viernes, 17 de octubre de 2025

La era de la oscuridad IV

 IV 

Desde el amanecer como era acostumbre Gumercinda esperaba a Corocoro, ella guardaba las llaves de la alacena todas las noches por eso era indispensable su presencia para sacar los víveres del desayuno; se notaba molestia en la encargada de Luna Blanca, para completar con el paso del tiempo su turbación crecía con la ausencia de Arturo, no era costumbre en él salir después de las seis de la mañana aun cuando se sintiera enfermo; también era evidente su nerviosismo por la situación de inseguridad en Andinia, los patrullajes de las PJB casi siempre terminaban en desapariciones. 

En cualquier caso la vida en la propiedad tenía que seguir para todos, ante esa verdad Gumercinda se armó de fortaleza y salió a reemplazar al administrador en sus tareas diarias, una quietud inesperada alteró los nervios de la señora, derivada de la zozobra extendida entre los trabajadores, lentamente se arrimó donde estaban varios habitantes de Luna Blanca.

—Quiero que salgan a sus labores como todos los días, en el transcurso de la mañana aparecerán por eso no se preocupen —exclamó, Gumercinda, a todos sus empleados— ¡Marcia, llame a Andrés, necesito que vaya hasta Andinia a conseguir unos insumos antes del almuerzo. 

La hija de Corocoro se fue en busca del muchacho, experimentaba la aflicción causada por la ausencia de su madre, pero no le quedaba otra sino hacerle caso a Gumercinda y continuar como si todo estuviera normal; apenas dio unos pasos para dirigirse a cumplir su cometido la hermana de Benjamín apareció en la cocina, tenía el rostro ensombrecido.

—¿Señora Gumercinda, usted sabe dónde está Benjamín? 

Gumercianda sintió un calambre frio en su pecho agitado, desde muchos tiempo atrás cuando murieron los Martínez y en la desolación de Luna Blanca Concepción se dejó morir no sentía algo igual; una penosa incertidumbre se apoderó de ella, los momentos más terribles de Luna Blanca renacieron, el presente parecía dirigirse al precipicio, a la repetición de una desgracia familiar con una diferencia, ahora una sola Martínez tenía que soportar la desgracia; por todos los acontecimientos advertía una debilidad inusual, siempre se consideró capaz de superar cualquier eventualidad, pero en aquel instante dudaba de su capacidad de proteger a su Petrona, de reponerse fácilmente, reconociendo los oscuros augurios de su hermana al avecinarse; a pesar de eso en el fondo de su alma una esperanza resaltaba brumosa, tenía que agarrarse de ella para prevalecer triunfante, dejando al albur el desenlace. 

Según Gumercinda una sola cosa podía relacionar a una mejer de cuarenta años con dos chicos, uno de veinte y otro de dieciocho: la lucha por la liberación de Andinia; ojalá Arturo se los haya llevado para que lo acompañen en su lucha, no voy a soportar una pérdida sin razón aparente, si mueren peleando por una causa justa me dolerá menos, pensaba mientras se encaminaba hacia la plantación, ¿pero qué es justo en la vida? 

Mientras se sumía en meditaciones lúgubres Marcia se acercó a ella.

El joven Andrés no está —dijo.

—¡Maldita sea¡

—¡Señora!

—Perdón Marcia, pero es que no puedo; apenas lleguen me van a oír porque no puedo permitir esa irresponsabilidad de mis trabajadores, por ahora tengo que salir a Andinia para comprar los insumos que faltan.

—¿Puedo ir? preguntó, Marcia.

—Sí, te necesito.

—¿Yo también? —inquirió, Petrona. 

Era el peor momento para recibir esa pregunta, la mala suerte parecía apoderarse de Luna Blanca con todo lo pasado recientemente, no podía arriesgarse a enfrentar a su niña a las malintencionadas amenazas de Obdulio Basante.

—No.

—Mamá no puedes esconderme toda la vida, un día tengo que volver a Andinia y debo prepararme desde ya. 

Gumercinda guardó silencio por un rato largo, la muchacha no se equivocaba sobre el tiempo, había llegado a pesar de sus ruegos, su tutela no podía extenderse más por tanto la salida de la niña al encuentro con el destino era inevitable; Petrona no tenía la obligación de saldar ninguna cuenta, pero los pecados de su madre aun siendo irreales, inventados en la cabeza de Obdulio, la condenaban; la muchacha cargaba con una verdad funesta sin haberla buscado, ser hija de Dioselina Martínez. 

La señora vio a la chica emocionada ante la posible respuesta, inocente de los males venideros y no le fue posible negarse.

—¡Está bién!

Petrona sonrió muy sorprendida, su solicitud no esperaba tal respuesta, de hecho no estaba preparada, sin embargo, corrió a arreglarse.

Me acompañas Marcia —dijo, ansiosa por su salida; las dos muchachas corrieron contentas. 

En el cristal del espejo Petrona dibujaba la Andinia esperada, llena de gente feliz por verla llegar; era una Martínez, creció bajó la impresión triunfal de un padre ejemplar para Andinia, nada podía temer, era imposible algún enemigo después de los servicios de Macario; sonrojada por el orgullo infinito de pertenecer a la familia Martínez Ñañez salió al encuentro de Gumercinda, gracias, dijo y la abrazó. 

El trayecto entre Luna Blanca y el cruce blanco fue festivo, las dos muchachas corrían descuidadas a lo largo del camino, ni en sus peores pesadillas se hubieran imaginado transitar encima de un camino testigo de la muerte de los muchachos desaparecidos; cuando llegaron al cruce donde la carretera se divide para dirigirse a El Progreso tomando a la derecha y Andinia a la izquierda pararon un carro para transportarse hasta el pueblo. 

Obdulio, a quien la mujer esperaba no encontrarse, permanecía a diario en la casa donde anteriormente funcionaba la alcaldía junto a Onésimo, se mantenían económicamente con las rentas de Villa Magdalena administrada por Ramiro Andrade de acuerdo a orden expresa de Mariano Basante antes de morir; el viejo siempre tuvo su propiedad extremadamente productiva, de esa forma cubría los gastos de su vida desaforada, por fortuna para Obdulio el administrador conservaba la Villa tan bien como en manos de su dueño, dándole la oportunidad de continuar con el despilfarro heredado a su padre. 

