego la plata. Si no es capaz de mantener a Teresa en su casa va preferir que Mariano vuelva del infierno a cobrarle la deuda.

—No se preocupe por eso.

—Dos cosas más: yo quiero ver a esa mujer fuera de la casa, pero sigue siendo dueña de Villa Ángela, usted no tiene nada hasta mi muerte y eso si es que Teresa no lo mata primero. Por otra parte, usted acaba de comprometerse con su vida: si deja que vuelva Teresa lo mato, si su papá toca a Teresa sin consentimiento lo mato a él y si no me entrega sus tierras, lo que fue El Lucero, los mato a los dos. ¡Entendido! 

Joaquín no dijo nada, creía todo porque Alberto Ramírez era muy peligroso, ni Mariano Basante se metió con él a pesar de su poderío. Después de unos segundos asintió con la cabeza. 

Esta vez el rostro pétreo de Ramiro se vio más expresivo, una sonrisa de complacencia brilló ante la sumisión de Joaquín; estaba satisfecho con su contrato.

lunes, 12 de mayo de 2025

La Marea IX

 IX 

Soplaban los vientos de agosto cuando los árboles como gigantes en una lucha por su posición parecen alcanzarse en una particular asechanza, los altos pastos forman un oleaje brillante de un verde refulgente y las nubes surcan el cielo sin detenerse, desamparando a los habitantes de Andinia bajo el quemante sol; la atmósfera del pueblo era soporífera, la basura hipnotizaba con su vaivén cansino en un paseo aéreo por el parque mientras los ventarrones a ráfagas inconstantes eran capaces de azotar puertas o destechar casas; a pesar de la ventisca Catalino estaba colgado de las alturas de su hotel, solitario por la pérdida de sus hijos, apretando las amarras de su desvencijado techo.

—Catalino, ya es hora de pagar alguien que le ayude.

—¿Eso cree, señor Arteaga?

—Sí Catalino, trabajar solo es un problema, pierde más tiempo y corre el peligro de estropearse mucho —explicó, Joaquín.

—Eso es cierto —aceptó, el tendero—le he estado pensando estos días.

—Le voy a decir algo doloroso —dijo, el visitante— tiene que dejar de atormentarse con el secuestro de sus hijos, espérelos con paciencia, pero no se martirice, usted no tuvo la culpa, no necesita castigarse perdido en la soledad.

Se hizo un silencio intenso, Catalino comprendía las palabras del señor Arteaga, era hora de reponerse a su situación, para extrañar a sus hijos no era necesario alejarse de todos, muchas veces se lo había dicho el cura Juan con la parsimonia de su edad, pero el joven tendero se hacía el sordo.

—Como le digo señor Arteaga, lo estoy pensando, falta encontrar a alguien confiable.

—Eso es cierto Catalino, pero no se detenga en el intento, estoy seguro que lo encuentra.

El hombre hizo una venía a joven y se alejó con una sonrisa fingida en sus labios. 

Joaquín Arteaga era heredero de los dominios de su madre Lucero, la señora repartió sus posesiones en vida para evitar que su marido Mauricio Arteaga se apoderara de todo, el viejo aceptó de mala gana so pena de quedarse sin nada; la decisión de Lucero estaba bien fundada pues Mauricio era pernicioso, un hombre ordinario de poca educación, lleno de prejuicios contra cualquiera sin importar su condición, decepcionado de su hijo de quien se aprovechaba todo el tiempo. Las tierras de los Arteaga fueron productivas en los tiempos de Lucero Rosas, para ese entonces se llamaban El Lucero, después de su muerte quedaron abandonadas porque ninguno de los nuevos propietarios se pusieron al frente del negocio, no pasó mucho tiempo y El Lucero sufrió un estropicio imposible de superar; Mauricio y su hijo Joaquín vivieron tranquilos un tiempo con los ahorros dejados por la señora, pero se acabaron rápidamente debido a los gastos desmedidos de los dos hombres. Cuando el dinero faltó Mauricio vio la oportunidad de arrendar El Lucero a los campesinos colindantes, sin embargo, la propuesta no fue aceptada por ninguno, finalmente el desarrollo de los agricultores del sector era notorio al punto de conformar una pequeña vereda a las afueras de Andinia llamada El Progreso. Mauricio maldecía diariamente a los vecinos desde su negocio de productos agropecuarios, en ese momento a Andinia sólo exigía productos tradicionales sin requerimientos de ninguna la tecnología, a pesar de eso modos era un negocio lucrativo especialmente por ser el único en los alrededores. 

