III
Todo iba según lo planeado, una vez Didier se unió al grupo los acercamientos con nuevos participantes fue mayor; en sus viajes continuos a proveer de mercancía a El Turco logró contactos en El Progreso, de ahí se unieron a la causa Ícaro, Verónica, Lidia y Amalia; por su parte Arturo mientras se dedicaba a la administración de Luna Blanca empezó a revelar su malestar por la Oscuridad reinante en Andinia durante tanto tiempo, especialmente después de la desaparición de su padre un año atrás; a Gumercinda no le convencía el camino de Arturo, pero no lo iba a detener, en el fondo hubiera querido estar libre de tanta obligación para unirse, por eso no hizo ningún reproche.
El padre Lucio seguía con la hora de la oración los domingos, cada vez era más larga, desde las nueve empezaba con el rosario y varias letanías; como era prohibido el resto de la semana rezaban los cuatro misterios ese día, entre tanto, detrás de la sacristía Álvaro, Teseo y Vito seguían maquinando el plan para derrocar a la Asamblea, conscientes de la necesidad de encontrar otro lugar, ya en varias ocasiones la PJB había husmeado por la iglesia sin encontrar nada, pero era cuestión de tiempo para que los descubrieran.
Catalino se mantenía al margen de las andanzas de Didier, al igual que Gumercinda con Arturo no le prohibía sus aventuras aunque estaba al tanto de todo porque el muchacho no dejaba de contarle sus incidentes en El Progreso; a pesar de no ser partidario de la oscuridad reinante no era molestado por PJB en sus instalaciones, su condición de proveedor de la Asamblea le daba cierta tranquilidad sin ser garantía de nada; de cualquier forma, estaba aburrido del régimen, a diario desaparecían sus clientes y la mayoría sin pagar arrestados por la PJB o muertos en supuestos combates con las FMA; muchas veces no había dormido cuando Didier no regresaba, venía a su memoria el día del secuestro de sus hijos por las serpientes y la llegada en llanto de su hermana con la noticia, no quería ser testigo de una revelación por el estilo, la vida no podía ser tan cruel, además él no lo soportaría.
—Didier,
venga un momento —llamó, Catalino un día— es mejor que esta noche no salga, hoy
estuve en el cuartel y mientras esperaba en el pasillo me enteré que la PJB
planeaba una redada; hoy no vaya.
—Si es así
no puedo quedarme sin alertar a Vito y Arturo, es necesario que sepan lo que
les puede pasar.
—Usted
decida, pero si lo detienen no cuente conmigo para nada —dijo, Catalino, muy
molesto, tomando su libreta de apuntes para continuar con su inventario.
—Mejor me
voy —informó, Didier; inmediatamente se internó en la tienda para tomar una
mochila medio raída llena de panfletos, se puso su chaqueta negra adecuada para
ocultarse en la noche y salió.
—Gracias, Catalino —exclamó antes de marcharse.
Esa noche Arturo se iba a reunir con tres muchachos de Luna Blanca, los hermanos Andrés y Bernardo Palacios, acompañados de Marinela, la negra que asistió al bautizo de Petrona en representación de todos los trabajadores de Luna Blanca, una joven admirable por su capacidad para trabajar, junto con Arturo habían logrado convertir la propiedad en la más productiva de la región, también era una de las personas más queridas de Gumercinda; Arturo junto a Vito iban a explicar las razones para desear la libertad inmediata.
El encuentro se daría cerca de las ocho de la noche en la iglesia con todos los líderes del grupo; semanalmente se daban estos encuentros de bienvenida para nuevos participantes en los planes de liberación de Andinia, todo era bajo estrictas medidas de seguridad, no se dejaba nada al azar y la participación dependía de ciertas pruebas de lealtad para no caer en manos de algún infiltrado de la PJB.
Didier
apenas confirmó la soledad de la calle corrió a la iglesia, aún eran las siete,
tenía tiempo de advertir a Álvaro, Teseo y el padre Lucio para que huyeran
antes de la redada, estaba excitado por la situación a la vez temeroso de
perder a sus amigos; después de dar la vuelta acostumbrada por el lado de la
tierra deslizada detrás de la sacristía estaba presto a acercarse a la puerta
cuando advirtió la aparición de varios hombres de la PJB frente a la iglesia;
con un leve movimiento se echó atrás mientras vigilaba la entrada de los
guardias detrás del padre, entonces se acurrucó debajo de un montículo de
tierra mojada, por los nervios no sintió el barro en sus ropas.