Villa Magdalena siempre me protegerá, con ella puedo hacer lo que quiera en este pueblo de mierda —decía, el viejo Basante, mientras se emborrachaba con sus amigos.

Mariano por qué se llama Villa Magdalena

En honor a las mujeres más dignas del mundo, las que están sentadas a mi lado, por las que puedo dar cualquier cosa.

Cuidadito lo escucha doña Josefina, seguramente se revolcará en su tumba.

Mientras fue una magdalena la amé, mientras estuvo en medio de mis piernas me dio vida y la elevé al altar de mi corazón; pero cuando se conformó con el amor yo empecé a morir, fue el momento de refugiarme en las magdalenas del mundo, entonces volví a la vida y ella se entregó a la muerte; ¡tranquilo hombre!, ella se revolcó conmigo mientras respiraba, ¡eso fue celestial!, por eso tiene una muerte tranquila aunque esté en el infierno, ¡ni el diablo podrá darle lo que yo en esos tiempos!; pero no dude una cosa, no he conocido una magdalena mejor que ella, eso no se puedo negar, ¡es mi palabra y es ley!, ¡salud por la mejor!, ¡salud por Josefina! 

Una vez inició la era de la oscuridad se supo la influencia de Mariano Basante Reyes en la toma de Andinia; su relación con la Asamblea era poderosa, de hecho había sido partícipe de su constitución; junto al comandante Miller organizaron su propio ejército conocido como los vigilantes y una vez fundaron la Asamblea pasó a denominarse Fuerzas Militares de la Asamblea FMA. 

El plan para tomarse Andinia se había elaborado antes de su muerte bajo un acuerdo específico: sería el gobernante con absoluto poder e independencia; una vez las serpientes asesinaron al viejo las intenciones de la Asamblea se quedaron sin ejecución, la toma se aplazó mientras se decidía quien se encargaría de regir Andinia, descartando de plano a Obdulio, la Asamblea no quería caer en las garras de otro Basante más peligroso y traicionero, además la mediocridad de Obdulio no convenía, eras imperativo una autoridad fuerte que infundiera respeto con su presencia sin menoscabo de lo fundamental para el cargo: imponer miedo; apareció la imagen atemorizante de un hombre sin escrúpulos, autor intelectual de infinidad de muertes y desapariciones, cómplice material en muchas de ellas: el comandante Miller.

—Yo acepto el cargo con una condición.

—¿Cuál?

—Quiero mi propio ejército; Basante dejó las FMA, pero yo quiero el mío y libertad para hacer lo que quiera.

Los integrantes de la Asamblea aceptaron, nació entonces la Policia Judicial de la Bota, PJB; a fin de cuentas, lo único importante era el dominio de Andinia, qué importaban unas pocas detenciones irregulares y unos cuantos fallecidos siempre y cuando fueran disimulados

—Sólo es cuestión de ocultarlos a la vista de todos, los acusamos de ser subversivos— explicaba, Miller.

—¿De qué grupo?

—¡De cualquiera!, si es el caso lo inventamos, hay más de uno dispuesto a tener su propio grupo de idiotas; los reclutamos, los convencemos de que son capaces de derrocar al gobierno, los uniformamos y los usamos para matar a los demás; hay que pensar en la identificación, tiene que ser sugestiva y es indispensable que tenga las palabras: pueblo, popular, libertad o revolución en su nombre para hacerlo más rimbombante; eso le gusta a la gente, puede ser: fuerzas del pueblo, movimiento revolucionario, ejercito por la libertad, alguna bobada de esas; el caso es que crean que pueden llegar al poder con las armas, luego los desarmamos y celebramos el triunfo de la paz.

—Bien pensado comandante.

—¡Cree usted su propio grupo!, engáñelos, dígales que son revolucionarios; la mejor forma de esperanzar a la gente es algún grupo subversivo que luche por el pueblo y qué mejor uno creado por el propio gobierno, con eso animamos los noticieros y no corremos riesgos.

Con esa política durante la invasión se rearmaron las serpientes por la libertad popular SLP y nació el ejército plateado del pueblo por la revolución EPPR. 

Al enterarse de la incursión de las serpientes en el pueblo la Asamblea se comunicó con Obdulio, por su negligencia aceptó ayudarlos con la promesa de un cargo de poder y permitirle conservar sus tierras; Bastante cumplió con su parte a cabalidad, los mantuvo al tanto con número de hombres y ubicación por eso la toma fue exitosa desde el primer momento, una vez todo quedó ventilado se refugió en Villa Magdalena cómo le advirtieron; después del ingreso de la Asamblea lo mantuvieron al margen sin darle ningún cargo importante a pesar de sus servicios, ni siquiera en memoria de su padre, artífice intelectual de la invasión de Andinia, asimismo tuvo que ceder la mitad de Villa Magdalena para obtener la libertad de Onésimo además de movilidad sin restricciones a cualquier hora, a pesar de eso se cuidaba mucho de salir en las noches, prefería mantenerse acuartelado en la antigua alcaldía, con la PJB cualquier cosa puede pasar o cualquiera puede desaparecer, quedémonos aquí Onésimo, es mejor no tentar al diablo. 

Apenas Gumercinda con sus acompañantes llegó al cruce los residentes de la vieja casa construida detrás de una cerca de madera frente al camino de Luna Blanca alertaron a Obdulio; cuando las mujeres descendieron del carro a un lado del parque se encontraron con Obdulio Basante quien estaba atento a Petrona con ojos malignos incrustados en su cara avejentada, repugnantes para Gumercinda; la pobre mujer estaba aterrada ante la amenaza del hombre con aspecto de borracho y la advertencia de su hermana Rita quince años atrás. 

Esta niña es uno de las dos últimas nacidas en este pueblo, es muy linda, pero va a sufrir; aquí en esta propiedad será maltratada y nadie podrá hacer nada hasta cuando reaccione con el nacimiento de su salvación, en ese momento decidirá darle fin a su desgracia, ¡habrán pasado cinco gestaciones antes de librarse! 