La maldad en el hombre es inherente, aunque hay ciertos personajes indudablemente diabólicos. Ante la negativa de los campesinos para arrendar sus tierras Mauricio encontró la forma de obligarlos, decidió subir los precios de los abonos hasta el punto de ser imposible adquirirlos, algunos productores de la región dada la premura de los fertilizantes empezaron a llevarlos con el compromiso de pagar al recoger la cosecha, con el tiempo la necesidad llevó a todos a usar ese método. Las cosas parecían honradas hasta cuando Arteaga decidió exigir un valor adicional por los intereses causados en el tiempo, yo los ayudé cuando estaban mal, ahora sólo quiero una pequeña suma por el favor, no deberían ser malagradecidos, explicaba el viejo con sorna y maldad a los atribulados clientes que encontraban las cuotas imposibles de cancelar. 

Mauricio decidió darle un alivio a sus compradores, especialmente a los residentes en El Progreso: les recibiría sus tierras en parte de pago y el resto lo abonarían en módicas cuotas mensuales; en términos sencillos, quedaban en condición de arrendatarios, esos brutos no quisieron arrendar mis tierras, ahora que paguen por las de ellos, conmigo no puede esa partida de pendejos, se vanagloriaba. A pesar de ser un negocio fructífero la predisposición de las Arteaga para fracasar en cualquier aventura los llevó a la quiebra, pero como los campesinos seguían amortizando sus cuentas no tuvieron de qué preocuparse; por supuesto, la puntualidad en los desembolsos no era precisamente por fidelidad de los clientes sino por las presiones constantes de un grupo de hombres armados por Mauricio para verificar el cumplimiento mensual. 

Con los predios de El Progreso tomados por las malas las tierras de los Arteaga aumentaron increíblemente su área, debido a eso Mariano Basante Reyes, el poderoso señor las deseaba para convertirse en el mayor hacendado de Andinia, pero sólo pudo arrebatarle a Mauricio El Progreso después de un enfrentamiento entre los dos bando a cargo de la seguridad de las propiedades; los hombres de Mariano asesinaron a la mayoría del grupo de Arteaga, los pocos vivos se salvaron porque cambiaron de bando. 

Mariano no declinaba su sueño de apoderarse de Andinia por eso seguía al asecho de la desmantelada propiedad El Lucero; Luna Blanca de Macario Martínez y Villa Ángela de Alberto Ramírez eran inalcanzables para el acaparador Basante, pero las de Arteaga estaban a su disposición, en especial por aquellos días gracias a altas sumas de dinero adeudadas por Joaquín.

—Arteaga, ¿cuándo me va a pagar?

—En estos días hago un negocio y cancelo lo que le debo don Mariano.

—Déjeme dudarlo —refunfuñó, el viejo Basante— en la próxima semana viajo a Pacífico, doy hasta el día que vuelva. 

Por fortuna para Joaquín el regreso de Mariano a cobrar su plata fue imposible, el viejo si volvió a Andinia, pero a morir en sus dominio después de varios días de agonía por unos disparos recibidos de las serpientes negras, dominado por el desprecio a su hijo Obdulio a quien maldijo hasta en el último aliento; el alivio de Arteaga fue infinito cuando vio caer la tierra sobre el ataúd de Mariano Basante Reyes, aunque no fue el único, medio pueblo lo celebró; todos esperaban una negociación más decente con Ramiro Andrade quien quedó encargado de la administración de los dominios del viejo, por su puesto la obligación seguía en pie, pero el riesgo de recibir un tiro en el momento menos esperado se esfumaba, adicionalmente la desaparición de Obdulio Basante, hijo del viejo, disminuía cualquier peligro para su vida. Andinia también festejó su muerte, con ella desaparecía la amenaza de las serpientes de una toma violenta del pueblo en venganza a los hombres asesinados por Basante. 

Con más tranquilidad Joaquín se dedicó a buscar el dinero necesario para pagar su deuda, necesitaba cancelar porque no quería deberle favores a nadie, menos a un muerto tenebroso, don Mariano; en esas estaba cuando su padre le ofreció administrar la parte de sus tierras, Joaquín no lo dudó un segundo, era un excelente negocio, juntando sus predios, antiguamente El Lucero, podría completar el área suficiente para una hipoteca porque su venta estaba descartada, ni su futuro matrimonio con la mayor de las Martínez haría pensar a Macario en una adquisición por el estilo. Le quedaba Alberto Ramírez como su posible benefactor, pero debía convencerlo, un asunto difícil por el talante del viejo. 