—Buenas
noches señores —exclamó, el padre Lucio— ¿qué los trae por aquí?
—Padre,
necesitamos entrar a revisar la iglesia —dijo con gran amabilidad uno de los
agentes.
—Claro.
Después de
media hora de revisión en todos los rincones de la instalación se dieron por
vencidos y salieron.
—Como se
dan cuenta, esta es la casa del señor, somos respetuosos del régimen, ya sabe
usted, a Dios lo que es de Dios…
—Hoy no
encontramos nada, pero un día de estos los descubrimos y entonces tendrá que
decir a la Asamblea
lo que es de la Asamblea.
El hombre
mantuvo su mirada firme en el cura, pero no logró encontrar en su rostro ningún
asomo de duda.
—Dios los
bendiga, vayan en paz.
—Por esta vez padre Lucio.
Apenas se
cerró el portón de la iglesia aparecieron de atrás del altar Álvaro, Teseo y
Vito.
—Mierda,
estuvo cerca —expresó, Vito.
—Muchachos,
creo que es hora de buscar un nuevo lugar, este sitio ya es muy peligroso,
cualquier domingo nos llegan y si los encuentran aquí sería una derrota para la
causa, esa oración del día festivo es muy importante para mucha gente, tal vez
ustedes no crean mucho en Dios, pero otros sienten alivio ese día, sería un
despropósito quitarles eso en esta situación.
—No tiene
que decirlo padre, hay gente que disfruta el domingo y perderlo realmente sería
una derrota —acordó, Teseo— por ahora veamos como prevenimos a Arturo y los
demás muchachos.
En ese
momento oyeron el sonido de la puerta trasera perdida en medio del barro, con
mucho temor decidieron abrir apenas reconocieron la voz de Didier.
—¿Qué
haces aquí?
—Venía a
advertirles de la redada de la PJB después de las ocho de la noche.
—Por lo
visto se adelantaron, ¿quién te dijo?
—Catalino.
—Didier,
tienes alguien que te estima, debes tener cuidado para no decepcionarlo, mejor
regresa y te quedas tranquilo esta noche —dijo, Alvaro— me sirves más en
libertad, vete a tu casa rápido, la PJB se va a desplegar por toda Andinia esta
noche.
—Pero
quién le informa a Arturo y los muchachos.
—Nosotros
nos encargamos de eso, ahora te tienes que ir y no levantes sospechas —respondió,
Teseo.
Didier
estaba azarado por la situación, se sentía mal por dejar a Arturo en riesgo.
—Antes de
salir cámbiate esa chaqueta que está llena de barro, si te ven así pueden
sospechar y son capaces de relacionarte con el lodo arrumado detrás de esta
iglesia, eso sería muy grave.
—Alvaro,
no dejes que arresten a Arturo.
—Cuenta
con eso, ahora ponte mi chaqueta y vete.
Didier salió sintiéndose culpable por no informar a Arturo, dio vuelta al derrumbo y se dirigió a la tienda.
—¿Qué
hacemos ahora?
—Voy a
buscar a Arturo —dijo, Vito, sin esperar ninguna respuesta.
—No te
preocupes tanto, tenemos algo de tiempo —explicó, Álvaro— también me enteré de
la redada de la PJB y cambié el sitio de la reunión, ahora hay que avisarles
antes de que entren a Andinia.
—¡Sabías
eso y no me dijiste!
—Ahora lo importante es impedir que Arturo y sus compañeros lleguen a Andinia, mientras estén fuera del pueblo no hay peligro.