—Buenas, buenas señoras de Luna Blanca —saludó, zalamero, Obdulio— qué sorpresa ver a la señorita Petrona, pensé que la ibas a encerrarla toda su vida.

—Eso no te incumbe.

—Cierto, ya no importa porque la tengo frente a mí, ¡apareció por fin! —bromeó, Obdulio— no se puede negar: es idéntica Dioselina a quien amé hasta su traición, porque seguramente no olvidas lo sucedido, algo que espero le hayas contado a esta niña: la traición de su madre; ¿cómo te parece Petrona Martínez?, ¡tu madre me traicionó!, mientras yo la amaba como a ninguna ella se unió a otro hombre, ¡un forastero!, ¡un maldito desgraciado que la abandonó después de embarazarla!; pero el azar se encargó de cobrarle el delito con su vida, ¡el pagó su deuda con la muerte!, Dioselina la evadió al morir, sin embargo, la cuenta se debe saldar; cierto Dioselina ha desaparecido, ¡por culpa tuya Petrona!, eres la culpable de su fallecimiento por eso heredaste la obligación… Petrona, mataste a tu madre, mataste mi amor, mi venganza es contra ti, es inaplazable, tiene que ser saldada con dolor.

—¡Déjala en paz!, ella no debe nada.

—No, no, no, te equivocas, ella es Dioselina en persona, ella tiene que solventar porque mató la deudora.

—No le digas eso desgraciado —aulló, Gumercinda; en ese momento una carcajada endemoniada recorrió todos los rincones de Andinia y un nuevo diluvio se derramó sobre el pueblo. 

Bajo la lluvia los cuatro personajes se batían en un duelo épico, sus sombras apenas se apreciaban entre los chorros de agua, frente a frente con la mirada chispeante; pero llegó el momento de una derrota inevitable producida por la debilidad de todos porque entre su aparente fortaleza sólo se escondía la desgracia de la soledad, bajaron la mirada cada uno mascullando sus culpas, ocupados en condenarse por sus palabras, sus gritos, sus acusaciones; Petrona clavó su mirada en la enlodada calle, dando paso irrestricto a sus lágrimas confundidas entre las gotas de una lluvia incesante, Gumercinda también sollozaba, pero no necesitaba el agua del cielo para ocultar su llanto, era interno, imposible de descubrir salvo si se profundizara el alma; a su vez, Obdulio había enterrado su cabeza entre sus hombros como se de esa forma lograra impedir que la pertinaz lluvia lo mojara, lleno de rencor hacia todos, a Petrona, a Dioselina, a Gumercinda, a su suerte eternamente funesta, no lloraba dominado por su profundo orgullo de perdedor y la tristeza que poco a poco lo invadía por el recuerdo de su Dioselina. 

—¡Pronto nos vamos a ver, pronto pagarás! —grito, saliendo de su sopor.

—¡No señor!, no se acerque, aquí estoy para protegerla dijo, Marcia y se interpuso entre el viejo y la señorita.

—¡Quítate de aquí negra metida! —amenazó. 

A pesar de su maligna presencia se contuvo ante la imponente negra dispuesta a pelear contra él; al contrario del cuerpo esbelto de su madre, Marcia había heredado la corpulencia de su padre y hubiera sido capaz de detener al viejo si era necesario; Obdulio lo notó, alejándose un poco por seguridad antes de hacer una última advertencia.

—Tú eres Dioselina y eres para mí, esa es la única forma de sanar tu deuda.

—Nunca pasará, Luna Blanca no permitirá su entrada —explicó alterada, Gumercinda.

—Si todavía queda en pie.

—Claro que seguirá en pie —gritó, la administradora de Luna Blanca.

—Quién sabe, con esa cantidad de subversivos que trabajan allá pronto será expropiada por seguridad de la Asamblea —explicó, Obdulio, antes de retirarse con una risa socarrona en su rostro desgastado por el tiempo y el alcohol. 

La turbación de Gumercinda fue total ante las palabras del viejo, convertida en desolación cuando vio en el cartel de las FMA deshecho en medio del torrencial aguacero las fotografías de varios muchachos, entre ellos Andrés y Benjamín, vestidos con uniforme militar, tirados en el suelo. 

Encima de las fotografías había un letrero muy vistoso: 

Desconocidos muertos cuando emboscaron patrulla de las FMA comandada por el sargento Corredor; las FMA felicita la dedicación y sacrificio del sargento Corredor en el cumplimiento de su labor, repeliendo subversivos enemigos de la Asamblea. 

Gumercinda no pudo sobreponerse al encuentro con Obdulio, su amenaza, la premonición de Rita y la imagen de los dos muchachos tirados en medio del barro rojizo; a su vez Marcia no podía vencer su preocupación, la única forma de saber si su madre aparecía en las fotografías era verlas nuevamente, pensó entonces en regresar, pero fue contenida por Petrona.

—¡Marcia vamos!

—Espere niña, quiero saber si mi mamá también está en las fotografías.

—No seas tontas, si vas a buscarla en las fotografías la delatas, es mejor que no sospechen, si no saben de su desaparición no la van a buscar, eso puede hacer la diferencia para salvar su vida.

Marcia pensó unos segundos y subió el carro turbada ante la idea trágica de la muerte de su madre. 

Por caminos contrarios Petrona y Obdulio se alejaron de su confrontación; una vez alcanzaron el cruce blanco Petrona habló, llévate a Gumercinda a la casa, ya voy, después se bajó del carro y se alejó; agobiada por la lluvia incesante se detuvo en medio del sendero.

—¡Maldita lluvia!, ¡hasta cuándo! —grito, desesperada, con las manos en alto y sus ojos puestos en el cielo— ¡no más! 