Cierto día de mercado se cruzaron los dos hombres; Ramírez era un viejo desconfiado de rostro pétreo muy malgeniado pocas veces visto en Andinia porque prefería estar a salvo en su hacienda, salía esporádicamente cuando era absolutamente necesario de lo contrario encargaba a Miguel de todo.

—Buenos días don Alberto Ramírez —saludó, Joaquín, pero el viejo se limitó a verlo de pies a cabeza sin responder— quisiera hablar con usted. 

Ramiro puso sus ojos en el interlocutor para comprender la razón de Arteaga para solicitarle una entrevista; durante un rato se observaron en silencio, Joaquín bastante abochornado, el viejo imperturbable; cuando Arteaga estaba a punto de bajar su mirada escuchó la voz del hombre.

—¿Qué me puede ofrecer alguien como usted para interesarme?

—Don Alberto, quiero proponerle un negocio —alcanzó a tartamudear Joaquín antes de ser interrumpido por la risa atronadora del viejo.

—Vuelvo a preguntarle, ¿qué puede ofrecerme usted? No veo que tenga algo de mi interés; si es por sus tierras no me interesa comprar ni un centímetro, son predios baldíos, sólo me traerían gastos y al desgraciado de su padre como premio; nadie en su sano juicio quiere estar al lado de ese viejo, ¡por lo menos yo no! La verdad creo que Macario tampoco, todavía debe estar pensando como hizo usted para engañar a Marinela Martínez. ¡Usted es un maldito cabrón! ¡Hasta a mí me da lástima de los Martínez y su futura convivencia con su papá. 

Joaquín lo escuchaba estático a la vez inquieto; el viejo Ramírez tenía bien claras las cosas: sus tierras eran baldías sin valor productivo, su padre alguien para no relacionarse y su futuro matrimonio con Marinela Martínez un convenio inentendible hasta para él.

—Usted las puede poner a producir, tiene los medios para eso; para mí es muy difícil trabajar esa tierras con las deudas que tengo, pero ¡usted si puede!, por eso le propongo que me ayude a pagar mi compromiso con el difunto Mariano y sin apuros económicos le aseguro que pongo a producir esas tierras. 

Alberto Ramírez no hizo ninguna observación, pero aceptó contemplar su propuesta con una desidia suficiente para demostrar su falta de interés, finalmente el joven estaba comprometido con la hija de Concepción Ñañez, una condición suficiente para anexar sus tierras a Luna Blanca y acabar con sus problemas económicos, por eso aquel ofrecimiento le traía incertidumbre, pero no le dio vueltas al asunto y se olvidó de la propuesta; Joaquín era traicionero y mala persona, mejor ignorarlo. 

Nadie desconocía la fama de Joaquín Arteaga, tildado de mujeriego lo aborrecían en Andinia por su desmedido acoso a las niñas, siendo víctima de varios intentos de homicidio, todos fallidos, era un cobarde suertudo sin mujer de su edad siempre al acecho de las menores, sin embargo, su compromiso con Marinela Martínez no pertenecía a sus malignos planes para dañar a la jovencita, se trataba de un malentendido, una desgracia en su desordenada vida por eso llevaba varios días especulando la forma de salir del embrollo; por otra parte, con respecto a sus tierras no iba a permitir la unión con Luna Blanca obnubilado por la premisa de tener una propiedad muy apetecida por los hacendados de los alrededores. Mariano Basante antes de morir cometió muchos atropellos para alcanzarla, no dudó en eliminar arrendatarios sin lograr su cometido; el mismo Alberto Ramírez se había enfrentado con Mauricio cuando tuvo intensiones de competir con Mariano Basante por el poder en Andinia; esos lotes baldíos sin nombre ni valor para producir estaba manchados de mucha sangre, una motivo de orgullo para Joaquín Arteaga. 

A pesar de la popularidad de la noticia la futura unión de los Martínez y los Arteaga no producía simpatía, no era posible entenderla, algo extraño había en esa historia; Macario no era hombre de acaparar tierras ni de cambiar hijas por predios, era prudente y honrado, trataba de conciliar como lo hizo con las serpientes plateados, un grupo asentado en Andinia desde mucho tiempo atrás, menos de merecer a Joaquín Arteaga como yerno; su comportamiento recto llevó a Andinia a ofrecerle la candidatura a la alcaldía para enfrentar a Onésimo: la peor opción porque detrás de él estaban las serpientes negras, una amenaza inminente para la seguridad del pueblo. Independiente de toda consideración el contrato marital estaba precedido de un malentendido. 