En la carretera que conducía desde Luna Blanca hasta Andinia iban tres muchachos conversando tranquilamente, habían acordado con Arturo encontrase en la entrada al pueblo; después de conversar con el administrador de Luna Blanca decidieron hacer parte del plan para iluminar a Andinia, estaban de acuerdo por razones diferentes, pero igual de validas, en especial Andrés que todavía tenía pesadillas, recordando la muerte de Leonardo en medio de la balacera con el cirio en sus manos llenas de sangre el día de la bendición del fuego, la desaparición de su padrino Arturo y otros trabajadores que estimaba; primero aceptaron las pruebas necesarias para confirmar su lealtad, ahora estaban a punto de encontrarse con los encargados del plan.
—Me
esperan un momento —dijo, Marinela.
—Qué pasa.
—Se me
cayeron las llaves de la alacena, tengo que hallarlas sino Gumercinda me acaba
mañana.
—Hagamos
una cosa, yo me adelanto mientras ustedes las buscan —explicó, Andrés— pero no
se demoren.
—Bueno —respondieron los dos.
La noche estaba oscura, Corocoro acompañada de Benjamín regresaron sobre sus pasos con los ojos puestos en el suelo, la linterna no les ayudaba mucho, parecía muy débil para alumbrar la llave entre la tierra y la basura; Arturo por su parte no caminaba con ellos porque fue a cerrar una bodega donde se estaban metiendo los animales debido a una cerradura rota e iba a llegar directamente al cruce del camino a Andinia; la noche estaba seca, aun así, el piso permanecía húmedo por la llovizna en la tarde.
En la parte posterior de la iglesia había un viejo camino, antiguamente todos los habitantes de Luna Blanca lo usaban para dirigirse a Andinia, por ahí caminaban las hermanas de Dioselina el día que fueron asesinadas, debido a eso Concepción hizo construir una nueva ruta, más amplia y segura para el tránsito de los habitantes de su propiedad; el abandono había sepultado el camino entre la maleza, pero ante la urgencia por el peligro de las redadas Vito se lanzó entre la yerba alta sin importarle los golpes con los matorrales tiesos poco visibles en la noche, su única preocupación era alertar a Arturo, tenía que informarle la cancelación de la reunión por motivos de seguridad; entre tanto, Álvaro y Teseo decidieron alejarse, por prevención pasarían la noche en su escondite de la salida de El Progreso, a su vez, el padre Lucio mantuvo encendida las luces media hora más, luego las apagó para no generar sospecha.
A las ocho de la noche un grupo de las FMA salió a patrullar por los alrededores de Andinia, tenían prohibido ingresar a El Progreso para evitar enfrentamientos innecesarios con los plateados por eso tomaron la decisión de virar en el cruce blanco, por el camino a Luna Blanca; en ese momento Andrés estaba cerca del lugar de encuentro, empezaba a preocuparse por la tardanza de su hermano, a cada paso volteaba su cabeza para descubrirlo en la oscuridad, de pronto un ruido fuerte lo alertó, instintivamente corrió a ocultarse entre la vegetación del camino, se acurrucó debajo de unos arbustos, pero no podía quedarse quieto, intranquilo por la desaparición de Benjamín; el andar pesado de las botas de las FMA resonaba por el camino, al pasar frente a él lo aturdió aquel eco aterrador.
Atrás Corocoro
seguían esculcando por el camino la diminuta llave de la alacena, Benjamín la
acosaba para unirse a su hermano, pero era una cosa imposible, la negra no le
hacía caso.
—¿Escuchaste
eso? —preguntó, Benjamín.
—¿Qué?
—El ruido,
como si alguien viniera.
Los dos
jóvenes se quedaron callados en medio del mutismo nocturno para reconocer algún
ruido extraño.
—Parece
que caminan para acá.
—Sí —comentó, Benjamín— y son muchos.
El destacamento
marchaba con fuerza, levantando polvo, sin embargo, no iban en formación, cada
diez metros caminaban dos soldados ordenados a lado y lado del camino, como era
tan angosto casi se juntaban distraídos con la charla.
—¿Quiénes
serán? —preguntó, Corocoro.
—¡Soldados!
—¡Vamos a escondernos! —alertó, la mujer, halando de la camisa al chico con tanta fuerza que lo tiró en un hueco al borde del camino; se escuchó un golpe seco y después solamente silencio, ella no se puso a averiguar el estado de Benjamín, era mejor ocultarse de los soldados, después investigaría la suerte de su amigo.