El eco de su grito fue hasta el último rincón de Andinia, un vez todo quedó en silencio bajó los brazos como si hubiera sido derrotada; mientras caminaba percibió la disminución de las gotas, entre más se alejaba de Andinia empezó a sentir la brisa cálida sobre su piel, pasado un tiempo encontró la ruta de su casa completamente seca; con una sonrisa amarga se adentró en el polvoriento camino, en la medida que sus pasos se acercaban a la casa empezó a disfrutar el mágico mundo inmerso en Luna Blanca, a un lado volvió a escuchar el melódico encantamiento del agua rosando presumida las rocas, sombrías por la humedad brillantes por sol; sabía de qué se trataba el rumor delicioso a sus oídos, pero decidió dirigirse para contemplarlo, era absolutamente necesario para encontrar paz; estaba defraudada, Andinia no la había reconocido, destrozada por la tristeza y la tiranía semejaba un paraje maldito, un rincón de dolor, una tierra seca llena de muerte, al repasar esa imagen lloró bajo la sombra de un bosquecillo de pinos y ciprés; finalmente cesó la lluvia. 

Ven a mí, siento tu presencia, pero no te puedo ver ni siquiera como una sombra, por favor acércate para que te pueda hablar, dame la oportunidad de confesarte: no mi amor, si mi arrepentimiento; no soy capaz de vivir con el peso de mis palabras que tanto te han dañado, quiero amarte, quiero tu perdón, no quiero vivir arrepentido, acércate para que te vea, no espero un fantasma te espero a ti; ¿dónde estás?, ¡déjate ver!, dame tu perdón, sal para que te vea, sal ahora, preséntate a mi lado, te necesito, acércate por favor…

La lluvia seguía brotando de las nubes para castigar el desolado piso, suave aposento eterno de la muerte, donde Obdulio lloraba sin parar borracho de tristeza atosigado de alcohol.

—¡Ven a mí!, ¡preséntate ahora! —gritaba al lado de una lápida fría completamente humedecida por los chorros imparables nacidos de los cielos donde decía: 

Dioselina Martínez

Descansa hija buena

e inolvidable. 

Pasadas unas horas Petrona llegó a la casa.

—Niña, niña, la señora está preguntando por usted.

—Dile que ya estoy con ella, primero voy a revisar si todo está listo —aseguró, la muchacha.

Marcia no la reconoció, su niña tenía el rostro sombrío como si el tiempo se hubiera acelerado, unas leves marcas en su cara se vislumbraban, las inconfundibles señales del rencor, Petrona había aprendido a odiar.

jueves, 2 de octubre de 2025

La era de la oscuridad III

 III 

Todo iba según lo planeado, una vez Didier se unió al grupo los acercamientos con nuevos participantes fue mayor; en sus viajes continuos a proveer de mercancía a El Turco logró contactos en El Progreso, de ahí se unieron a la causa Ícaro, Verónica, Lidia y Amalia; por su parte Arturo mientras se dedicaba a la administración de Luna Blanca empezó a revelar su malestar por la Oscuridad reinante en Andinia durante tanto tiempo, especialmente después de la desaparición de su padre un año atrás; a Gumercinda no le convencía el camino de Arturo, pero no lo iba a detener, en el fondo hubiera querido estar libre de tanta obligación para unirse, por eso no hizo ningún reproche. 

El padre Lucio seguía con la hora de la oración los domingos, cada vez era más larga, desde las nueve empezaba con el rosario y varias letanías; como era prohibido el resto de la semana rezaban los cuatro misterios ese día, entre tanto, detrás de la sacristía Álvaro, Teseo y Vito seguían maquinando el plan para derrocar a la Asamblea, conscientes de la necesidad de encontrar otro lugar, ya en varias ocasiones la PJB había husmeado por la iglesia sin encontrar nada, pero era cuestión de tiempo para que los descubrieran. 

Catalino se mantenía al margen de las andanzas de Didier, al igual que Gumercinda con Arturo no le prohibía sus aventuras aunque estaba al tanto de todo porque el muchacho no dejaba de contarle sus incidentes en El Progreso; a pesar de no ser partidario de la oscuridad reinante no era molestado por PJB en sus instalaciones, su condición de proveedor de la Asamblea le daba cierta tranquilidad sin ser garantía de nada; de cualquier forma, estaba aburrido del régimen, a diario desaparecían sus clientes y la mayoría sin pagar arrestados por la PJB o muertos en supuestos combates con las FMA; muchas veces no había dormido cuando Didier no regresaba, venía a su memoria el día del secuestro de sus hijos por las serpientes y la llegada en llanto de su hermana con la noticia, no quería ser testigo de una revelación por el estilo, la vida no podía ser tan cruel, además él no lo soportaría. 

—Didier, venga un momento —llamó, Catalino un día— es mejor que esta noche no salga, hoy estuve en el cuartel y mientras esperaba en el pasillo me enteré que la PJB planeaba una redada; hoy no vaya.

—Si es así no puedo quedarme sin alertar a Vito y Arturo, es necesario que sepan lo que les puede pasar.

—Usted decida, pero si lo detienen no cuente conmigo para nada —dijo, Catalino, muy molesto, tomando su libreta de apuntes para continuar con su inventario.

—Mejor me voy —informó, Didier; inmediatamente se internó en la tienda para tomar una mochila medio raída llena de panfletos, se puso su chaqueta negra adecuada para ocultarse en la noche y salió.

—Gracias, Catalino —exclamó antes de marcharse. 

Esa noche Arturo se iba a reunir con tres muchachos de Luna Blanca, los hermanos Andrés y Bernardo Palacios, acompañados de Marinela, la negra que asistió al bautizo de Petrona en representación de todos los trabajadores de Luna Blanca, una joven admirable por su capacidad para trabajar, junto con Arturo habían logrado convertir la propiedad en la más productiva de la región, también era una de las personas más queridas de Gumercinda; Arturo junto a Vito iban a explicar las razones para desear la libertad inmediata. 

El encuentro se daría cerca de las ocho de la noche en la iglesia con todos los líderes del grupo; semanalmente se daban estos encuentros de bienvenida para nuevos participantes en los planes de liberación de Andinia, todo era bajo estrictas medidas de seguridad, no se dejaba nada al azar y la participación dependía de ciertas pruebas de lealtad para no caer en manos de algún infiltrado de la PJB. 