Al tiempo que Germán Ramírez se había convertido en el confidente de Dioselina, Joaquín frecuentaba a su hermana Marinela, en ocasiones salían los cuatro a pasear por Andinia; su amistad no era muy estrecha, jamás se habían planteado una relación amorosa ni menos un matrimonio hasta cuando Mauricio Arteaga se aprovechó de un evento impensado. 

Un día Marinela fue de visita, Joaquín se había atrasado con dos trabajadores y la muchacha arribó primero la casa.

—Entonces usted es la futura esposa de mi hijo —dijo un viejo de vestimenta muy descuidada y aspecto de abandono. La muchacha fue sorprendida por la afirmación —pero entre, mi futura nuera no se puede quedar en la puerta, ¡Claudia, tráigale algo a la visita!

—Un vaso de agua, por favor —dijo, Marinela, asustada.

—¿Agua? ¿No toma otra cosa? ¿Café? Claudia un café para la señorita, uno para mí también quiero acompañarla —Mauricio hablaba ansioso porque ya se creía dueño de una parte de Luna Blanca; entre tanto, Marinela había puesto la taza de café en la mesa ubicada al lado del mueble viejo y maloliente donde estaba sentada— ¿está muy caliente? Claudia, cuántas veces le he dicho que no caliente tanto el café, pásele uno que esté frio.

—No gracias —pudo articular Marinela.

—¡Ah, ya sé! ¡Vamos a celebrar por el futuro! Claudia saque el vino y ponga dos copas en la mesa, ¡brindemos por la unión de las Martinez y los Arteaga!

Cuando el viejo iba a abrir la botella llegó Joaquín.

—Ahí está el futuro dueño de Luna Blanca, ven siéntate vamos a brindar por la fortuna que ahora nos acompaña.

Joaquín estaba aturdido por la escena, no tenía palabras para contradecir a su padre y seguía alelado arrimado a la puerta.

—Hola Marinela —articuló.

—No me habías contado que ya estaban comprometidos, vas muy rápido, sí, sí, eso me gusta, mejor definir de una vez tu puesto en Luna Blanca, lo lógico es que la administres junto con mis tierras, qué le parece niña, supongo que Macario dejará a Joaquín al frente de Luna Blanca ahora que está ocupado con su candidatura —el viejo desvariaba de la emoción— ¿cuándo van a hacer público el compromiso? —Ni Marinela ni Joaquín respondieron, todo era tan extraño y vertiginoso.

—Me parece que debe ser el mismo día del lanzamiento de la candidatura de Macario. 

Las cosas tomaron un rumbo inesperado, Mauricio ya celebraba el futuro y la fecha estaba definida; los dos muchachos siguieron atónitos sin refutar nada de lo expresado por Arteaga, de esa manera el compromiso quedó pactado sin la complacencia de los involucrados ni menos los Martínez; cuando Marinela llegó a la casa su madre se opuso rotundamente a tal locura, por su parte Macario ya se preparaba para ir hasta donde Mauricio Arteaga para cancelar el asunto.

—No me puedes avergonzar papá, no es tan fácil decir que te vas a casar y al otro día cancelar como si nada, prefiero morirme al lado del imbécil de Joaquín que demostrar que no tengo palabra.

—Pero tu te comprometiste.

—¡No! —aseguró, la chica— el viejo no me dejó decir nada.

—Entonces no hay nada que temer, no diste ninguna aprobación ni comprometiste tu palabra, no es necesario cancelar nada, simplemente vamos y dejamos claras las cosas.

—El viejo ya regó el cuento por todos lados, para Andinia soy la prometida de Joaquín —dijo acongojada Marinela— ya no hay tiempo de aclaraciones, todo se tomaría como un incumplimiento y eso no puede ser.

—Mejor incumplir que vivir condenada el resto de la vida —dijo en voz alta y muy molesta Concepción.

—No lo entiendes mamá. 

No hubo forma posible de convencer a Marinela para aclarar el malentendido por ende el contrato estaba sellado, ella sería esposa de Joaquín Arteaga.