Al mismo
tiempo, por el parque un grupo de la PJB empezaba su redada, primero fueron a
la tienda de Catalino, encontraron al tendero en la parte exterior dispuesto a
cerrar el negocio.
—Buenas
noches, Catalino —dijo, el oficial al mando.
—Buenas
noches, ¿qué los trae por aquí?, estoy cerrando por eso no los puedo atender.
—No
venimos a comprar, necesitamos ver a su mensajero.
—Él está
dormido.
—No
importa, necesitamos que se presente.
—¡Le digo
que está dormido, amaneció un poco enfermo y le dije que se recueste temprano!
—explicó, Catalino, con un tono de voz mayor a lo acostumbrado.
—No me
grite, Catalino.
—Entonces
créame lo que le digo —respondió, el tendero; sus ojos parecían arder.
—Catalino,
no se meta en problemas por ese tipo, hay sospechas que comanda algo contra la Asamblea;
si no lo llama entro a la fuerza.
—¡Eso sí
que no! —gritó, Catalino— ¡tengo suficiente con la mierda de este pueblo, cada
que les da la gana desaparecen mis clientes y ahora quieren invadir mi tienda!
—¡Ojo!, la
PJB no desaparece personas, ¿está buscando que lo arreste?
—¡Si tiene alguna
razón hágalo para que pueda entrar en mi tienda, de otra forma no le será
posible! —aulló, el tendero, acorralado entre el oficial y su viejo banco de
madera; el hombre vio la ira de Catalino y prefirió no seguir con su discusión.
—Tranquilo,
Catalino, usted es un tipo que ha servido mucho a la Asamblea y le creo, no se deje
llevar por el mal genio, nosotros ya nos vamos; salúdeme al muchacho, ojalá se
recupere y mañana lo espero en la casa de Administración, si quiere acompañarlo
es bienvenido, sólo será rutina.
—Bueno
señor, mañana vamos por allá —explicó, el tendero— ahora buenas noches señores,
voy a cerrar el establecimiento.
Los hombres de la PJB miraron arriba abajo de las ventanas, pero no hicieron más esfuerzos por descubrir algo y bajaron detrás del oficial.
Marinela estaba preocupada por Andrés, el sonido fue fuerte y el muchacho no se quejó, pensando en eso se escondió tan adentro de la maleza como le fue posible, metió su cuerpo en medio de un hondo hueco formado por dos gigantescas raíces de un palo viejo y deshojado, desde ahí escuchaba los murmullos de los soldados acercarse cada vez más; por su parte, enterrado en un abismo oscuro y maloliente Benjamín salía de su aturdimiento debido al golpe de cabeza contra los lados de la perforación, afortunadamente mojados para acolchonar el testaso.
Después
de unos minutos la marcha de los soldados fue nítida, aunque caminaban sin
cuidarse de guardar silencio estaban atentos a los sonidos de su derredor; al
paso de los primeros militares Benjamín metió su cabeza entre las rodillas y
trató de quedarse en total silencio, todo iba bien hasta cuando sintió que algo
se movía en su pierna, de un salto se paró y vio una lagartija correr entre el
barro húmedo, impresionado por la aparición fue derrotado por sus nervios y empezó
a llamar a su compañera; al alejarse los soldados se alejaban, todo volvió a
ser tan pacífico como de costumbre, hasta cuando en el sigilo de la noche una
voz trémula se alcanzó a diferenciar, ¿Corocoro
dónde estás?, ¿me oyes?; el llamado hubiera pasado desapercibido, sino fuera por el retraso de un soldado
que alertó a todos al escuchar el murmullo.
—¿Quién
está ahí? —gritó;
toda la tropa se quedó quieta— ¡hay
alguien en este lado!
—¡Averigüe
quién es! —aulló,
el sargento; el soldado fue a cumplir la orden.
—¡Señor,
estoy seguro que alguien llama!
—Que lo escuche no me sirve de nada, ¡encuéntrelo o quédese callado gran pendejo!