Didier apenas confirmó la soledad de la calle corrió a la iglesia, aún eran las siete, tenía tiempo de advertir a Álvaro, Teseo y el padre Lucio para que huyeran antes de la redada, estaba excitado por la situación a la vez temeroso de perder a sus amigos; después de dar la vuelta acostumbrada por el lado de la tierra deslizada detrás de la sacristía estaba presto a acercarse a la puerta cuando advirtió la aparición de varios hombres de la PJB frente a la iglesia; con un leve movimiento se echó atrás mientras vigilaba la entrada de los guardias detrás del padre, entonces se acurrucó debajo de un montículo de tierra mojada, por los nervios no sintió el barro en sus ropas.

—Buenas noches señores —exclamó, el padre Lucio— ¿qué los trae por aquí?

—Padre, necesitamos entrar a revisar la iglesia —dijo con gran amabilidad uno de los agentes.

—Claro. 

Después de media hora de revisión en todos los rincones de la instalación se dieron por vencidos y salieron.

—Como se dan cuenta, esta es la casa del señor, somos respetuosos del régimen, ya sabe usted, a Dios lo que es de Dios…

—Hoy no encontramos nada, pero un día de estos los descubrimos y entonces tendrá que decir a la Asamblea lo que es de la Asamblea.

El hombre mantuvo su mirada firme en el cura, pero no logró encontrar en su rostro ningún asomo de duda.

—Dios los bendiga, vayan en paz.

—Por esta vez padre Lucio. 

Apenas se cerró el portón de la iglesia aparecieron de atrás del altar Álvaro, Teseo y Vito.

—Mierda, estuvo cerca —expresó, Vito.

—Muchachos, creo que es hora de buscar un nuevo lugar, este sitio ya es muy peligroso, cualquier domingo nos llegan y si los encuentran aquí sería una derrota para la causa, esa oración del día festivo es muy importante para mucha gente, tal vez ustedes no crean mucho en Dios, pero otros sienten alivio ese día, sería un despropósito quitarles eso en esta situación.

—No tiene que decirlo padre, hay gente que disfruta el domingo y perderlo realmente sería una derrota —acordó, Teseo— por ahora veamos como prevenimos a Arturo y los demás muchachos.

En ese momento oyeron el sonido de la puerta trasera perdida en medio del barro, con mucho temor decidieron abrir apenas reconocieron la voz de Didier.

—¿Qué haces aquí?

—Venía a advertirles de la redada de la PJB después de las ocho de la noche.

—Por lo visto se adelantaron, ¿quién te dijo?

—Catalino.

—Didier, tienes alguien que te estima, debes tener cuidado para no decepcionarlo, mejor regresa y te quedas tranquilo esta noche —dijo, Alvaro— me sirves más en libertad, vete a tu casa rápido, la PJB se va a desplegar por toda Andinia esta noche.

—Pero quién le informa a Arturo y los muchachos.

—Nosotros nos encargamos de eso, ahora te tienes que ir y no levantes sospechas —respondió, Teseo.

Didier estaba azarado por la situación, se sentía mal por dejar a Arturo en riesgo.

—Antes de salir cámbiate esa chaqueta que está llena de barro, si te ven así pueden sospechar y son capaces de relacionarte con el lodo arrumado detrás de esta iglesia, eso sería muy grave.

—Alvaro, no dejes que arresten a Arturo.

—Cuenta con eso, ahora ponte mi chaqueta y vete.

Didier salió sintiéndose culpable por no informar a Arturo, dio vuelta al derrumbo y se dirigió a la tienda. 

—¿Qué hacemos ahora?

—Voy a buscar a Arturo —dijo, Vito, sin esperar ninguna respuesta.

—No te preocupes tanto, tenemos algo de tiempo —explicó, Álvaro— también me enteré de la redada de la PJB y cambié el sitio de la reunión, ahora hay que avisarles antes de que entren a Andinia.

—¡Sabías eso y no me dijiste!

—Ahora lo importante es impedir que Arturo y sus compañeros lleguen a Andinia, mientras estén fuera del pueblo no hay peligro. 

En la carretera que conducía desde Luna Blanca hasta Andinia iban tres muchachos conversando tranquilamente, habían acordado con Arturo encontrase en la entrada al pueblo; después de conversar con el administrador de Luna Blanca decidieron hacer parte del plan para iluminar a Andinia, estaban de acuerdo por razones diferentes, pero igual de validas, en especial Andrés que todavía tenía pesadillas, recordando la muerte de Leonardo en medio de la balacera con el cirio en sus manos llenas de sangre el día de la bendición del fuego, la desaparición de su padrino Arturo y otros trabajadores que estimaba; primero aceptaron las pruebas necesarias para confirmar su lealtad, ahora estaban a punto de encontrarse con los encargados del plan. 

—Me esperan un momento —dijo, Marinela.

—Qué pasa.

—Se me cayeron las llaves de la alacena, tengo que hallarlas sino Gumercinda me acaba mañana.

—Hagamos una cosa, yo me adelanto mientras ustedes las buscan —explicó, Andrés— pero no se demoren.

—Bueno —respondieron los dos. 

La noche estaba oscura, Corocoro acompañada de Benjamín regresaron sobre sus pasos con los ojos puestos en el suelo, la linterna no les ayudaba mucho, parecía muy débil para alumbrar la llave entre la tierra y la basura; Arturo por su parte no caminaba con ellos porque fue a cerrar una bodega donde se estaban metiendo los animales debido a una cerradura rota e iba a llegar directamente al cruce del camino a Andinia; la noche estaba seca, aun así, el piso permanecía húmedo por la llovizna en la tarde. 

En la parte posterior de la iglesia había un viejo camino, antiguamente todos los habitantes de Luna Blanca lo usaban para dirigirse a Andinia, por ahí caminaban las hermanas de Dioselina el día que fueron asesinadas, debido a eso Concepción hizo construir una nueva ruta, más amplia y segura para el tránsito de los habitantes de su propiedad; el abandono había sepultado el camino entre la maleza, pero ante la urgencia por el peligro de las redadas Vito se lanzó entre la yerba alta sin importarle los golpes con los matorrales tiesos poco visibles en la noche, su única preocupación era alertar a Arturo, tenía que informarle la cancelación de la reunión por motivos de seguridad; entre tanto, Álvaro y Teseo decidieron alejarse, por prevención pasarían la noche en su escondite de la salida de El Progreso, a su vez, el padre Lucio mantuvo encendida las luces media hora más, luego las apagó para no generar sospecha. 