—Si no quieres aclarar las cosas es asunto tuyo, no bendigo este matrimonio ni quiero ver a los Arteaga el día del lanzamiento, si quieres hacerlo con bombos y platillos escoge otra fecha, pero no esperes que vaya —expresó, Macario, con notorio disgusto; Concepción era de la misma opinión, Marinela quedaba sola.

Desde ese momento se inició una etapa complicada en Luna Blanca, difícilmente un disgusto separó tanto a la familia, era inconveniente para todos: Marinela estaba decaída y su comportamiento alterado, no asomaba al comedor ni compartía con sus hermanas, se alejó de su papá y hasta dejó de hablar con su madre, se limitaba a conversar con Gumercinda, una chiquilla molestosa recogida por su madre; adicionalmente estaba el disgusto de todas con Macario por aceptar la candidatura. 

Contrario a novios felices por su venideras nupcias, Joaquín y Marinela empezaron a pelear continuamente, su relación de confianza se acabó, el muchacho casi no la visitaba ni participaba de sus antiguos paseos, estaban más cerca de ser enemigos, claro no se odiaban porque nunca se amaron, se conformaban con ignorarse. Sólo concordaban en una cosa: eliminar el convenio nupcial; pero no encontraban la forma cada uno por su lado, en ese momento se hicieron falta porque juntos hubieran logrado algo más. 

Unos días antes del lanzamiento de la campaña de Macario Martínez los dos jóvenes tuvieron una discusión fortísima, Joaquín se desapareció, Marinela retomó algo de su carácter sencillo y aceptó ir con sus hermanas a decorar el salón del lanzamiento. Avanzada la noche regresaban alegremente sin tener en cuenta el peligro de vivir en Andinia.

—Escuchó eso señorita Lucinda —inquirió, Raul.

—Yo no escucho nada, déjate de preocuparte tanto, a ratos eres cansón con tu actitud sobreprotectora.

—¡Silencio todos! No digan nada.

—Tu también Bautista.

—Niña Lucinda, por favor escóndase detrás de mí. 

Las risas y las voces callaron, un silencio sepulcral los llenó de temor, la incertidumbre es terrible y eso descubrieron los cinco jóvenes. De pronto sintieron que de todos lados se acercaban hombres, el sonido metálico que producían al caminar led dio idea de quiénes eran; las tres chicas se acurrucaron detrás de Bautista, Lucinda y Victoria empezaron a llorar, Marinela guardaba la calma; no hubo disparos de advertencia ni golpes o empujones, solamente el llamado a lista de cada chica.

—Marinela Martínez Ñañez, Victoria Martínez Ñañez, Lucinda Martínez Ñañez, salgan ahora.

El grito se repitió un par de veces hasta cuando Marinela se decidió a mostrarse.

—Que quieren señores.

—A ustedes —respondió con sequedad un hombre oculto detrás de un pasamontañas— su padre estaba advertido, pero no hizo caso, ahora es el único culpable de lo que va a pasar, ¡salgan de una maldita vez! Será más rápido y menos doloroso. 

El terror las dejó sin reacción, el brillo de las lágrimas en su rostro refulgió cuando aparecieron; inesperadamente se oyó una ráfaga ensordecedora, Bautista iba detrás de Raul, pero no alcanzó a salir por eso no recibió ningún disparo, la detonación lo mando lejos, cuando se recompuso revisó su cuerpo e intentó pararse, al lograrlo quiso dirigirse donde estaban sus amigos sin lograrlo porque los hombres estaban rematando una por una a la muchachas. 

La mañana siguiente el ambiente estaba convulsionado, Joaquín se había aburrido en su casa y llegaba a Andinia; mientras caminaba notó los corrillos a su paso.

—Catalino, ¿qué mierda pasa?, ¿por qué todos las cabrones de este pueblo me ven raro? Mi papá siempre dice que es bueno matar uno que otro de vez en cuando para consevar el respeto.

Catalino se limitó a mirarlo.

—¿Usted no sabe lo que pasó?

—Cómo quiere que sepa eso carajo, yo no vivo acá, estaba en mi casa no dedicado al chisme.

—Las hijas de Macario Martínez fueron asesinadas anoche. 

Joaquín no escuchó más, salió con movimientos nerviosos a la calle y de pronto echó a correr despavorido. 

Pasaron varios días, Joaquín no apareció por Andinia hasta concluidas las honras fúnebres, para los Martínez fue un alivio se desaparición, con todo fervor dieron gracias a Dios cuando confirmaron su ausencia en la ceremonia religiosa que dicho sea de paso fue conmovedora y sacó más de una lágrima.