Después de
los gruñidos destemplados del hombre al mando la tropa dio media vuelta; Corocoro
se había tranquilizado porque los soldados se iban, se disponía a salir en el
momento del barullo de la tropa, alcanzó a sacar sus piernas y quedó bajo en
pequeño arbusto rodeada por maleza; ante el retorno de los rasos quiso
devolverse a su puesto, pero fue imposible, su única salvación era su quietud, sin
embargo, su corazón latía fuerte, su cuerpo temblaba sin control y parecía
sentir el frio del metal de las armas posarse en su cabeza.
—¿Qué fue
soldado?, pudo encontrar algo o sólo demuestra su inutilidad.
—Ya casi,
señor.
—¡Casi!, ¡casi!…
¿me cree tonto?
Marinela
estaba a punto de desfallecer cuando se movieron las ramas alrededor suyo y
sintió un violento jalón.
—¡Aquí
está, señor! —gritó, el soldado, mientras hacía rodar violentamente un cuerpo
por el suelo
—¿Quién
es?
—Un
sinvergüenza que seguramente va a encontrarse con los subversivos.
—¡Tráigalo
para interrogarlo!
Después
de una gran patada, del reducido cuerpo del apresado se irguió una cabeza
ensangrentada, al tiempo Marinela parecía morir.
—Shhhhh —le
susurró una voz, poniéndole un dedo frente a la boca.
El alma
se le salía del cuerpo y el corazón palpitaba tan fuerte que casi se escuchaba
de lejos, a la vez empezó a llorar cuando vio a Vito atenazarla contra el suelo
para evitar sus movimientos torpes suficientes para delatarlos a los dos.
—Quédate
quieta y no digas nada ni te muevas —le dijo; la había visto al
pasar por el sendero viejo en tanto se resguardaba para escuchar los ecos de
los soldados acorralando a su presa— ¿dónde
están los otros?
—Benjamín
está ahí, lo acaban de atrapar.
—¿Andrés y
Arturo?
—Andrés se
adelantó, Arturo no sé, se suponía que nos encontraríamos en la salida del
camino de Andinia.
La noticia fue decepcionante para Vito, como estaba toda el área ocupada era indudable que Arturo se cruzara con la tropa, posiblemente lo tenían preso más adelante.
Entre
tanto el sargento se paró frente al estropeado muchacho.
—¿Con quién andas pendejito?, mejor me lo dices ahora o te va a peor con la PJB.
Benjamín,
un chico de 18 años de poco conocimiento de las cosas de Andinia estaba callado,
el llanto lo invadía sin dejarlo decir nada.
—¡Sáquele
alguna información que valga, cabo!, mientras tanto ustedes regresen y me traen
a los compañeros de ese tonto, si no los encuentran atrapen a quien sea, pero
necesito mínimo unos dos, ¡la madre si vienen con las manos vacías!
—Pero
señor, aquí no hay nada, lo más cercano es El Progreso y el comandante Miller
nos prohibió ir por allá.
—¡Pues ya
están autorizados para entrar y saquen mínimo unos cuatro!, de preferencia
jóvenes.
—Señor, no
eran sólo dos.
—¡Cuatro!, ¡cuatro!, ¡imbécil!, y que sea jóvenes para mejorar las cifras, estamos arrestando muchos viejos y al comandante no le gusta eso.
Las palabras aún resonaban cuando de un solo trote todos los soldados retornaron sin dudarlo ante la orden, a la vez Arturo se acercaba al punto de encuentro muy animado por sus nuevos compañeros, los conocía desde niños y contaba con ellos, con su apoyo todo iba a salir bien.
El punto
de reunión era donde convergían el camino privado de Luna Blanca y la carretera
que conducía a El Progreso, todos los pobladores de los alrededores lo conocían
como el cruce blanco, un punto de referencia para toda Andinia; durante los
patrullajes de las FMA no era común la presencia de soldados por ese sendero,
sin embargo, esa noche la tropa se había desplegado por toda la zona; en tanto Arturo
se acercaba al cruce por la ruta a Andinia, los soldados también lo hacían desde
Luna Blanca, era inminente el encuentro; antes de llegar el muchacho observó un
movimiento torpe entre los matorrales.
—¡Ahí está
otro! —se oyó.
—¡Atrápenlo!,
¡atrápenlo! —gritaron.
—¡Ya lo
tengo!, ¡si no sales te mato!