A las ocho de la noche un grupo de las FMA salió a patrullar por los alrededores de Andinia, tenían prohibido ingresar a El Progreso para evitar enfrentamientos innecesarios con los plateados por eso tomaron la decisión de virar en el cruce blanco, por el camino a Luna Blanca; en ese momento Andrés estaba cerca del lugar de encuentro, empezaba a preocuparse por la tardanza de su hermano, a cada paso volteaba su cabeza para descubrirlo en la oscuridad, de pronto un ruido fuerte lo alertó, instintivamente corrió a ocultarse entre la vegetación del camino, se acurrucó debajo de unos arbustos, pero no podía quedarse quieto, intranquilo por la desaparición de Benjamín; el andar pesado de las botas de las FMA resonaba por el camino, al pasar frente a él lo aturdió aquel eco aterrador. 

Atrás Corocoro seguían esculcando por el camino la diminuta llave de la alacena, Benjamín la acosaba para unirse a su hermano, pero era una cosa imposible, la negra no le hacía caso.

—¿Escuchaste eso? —preguntó, Benjamín.

—¿Qué?

—El ruido, como si alguien viniera.

Los dos jóvenes se quedaron callados en medio del mutismo nocturno para reconocer algún ruido extraño.

—Parece que caminan para acá.

—Sí —comentó, Benjamín— y son muchos. 

El destacamento marchaba con fuerza, levantando polvo, sin embargo, no iban en formación, cada diez metros caminaban dos soldados ordenados a lado y lado del camino, como era tan angosto casi se juntaban distraídos con la charla.

—¿Quiénes serán? —preguntó, Corocoro.

—¡Soldados!

—¡Vamos a escondernos! —alertó, la mujer, halando de la camisa al chico con tanta fuerza que lo tiró en un hueco al borde del camino; se escuchó un golpe seco y después solamente silencio, ella no se puso a averiguar el estado de Benjamín, era mejor ocultarse de los soldados, después investigaría la suerte de su amigo. 

Al mismo tiempo, por el parque un grupo de la PJB empezaba su redada, primero fueron a la tienda de Catalino, encontraron al tendero en la parte exterior dispuesto a cerrar el negocio.

—Buenas noches, Catalino —dijo, el oficial al mando.

—Buenas noches, ¿qué los trae por aquí?, estoy cerrando por eso no los puedo atender.

—No venimos a comprar, necesitamos ver a su mensajero.

—Él está dormido.

—No importa, necesitamos que se presente.

—¡Le digo que está dormido, amaneció un poco enfermo y le dije que se recueste temprano! —explicó, Catalino, con un tono de voz mayor a lo acostumbrado.

—No me grite, Catalino.

—Entonces créame lo que le digo —respondió, el tendero; sus ojos parecían arder.

—Catalino, no se meta en problemas por ese tipo, hay sospechas que comanda algo contra la Asamblea; si no lo llama entro a la fuerza.

—¡Eso sí que no! —gritó, Catalino— ¡tengo suficiente con la mierda de este pueblo, cada que les da la gana desaparecen mis clientes y ahora quieren invadir mi tienda!

—¡Ojo!, la PJB no desaparece personas, ¿está buscando que lo arreste?

—¡Si tiene alguna razón hágalo para que pueda entrar en mi tienda, de otra forma no le será posible! —aulló, el tendero, acorralado entre el oficial y su viejo banco de madera; el hombre vio la ira de Catalino y prefirió no seguir con su discusión.

—Tranquilo, Catalino, usted es un tipo que ha servido mucho a la Asamblea y le creo, no se deje llevar por el mal genio, nosotros ya nos vamos; salúdeme al muchacho, ojalá se recupere y mañana lo espero en la casa de Administración, si quiere acompañarlo es bienvenido, sólo será rutina.

—Bueno señor, mañana vamos por allá —explicó, el tendero— ahora buenas noches señores, voy a cerrar el establecimiento.

Los hombres de la PJB miraron arriba abajo de las ventanas, pero no hicieron más esfuerzos por descubrir algo y bajaron detrás del oficial. 

Marinela estaba preocupada por Andrés, el sonido fue fuerte y el muchacho no se quejó, pensando en eso se escondió tan adentro de la maleza como le fue posible, metió su cuerpo en medio de un hondo hueco formado por dos gigantescas raíces de un palo viejo y deshojado, desde ahí escuchaba los murmullos de los soldados acercarse cada vez más; por su parte, enterrado en un abismo oscuro y maloliente Benjamín salía de su aturdimiento debido al golpe de cabeza contra los lados de la perforación, afortunadamente mojados para acolchonar el testaso. 

Después de unos minutos la marcha de los soldados fue nítida, aunque caminaban sin cuidarse de guardar silencio estaban atentos a los sonidos de su derredor; al paso de los primeros militares Benjamín metió su cabeza entre las rodillas y trató de quedarse en total silencio, todo iba bien hasta cuando sintió que algo se movía en su pierna, de un salto se paró y vio una lagartija correr entre el barro húmedo, impresionado por la aparición fue derrotado por sus nervios y empezó a llamar a su compañera; al alejarse los soldados se alejaban, todo volvió a ser tan pacífico como de costumbre, hasta cuando en el sigilo de la noche una voz trémula se alcanzó a diferenciar, ¿Corocoro dónde estás?, ¿me oyes?; el llamado hubiera pasado desapercibido, sino fuera por el retraso de un soldado que alertó a todos al escuchar el murmullo.

—¿Quién está ahí? gritó; toda la tropa se quedó quieta ¡hay alguien en este lado!

—¡Averigüe quién es! —aulló, el sargento; el soldado fue a cumplir la orden.

—¡Señor, estoy seguro que alguien llama!

—Que lo escuche no me sirve de nada, ¡encuéntrelo o quédese callado gran pendejo! 

Después de los gruñidos destemplados del hombre al mando la tropa dio media vuelta; Corocoro se había tranquilizado porque los soldados se iban, se disponía a salir en el momento del barullo de la tropa, alcanzó a sacar sus piernas y quedó bajo en pequeño arbusto rodeada por maleza; ante el retorno de los rasos quiso devolverse a su puesto, pero fue imposible, su única salvación era su quietud, sin embargo, su corazón latía fuerte, su cuerpo temblaba sin control y parecía sentir el frio del metal de las armas posarse en su cabeza.

—¿Qué fue soldado?, pudo encontrar algo o sólo demuestra su inutilidad.

—Ya casi, señor.

—¡Casi!, ¡casi!… ¿me cree tonto?

Marinela estaba a punto de desfallecer cuando se movieron las ramas alrededor suyo y sintió un violento jalón.

—¡Aquí está, señor! —gritó, el soldado, mientras hacía rodar violentamente un cuerpo por el suelo

—¿Quién es?

—Un sinvergüenza que seguramente va a encontrarse con los subversivos.

—¡Tráigalo para interrogarlo!

Después de una gran patada, del reducido cuerpo del apresado se irguió una cabeza ensangrentada, al tiempo Marinela parecía morir.

—Shhhhh —le susurró una voz, poniéndole un dedo frente a la boca.

El alma se le salía del cuerpo y el corazón palpitaba tan fuerte que casi se escuchaba de lejos, a la vez empezó a llorar cuando vio a Vito atenazarla contra el suelo para evitar sus movimientos torpes suficientes para delatarlos a los dos.

Quédate quieta y no digas nada ni te muevas le dijo; la había visto al pasar por el sendero viejo en tanto se resguardaba para escuchar los ecos de los soldados acorralando a su presa ¿dónde están los otros?

Benjamín está ahí, lo acaban de atrapar.

—¿Andrés y Arturo?

Andrés se adelantó, Arturo no sé, se suponía que nos encontraríamos en la salida del camino de Andinia.

La noticia fue decepcionante para Vito, como estaba toda el área ocupada era indudable que Arturo se cruzara con la tropa, posiblemente lo tenían preso más adelante. 

Entre tanto el sargento se paró frente al estropeado muchacho.

—¿Con quién andas pendejito?, mejor me lo dices ahora o te va a peor con la PJB. 

Benjamín, un chico de 18 años de poco conocimiento de las cosas de Andinia estaba callado, el llanto lo invadía sin dejarlo decir nada.

—¡Sáquele alguna información que valga, cabo!, mientras tanto ustedes regresen y me traen a los compañeros de ese tonto, si no los encuentran atrapen a quien sea, pero necesito mínimo unos dos, ¡la madre si vienen con las manos vacías!

—Pero señor, aquí no hay nada, lo más cercano es El Progreso y el comandante Miller nos prohibió ir por allá.

—¡Pues ya están autorizados para entrar y saquen mínimo unos cuatro!, de preferencia jóvenes.

—Señor, no eran sólo dos.

—¡Cuatro!, ¡cuatro!, ¡imbécil!, y que sea jóvenes para mejorar las cifras, estamos arrestando muchos viejos y al comandante no le gusta eso. 

Las palabras aún resonaban cuando de un solo trote todos los soldados retornaron sin dudarlo ante la orden, a la vez Arturo se acercaba al punto de encuentro muy animado por sus nuevos compañeros, los conocía desde niños y contaba con ellos, con su apoyo todo iba a salir bien. 

El punto de reunión era donde convergían el camino privado de Luna Blanca y la carretera que conducía a El Progreso, todos los pobladores de los alrededores lo conocían como el cruce blanco, un punto de referencia para toda Andinia; durante los patrullajes de las FMA no era común la presencia de soldados por ese sendero, sin embargo, esa noche la tropa se había desplegado por toda la zona; en tanto Arturo se acercaba al cruce por la ruta a Andinia, los soldados también lo hacían desde Luna Blanca, era inminente el encuentro; antes de llegar el muchacho observó un movimiento torpe entre los matorrales.

—¡Ahí está otro! se oyó.

—¡Atrápenlo!, ¡atrápenlo! gritaron.

—¡Ya lo tengo!, ¡si no sales te mato!

Arturo se detuvo sorprendido, entonces desde el otro lado de la carretera alguien lo llamó. 

De improviso tres soldados levantaron las ramas que ocultaban al muchacho.

A ver maldito subversivo, ¿vas a hablar? preguntó, un cabo.

Desde atrás llegaba el sargento con Benjamín tirado del cuello.

—¡Quien hable primero le perdono la vida!; ¡el otro se muere! —dijo, el sargento. 

Arturo ante el llamado sólo pudo balbucear algo.

Quién anda ahí.

Soy yo, entra rápido en la cerca que ya están en el cruce gritó alguien, aprovechando el escándalo de los rasos al cargar sus armas para amenazar al muchacho detrás de los matorrales.

—¿Qué haces aquí?

—Tenía que avisarte.

—Gracias, Didier. 

El cabo sacó hasta la mitad de la carretera al preso.

—¡Respondan cobardes!; ¿quién se va a morir primero?

Andrés y Benjamín se abrazaron cuando se vieron, lloraban angustiosamente, al otro lado de la cerca Arturo se empeñaba en salir a enfrentar la tropa, prefería entregarse para salvar a los dos muchachos inocentes.

—No seas tonto, si sales es ese sargento loco los va a matar y te culpa para dejarte como traidor. 

Cuento hasta tres y hablan o mueren—gritó, el sargento— ¡uno! — cargó el arma ¡dos! les apuntó amenazante, el llanto convulsivo de Benjamín hizo que Andrés lo cubriera y gritara.

—¡Yo le digo!, ¡yo le digo!, pero me promete que no lo mata —balbuceó, Andrés; el sargento lo miró con ojos siniestros.

—¡Por favor!

—Dices que hablas si no lo mato.

—¡Sí señor!, ¡sí señor!

—¡Traigan a ese cobarde! los soldados arrancaron a Benjamín de los brazos de Andrés ¡habla!