Arturo se detuvo sorprendido, entonces desde el otro lado de la carretera alguien lo llamó.
De
improviso tres soldados levantaron las ramas que ocultaban al muchacho.
—A ver
maldito subversivo, ¿vas a hablar? —preguntó, un cabo.
Desde
atrás llegaba el sargento con Benjamín tirado del cuello.
—¡Quien hable primero le perdono la vida!; ¡el otro se muere! —dijo, el sargento.
Arturo
ante el llamado sólo pudo balbucear algo.
—Quién
anda ahí.
—Soy yo,
entra rápido en la cerca que ya están en el cruce —gritó alguien,
aprovechando el escándalo de los rasos al cargar sus armas para amenazar al
muchacho detrás de los matorrales.
—¿Qué haces
aquí?
—Tenía que
avisarte.
—Gracias, Didier.
El cabo
sacó hasta la mitad de la carretera al preso.
—¡Respondan
cobardes!; ¿quién se va a morir primero?
Andrés y
Benjamín se abrazaron cuando se vieron, lloraban angustiosamente, al otro lado
de la cerca Arturo se empeñaba en salir a enfrentar la tropa, prefería
entregarse para salvar a los dos muchachos inocentes.
—No seas tonto, si sales es ese sargento loco los va a matar y te culpa para dejarte como traidor.
—Cuento hasta
tres y hablan o mueren—gritó, el sargento— ¡uno! — cargó el
arma— ¡dos! —les
apuntó amenazante, el llanto convulsivo de Benjamín hizo que Andrés lo cubriera
y gritara.
—¡Yo le digo!,
¡yo le digo!, pero me promete que no lo mata —balbuceó, Andrés;
el sargento lo miró con ojos siniestros.
—¡Por
favor!
—Dices que
hablas si no lo mato.
—¡Sí señor!,
¡sí señor!
—¡Traigan a ese
cobarde! —los
soldados arrancaron a Benjamín de los brazos de Andrés— ¡habla!
—¿Y seguro
lo deja ir vivo?
—Nada es
seguro, tienes que arriesgarte o lo mato.
—¡Está bien,
está bien! —dijo,
Andrés— quedamos
a encontrarnos en el cruce con un hombre que nos iba a presentar al jefe de
algo.
—¡¿El nombre?!
—No lo ha
dejado ir…
—Vaya,
vaya, resultaste buen negociante, suelten a ese cobarde —ordenó.
Benjamín
no supo qué hacer al principio.
—¡Corre!, ¡corre!
—grito,
Andrés; en ese momento Benjamín reaccionó y se empezó a retirar de espaldas lentamente.
—¡¿El
nombre!?
—No lo sé
creo que Mauricio, un hombre de El Progreso.
—¡¿Estás
seguro?!
—No.
Benjamín
seguía sin correr en su retroceso miedoso de espaldas a su salvación, desde los
matorrales Vito casi no podía detener a Corocoro, por su parte Didier tenía el brazo
alrededor de Arturo soportando el jalón de su compañero desesperado.
—¡¿El
nombre?! —aulló, el sargento, pero Andrés no dijo nada, no quería delatar a
nadie, sólo gritó con el alma:
—¡Corre Benjamín!, ¡¡corre!!…
Por fin
el chico se resolvió, en ese momento el sargento regreso su mirada, dio media vuelta
y le descargó el fusil, Benjamín cayó ensangrentado frente a Corocoro y Vito que se tiraron contra el
piso; a pesar del dolor Vito pudo reaccionar y arrastró a la muchacha sin
quitarle la mano de la boca sintiendo el temblor convulsivo del horror, impotentes
ante el hecho; por fin dieron con una loma y rodaron sin parar, cuando
aterrizaron en medio de la maleza húmeda no se movieron más, se limitaron a
repasar el hecho mientras algo se moría dentro de sí.
—No
cumpliste con tu parte, ahora te toca el turno.
—¡Milico cabrón!,
no voy a dejar que lo mates —dijo Arturo y se soltó de Didier, crujieron los
palos y todos se pusieron alerta.
—¿Dónde
fue eso? —gritó, el sargento.
—Por ese
lado señor.