—¿Y seguro lo deja ir vivo?

Nada es seguro, tienes que arriesgarte o lo mato.

—¡Está bien, está bien! dijo, Andrés quedamos a encontrarnos en el cruce con un hombre que nos iba a presentar al jefe de algo.

—¡¿El nombre?!

—No lo ha dejado ir…

—Vaya, vaya, resultaste buen negociante, suelten a ese cobarde ordenó.

Benjamín no supo qué hacer al principio.

—¡Corre!, ¡corre! grito, Andrés; en ese momento Benjamín reaccionó y se empezó a retirar de espaldas lentamente.

—¡¿El nombre!?

—No lo sé creo que Mauricio, un hombre de El Progreso.

—¡¿Estás seguro?!

—No.

Benjamín seguía sin correr en su retroceso miedoso de espaldas a su salvación, desde los matorrales Vito casi no podía detener a Corocoro, por su parte Didier tenía el brazo alrededor de Arturo soportando el jalón de su compañero desesperado.

—¡¿El nombre?! —aulló, el sargento, pero Andrés no dijo nada, no quería delatar a nadie, sólo gritó con el alma:

—¡Corre Benjamín!, ¡¡corre!!… 

Por fin el chico se resolvió, en ese momento el sargento regreso su mirada, dio media vuelta y le descargó el fusil, Benjamín cayó ensangrentado frente a Corocoro y Vito que se tiraron contra el piso; a pesar del dolor Vito pudo reaccionar y arrastró a la muchacha sin quitarle la mano de la boca sintiendo el temblor convulsivo del horror, impotentes ante el hecho; por fin dieron con una loma y rodaron sin parar, cuando aterrizaron en medio de la maleza húmeda no se movieron más, se limitaron a repasar el hecho mientras algo se moría dentro de sí.

—No cumpliste con tu parte, ahora te toca el turno.

—¡Milico cabrón!, no voy a dejar que lo mates —dijo Arturo y se soltó de Didier, crujieron los palos y todos se pusieron alerta.

—¿Dónde fue eso? —gritó, el sargento.

—Por ese lado señor.

Efectivamente algo tronó al caer sobre las ramas.

—¡Cójanlo!, ¡cojan a ese maldito! —la tropa corrió— ¡y maten a este! —ordenó el sargento; el cabo le disparó sin compasión. 

Arturo sintió desfallecer, el frío de la muerte lo sobrecogió, tenía al frente a aquel chico compañero de juegos en la infancia tirado sin vida por la decisión de un criminal con uniforme; sentía asco por todo a su derredor, aquel perverso asesinato fue inhumano, de una crueldad inexplicable, el muchacho había sido ultimado sin miramientos y sin vida acribillado hasta destrozarlo; ¿tanta maldad es posible?, se preguntó asolado, al mismo tiempo se respondió: ¡sí!, este mundo es una mierda; desde ese momento en su rostro se dibujó un arruga de rendición ante la abyecta existencia del hombre rodeada por un aura perniciosa que lo acompañaría el resto de su vida hasta en sus momentos más alegres; había aprendido a odiar de verdad y eso nunca se olvida. 

Los soldados corrieron hacia el lugar donde crujieron las ramas.

—Hey, hey, por aquí se escuchó un murmullo si no quieren morir hoy mismo vengan conmigo.

Como se presentaba la situación era seguir al desconocido o esperar a ser detenidos por los soldados; Didier no lo pensó mucho antes de arrastrar a Arturo consigo.

—Síganme, tenemos unos minutos, esos idiotas están buscando un fantasma.

—¿Fue una piedra?

—Sí, eso los confundió —explicó, el extraño— vengan por acá, conozco un camino nos llevará a un lugar seguro. 

No pasó mucho tiempo y la PJB llegó al lugar de los hechos acompañada de un capitán de las FMA.

—¡Sargento usted es un idiota! aulló, el capitán sabe bien que los detenidos deben entregarse a la PJB, ¡pero vivos!, así como están para que nos sirven, ¿ahora qué hacemos con estos dos?, mejor dicho uno y las tripas del otro —comentó, con una mueca de asco— ¡definitivamente ustedes son unas bestias!; ahora ya que, usted la cagó, usted verá como lo soluciona —el sargento a pesar de la posición del capitán no se sentía cohibido— ¡me oyó!

—Sí señor, no se preocupe mis hombres ya traen cuatro subversivos que arrestaron.

—Espero que no los haya mandado a El Progreso, el comandante Miller tiene prohibido eso.

—¿Cómo se le ocurre señor?, los encontramos junto con estos

—Humm… no le creo mucho —respondió, el capitán, mostrando mucha incredulidad— en todo caso solucione esto, elimine esos cuerpos y retírese al cuartel, ¡no quiero más escándalos por hoy!, ¡me oyó!

—¡Sí, señor!, pero señor, ellos nos atacaron, nosotros nos defendimos, los matamos en un combate.

—Entonces póngales un uniforme y mañana pasamos las fotografías por el noticiero condenando el acto delictivo; bien pensados sargento, con eso se salva por esta noche.

—Sí señor. 

Los muchachos fueron vestidos con uniformes traídos del cuartel, después los fotografiaron y una vez cumplida la misión el sargento se retiró tranquilo.

—Soldados, nos vamos a descansar.

La PJB siguió patrullando, pero sin redadas ni arrestos por orden del comandante Miller. 

Didier, Arturo y el desconocido llegaron hasta los muros de Villa Helena, ahí el hombre con pinta de demente descubrió un hueco en la pared e ingresó.

—¡Vamos!

Didier y Arturo dudaron, un escalofrío les recorrió el cuerpo, pero finalmente lo siguieron; el desconocido se adentró más.

—No se preocupen este es el lugar más seguro de Andinia.

—¿Y Teresa?

—Ella anda por ahí, seguramente nos está mirando.

—En ese caso no vamos a salir vivos.

El extraño se rio.

—Hace quince años dijo que Villa Helena abriría sus puertas para quienes quisieran iluminar Andinia, pues llegó el momento, no teman, ustedes quieren librar a Andinia, para ustedes las puertas están abiertas.