Efectivamente
algo tronó al caer sobre las ramas.
—¡Cójanlo!, ¡cojan a ese maldito! —la tropa corrió— ¡y maten a este! —ordenó el sargento; el cabo le disparó sin compasión.
Arturo sintió desfallecer, el frío de la muerte lo sobrecogió, tenía al frente a aquel chico compañero de juegos en la infancia tirado sin vida por la decisión de un criminal con uniforme; sentía asco por todo a su derredor, aquel perverso asesinato fue inhumano, de una crueldad inexplicable, el muchacho había sido ultimado sin miramientos y sin vida acribillado hasta destrozarlo; ¿tanta maldad es posible?, se preguntó asolado, al mismo tiempo se respondió: ¡sí!, este mundo es una mierda; desde ese momento en su rostro se dibujó un arruga de rendición ante la abyecta existencia del hombre rodeada por un aura perniciosa que lo acompañaría el resto de su vida hasta en sus momentos más alegres; había aprendido a odiar de verdad y eso nunca se olvida.
Los
soldados corrieron hacia el lugar donde crujieron las ramas.
—Hey, hey,
por aquí —se
escuchó un murmullo— si no quieren morir hoy mismo vengan
conmigo.
Como se
presentaba la situación era seguir al desconocido o esperar a ser detenidos por
los soldados; Didier no lo pensó mucho antes de arrastrar a Arturo consigo.
—Síganme, tenemos
unos minutos, esos idiotas están buscando un fantasma.
—¿Fue una
piedra?
—Sí, eso los confundió —explicó, el extraño— vengan por acá, conozco un camino nos llevará a un lugar seguro.
No pasó
mucho tiempo y la PJB llegó al lugar de los hechos acompañada de un capitán de
las FMA.
—¡Sargento
usted es un idiota! —aulló, el capitán— sabe
bien que los detenidos deben entregarse a la PJB, ¡pero vivos!, así como están
para que nos sirven, ¿ahora qué hacemos con estos dos?, mejor dicho uno y las
tripas del otro —comentó,
con una mueca de asco— ¡definitivamente ustedes
son unas bestias!; ahora ya que, usted la cagó, usted verá como lo soluciona —el
sargento a pesar de la posición del capitán no se sentía cohibido— ¡me oyó!
—Sí señor,
no se preocupe mis hombres ya traen cuatro subversivos que arrestaron.
—Espero
que no los haya mandado a El Progreso, el comandante Miller tiene prohibido
eso.
—¿Cómo se
le ocurre señor?, los encontramos junto con estos
—Humm… no
le creo mucho —respondió, el capitán, mostrando mucha incredulidad— en todo
caso solucione esto, elimine esos cuerpos y retírese al cuartel, ¡no
quiero más escándalos por hoy!, ¡me oyó!
—¡Sí,
señor!, pero señor, ellos nos atacaron, nosotros nos defendimos, los matamos en un
combate.
—Entonces póngales
un uniforme y mañana pasamos las fotografías por el noticiero condenando el
acto delictivo; bien pensados sargento, con eso se salva por esta noche.
—Sí señor.
Los
muchachos fueron vestidos con uniformes traídos del cuartel, después los
fotografiaron y una vez cumplida la misión el sargento se retiró tranquilo.
—Soldados,
nos vamos a descansar.
La PJB siguió patrullando, pero sin redadas ni arrestos por orden del comandante Miller.
Didier,
Arturo y el desconocido llegaron hasta los muros de Villa Helena, ahí el hombre
con pinta de demente descubrió un hueco en la pared e ingresó.
—¡Vamos!
Didier y
Arturo dudaron, un escalofrío les recorrió el cuerpo, pero finalmente lo
siguieron; el desconocido se adentró más.
—No se
preocupen este es el lugar más seguro de Andinia.
—¿Y Teresa?
—Ella anda
por ahí, seguramente nos está mirando.
—En ese
caso no vamos a salir vivos.
El
extraño se rio.
—Hace
quince años dijo que Villa Helena abriría sus puertas para quienes quisieran
iluminar Andinia, pues llegó el momento, no teman, ustedes quieren librar a Andinia,
para ustedes las puertas están abiertas.